La semana pasada terminé de ver, exhausto, la serie de televisión Vynil, de HBO. Esta columna es mi informe de televidente irredento.

Detrás de los 10 capítulos de la serie están dos celebridades de la cultura popular: Mick Jagger y Martin Scorsese, productores de la historia. Es esta historia un relato frenético de la década de 1970 a 1980 en la que se mezclan y se entrecruzan otras celebridades de la época, del mercurial Andy Warhol al rutilante Ricardito. La trama tiene como centro al dueño de una disquera próspera que ha entrado en una crisis que más bien parece fase terminal: Richie Finestra, interpretado por el actor Bobby Cannavale. Su esposa Devon es la bella Olivia Wilde, todo un espectáculo ella misma, sola, con su propio fulgor y su personalidad desafiante. Hay muchos otros personajes de los que aquí no hablaré, todos interesantes pero trazados con tintas más bien gruesas.

La década de los 70 en Nueva York fue para la música popular, según Vinyl, un ápice del desenfreno: la fórmula triple de la incandescencia (sexo, drogas, rock) se adereza aquí hasta el vértigo, hasta la náusea, con gángsters de caricatura, golpizas inmisericordes, derrumbe de edificios (literalmente), hogares destrozados, sangre y sordidez. Parece demasiado… y lo es. Para quienes éramos veinteañeros en esa época resulta la mar de divertido. Y también, como he dicho al principio, extenuante.

En varios momentos estamos ante una trasposición de los cuadros decadentes de Wall Street trasmutados en fábula moralizante por Scorsese y de la vida delincuente de los empresarios de Las Vegas en Casino. Es como si Scorsese contara siempre la misma historia, obsesionado, repetitivo, con personajes diversos en atmósferas más o menos distintas, en cada caso. Vinyl, sin embargo, recuerda por fortuna, también, el hermoso documental que este director hizo sobre uno de mis grupos favoritos, The Band, en su último concierto, en San Francisco: “El último vals”.

El rock ha tenido una fortuna inmensa en el mundo del dinero y el entretenimiento y una suerte mediocre en la historia de la música, para ya no hablar de la historia de la literatura. El rumor de la candidatura de Bob Dylan al premio Nobel fue considerado por casi todo mundo como una broma tonta; los músicos educados no voltean a ver a los músicos hechos a golpes y porrazos en las calles hirsutas. (Una excepción: en la Ciudad de México hay una extraña escuela de rock.) Nadie sabe cómo será visto el rock en el futuro distante; pero ahora ya tiene sus menudas mitologías y leyendas: una prueba es la serie Vinyl.

El “vinyl” del título es el acetato con el que se hacían los discos que los “milenarios” ya no reconocen: ¿qué es —preguntan azorados— esa caja con esa rueda y ese bracito de plástico que tiene encajada una aguja en un extremo? El tocadiscos de nuestra adolescencia es un vejestorio digno de las arqueologías posmodernas.

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