El 1 de octubre toma posesión como gobernador de Tamaulipas el panista Francisco Javier García Cabeza de Vaca.

Es el primer mandatario estatal de un partido distinto al PRI en 86 años. Los 3.5 millones de tamaulipecos tenemos puesta la vista en él.

Cualquier propuesta de su gobierno tiene que ser antecedida por la seguridad ciudadana. El paso número uno es asegurar que los tamaulipecos dejen de sentirse amenazados en su vida, su domicilio, su libertad, su movilidad o su patrimonio.

El reto es gigantesco. Durante cuatro sexenios consecutivos, Tamaulipas ha vivido una pesadilla de la cual no va a ser fácil salir. Estamos marcados por la violencia, la injusticia, y el abuso o la indiferencia del poder.

Quienes lucraron con el poder político por más de ocho décadas no querrán soltar sus cuotas, sus prebendas, su control sobre el presupuesto estatal.

Quienes desde los poderes fácticos del crimen organizado han decidido sobre la vida y la muerte de la gente, van incluso a incrementar la violencia para desmovilizar y rendir a la sociedad.

También, sin embargo, hay muchos tamaulipecos, dentro y fuera del estado, a quienes nos duele nuestra tierra y que deseamos contribuir a enderezar el barco.

Yo me niego a ser un mero espectador de la hemorragia, de la lenta agonía de tantas familias lastimadas, heridas, y desgarradas.

Nadie va a hacer por los tamaulipecos lo que no hagamos por nosotros mismos.

Hay un numeroso éxodo tamaulipeco en Nuevo León, en el Valle de Texas, en Querétaro, en la Ciudad de México, en Quintana Roo. Hemos tenido los medios para seguir nuestra vida personal y profesional en otros lares, sin despegarnos de la realidad cotidiana de la tierra que nos vio nacer y crecer, y a la que nos sentimos unidos umbilicalmente.

Cabeza de Vaca llegará a un estado devastado y con las arcas vacías. Más importante que los recursos presupuestarios, sin embargo, será su capacidad para construir confianza y emprender acciones concretas para sanar el tejido social.

El gobernador necesita hacer un llamado a hombres y mujeres que desde los ámbitos de los negocios, la academia, y los organismos de la sociedad civil podamos meter el hombro por nuestro estado.

Las víctimas de la violencia merecen ser identificadas, con nombre y apellido, por la necesidad de una mínima reparación emocional y afectiva para los sobrevivientes.

Nuestros trabajadores; nuestros pequeños, medianos y grandes empresarios; nuestros campesinos y agricultores; nuestros pescadores y armadores; nuestros profesionistas; nuestros artistas y nuestros trabajadores de la cultura; nuestros jóvenes, estudiantes y maestros; nuestras amas de casa, nuestros ciudadanos todos, necesitan un horizonte donde puedan rehacer su vida con su trabajo, su talento, su esfuerzo, su mérito.

Escribe Héctor Abad Faciolince sobre la violencia en Colombia: “las historias familiares, que son como una novela real, me han obligado a sentir y me han enseñado a pensar mucho sobre el sufrimiento, sobre la justicia y la impotencia, sobre la humillación y la rabia, sobre la venganza y el perdón… La paz no se hace para que haya una justicia plena y completa. La paz se hace para olvidar el dolor pasado, para disminuir el dolor presente y para prevenir el dolor futuro”.

Terminar con la larga noche tamaulipeca es una tarea titánica, pero no imposible. Es un anhelo que puede parecer ingenuo, pero cuya fuerza se alimenta de la esperanza de tantos por recuperar su tranquilidad.

Necesitamos reconstruir el tejido social. Necesitamos transitar de la violencia a la recuperación de la convivencia. Necesitamos mostrarles a tantas familias rotas por la infamia que seremos capaces de darnos una nueva vida.

Profesor asociado en el CIDE.

@Carlos_Tampico

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