El saldo de la visita de Donald Trump es muy negativo para el presidente Peña Nieto, es denigrante para la diplomacia mexicana, y es un insulto para millones de mexicanos de aquí y de allende el río Bravo.

Vemos la paja en el ojo ajeno, pero no vemos la viga en el nuestro.

Denunciamos la xenofobia, el racismo y la violencia verbal de Trump contra los mexicanos, pero no vemos el clasismo y el privilegio de unos pocos mexicanos respecto a la gran mayoría de nuestros compatriotas.

Cuando Hillary Clinton preguntó a los dirigentes de las comunidades latinas en Estados Unidos por qué no establecían más vínculos con los mexicanos en México, le contestaron: ‘porque a las élites mexicanas no les importa el destino de sus compatriotas pobres que emigraron a Estados Unidos’.

Es indispensable multiplicar los vínculos e intensificar los lazos entre nuestros dos países, pero tenemos que hacerlo de manera inteligente.

Estados Unidos ha deportado a 2 millones de trabajadores mexicanos en los últimos ocho años. Trump tiene planes para deportar a 6 millones de migrantes más, la mayor parte mexicanos.

A esos mexicanos los expulsamos nosotros en primer término.

Los salarios míseros, la corrupción del sistema político, la violencia del crimen organizado, la escasa o nula movilidad social les restriegan en la cara: ‘aquí tú no tienes futuro y tus hijos tampoco’.

Sin embargo, las redes de comunicación entre nuestros dos países no se agotan con los gobiernos.

Las familias transnacionales con miembros aquí y allá, los millones de cruces fronterizos, la producción compartida de empresas que realizan en cada país distintos segmentos de una cadena de valor, las redes de académicos, artistas, iglesias son cruciales para la relación bilateral.

Empecemos por los mexicano-americanos.

Los mexicanos necesitamos invitar a los hijos y nietos de mexicanos y mexicano-americanos que viven en Estados Unidos a estudiar y pasar temporadas en la tierra de sus padres y abuelos. Tienen en la mente los colores, los olores, los sabores, los ritmos de lo mexicano; necesitan tomarle el pulso al México de 2016.

Los mexicanos debemos acercarnos a las comunidades latinas. Necesitamos escuchar a Lin-Manuel Miranda, este genial artista puertorriqueño de 36 años de edad, que en la obra de teatro Hamilton descifra el alma, la historia y la identidad estadounidense desde actores afroamericanos y latinos.

Los mexicanos necesitamos entender el malestar con la globalización entre los trabajadores de la industria vieja estadounidense. Necesitamos discutir con ellos cómo empoderar al ciudadano común, al trabajador de a pie, para hacer que la política económica, aquí y allá, promueva los intereses de la mayoría y no sólo de un pequeño puñado de privilegiados.

Los mexicanos necesitamos multiplicar los diálogos con los dreamers, esos jóvenes nacidos aquí, que fueron llevados de bebés a Estados Unidos, donde crecieron y estudiaron sin papeles, y cuya permanencia en su verdadera casa está amenazada cada día.

Los mexicanos necesitamos identificar y reconocer a los ‘otros dreamers’, los que ya fueron deportados de Estados Unidos y están en México, sin que contemos con una estrategia para que ellos puedan aprovechar su conocimiento del inglés en México, un país al que le urgen angloparlantes para expandir sus vínculos globales.

Donald Trump quiere erigir más barreras entre nuestros dos países.

Mexicanos y estadounidenses necesitamos multiplicar nuestros diálogos. Tanto aquí como allá, millones de personas piensan que los gobiernos existen sólo para servir a las élites económicas y políticas.

No podemos abolir la frontera, pero sí derrumbar barreras entre nosotros y hacia ellos.

Profesor asociado en el CIDE

@Carlos_Tampico

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