Una vez más desconocidos atacaron y mataron decenas de civiles en nombre de alguna ideología o fundamentalismo; esta vez ocurrió en París, pero antes fue en Ankara, Madrid, Londres y Nueva York.

Los asistentes a restaurantes, bares y una sala de conciertos de la capital francesa fueron el blanco de hombres con armas de fuego y bombas, lo que constituye la agresión más letal contra París desde la Segunda Guerra Mundial.

A escasas dos semanas de que París vaya a albergar a 195 delegaciones internacionales que participarán en la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP21), la seguridad en toda Francia debía estar situada en su punto máximo, aunque lo sucedido arroja dudas.

Francia había recibido graves alertas este mismo año. En enero, las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo fueron atacadas y cuatro caricaturistas murieron “en represalia” por la publicación de un dibujo de Mahoma; un supermercado judío fue atacado días después. Hace unas semanas turistas estadounidenses desarmaron a un hombre que intentó disparar contra los pasajeros de un tren bala. Hechos significativos, como para que fueran ignorados por la autoridad.

Por la aparición del Estado Islámico y el conflicto en Siria, el mundo occidental, específicamente los países europeos, tiene un nuevo enemigo al que no se puede minimizar.

Lo sorpresivo de los ataques —noche de viernes en lugares de esparcimiento—, apunta a que el objetivo de los agresores era causar el mayor terror posible y un alto número de víctimas civiles. Un acto cobarde contra personas que buscaban una distracción al final de la semana laboral. Hasta anoche nadie se había adjudicado la responsabilidad de los ataques.

En este hecho, como en todos, hay víctimas colaterales. Esta vez uno de los más visibles serán los miles de personas que huyen de países afectados por la guerra y claman por refugio en alguna nación europea.

De igual forma la población musulmana de Francia, conformada por más de 5 millones de personas, seguramente sufrirá el estigma de que se considere que cada uno de ellos puede ser un terroristas. Nada más equivocado.

Concediendo que haya existido un relajamiento —deliberado o por omisión— de los controles de seguridad, los hechos merecen de cualquier forma la condena unánime global. La Cumbre del Grupo de los 20, que arranca mañana en Turquía, debe convertirse en el espacio natural para que la comunidad internacional adopte medidas de prevención contra el terrorismo.

Francia vivió anoche en París el equivalente al 11-S estadounidense. Es impostergable cerrar filas contra el terrorismo.

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