Mi columna de cierre de 2016 subrayaba que era un año en que lo impensable se había vuelto posible. Hoy termina en la Cancillería la reunión anual de embajadores y cónsules mexicanos, cuyo propósito central —amén de que el cuerpo diplomático interactúe con funcionarios de la Secretaría de Relaciones Exteriores y el gabinete— es discutir y analizar los retos que se vienen en el nuevo año para el país y su política exterior, y recibir “línea” sobre las tareas a instrumentar en las naciones y ciudades en las que nos representan.

El cambio siempre ha estado presente en las sociedades y el sistema internacional, y los sismos en la historia generalmente fueron en su momento difíciles de predecir y anticipar. Pero a raíz de lo ocurrido en 2016, vivimos un momento de rupturas estratégicas nuevas en donde las viejas presunciones para tomar decisiones y saber encarar el futuro han quedado rebasadas. Encaramos un reto cualitativamente distinto: cómo hacer prospectiva ante la incertidumbre. En 2017, confrontaremos dos tipos de “impensables”: los “cisnes negros” y los “elefantes negros”. Los primeros son eventos desconocidos que no percibimos, aquellos que no se pueden predecir o que es difícil concebir. Los segundos son los eventos que escogemos ignorar, presentes y a la vista de todos pero que por razones distintas aplazamos su solución.

En el entorno internacional de fluidez vertiginosa que experimentamos, la única manera posible de hacer frente a este tipo de impensables es la innovación en la política exterior, sin la cual no hay manera de adaptarse a oleadas de cambios disruptivos imprevistos. Y no se puede responder con velocidad analógica a retos y tendencias que se están dando a velocidad digital. Hay que armar mecanismos ágiles de análisis heterodoxo que confronten viejos paradigmas. La historia de las relaciones internacionales está plagada de doctrinas. Hoy no nos podemos dar el lujo de embalsamarlas ni chaparlas en oro; cada una se dio en respuesta a una circunstancia y tiempo específicos. Pero la innovación sin estrategia es cambio sin propósito, movimiento sin dirección. El tema central para los cuerpos diplomáticos del mundo —y México no es la excepción— es cómo conjuntar capacidades y estructurar organizaciones para responder sin dilación a una serie de preguntas torales. ¿Con quién competimos? Ello incluye a países con los cuales nos disputamos inversiones y talento, o medios de comunicación y activistas que se mueven más ágilmente con el fin de fijar narrativas y abrir flancos de presión. ¿Se tienen las herramientas y recursos económicos y humanos adecuados? Sin duda la visión en política exterior es clave, pero al final del día ésta se ejerce con recursos, recursos y más recursos. ¿Qué tan preparada está una nación para manejar big data y qué tan capacitado está un servicio diplomático para capitalizarlo? ¿Estamos listos para entender cómo va a trastornar la innovación tecnológica la manera en que trabaja la diplomacia y cómo concebimos la geopolítica? ¿Cómo establecemos márgenes de negociación, reducimos márgenes de presión y ampliamos márgenes de maniobra a través de la diplomacia?

La lección clave para el arranque de 2017 es que la diplomacia no está muerta. Antes de 2014 estaba de moda en la comentocracia y twiterocracia pontificar que la diplomacia era superflua en un mundo interconectado. Estos años demuestran que no necesitamos menos diplomacia; necesitamos mejor diplomacia para confrontar y atisbar lo impensable. En un mundo trasnacional, la tecnología y las plataformas digitales y redes compartidas a través de fronteras son disruptivas de la soberanía. Por ello, las cancillerías tienen que crear comunidades interdisciplinarias entre funcionarios y actores externos, no sólo en materia de política pública o economía sino con científicos, sociólogos, comunicólogos y planificadores urbanos, ONG e industrias creativas. El poder más difícil de acumular y ejercer en 2017 será la capacidad para atraer, el llamado “poder suave”. Las naciones que lo tienen y sepan articular y proyectar, aportando de paso a la construcción de bienes públicos globales, serán naciones atractivas, abiertas, con peso y credibilidad internacional. Las naciones que se dediquen a verse el ombligo y a definir su interacción con otras a través del “ellos y nosotros” se volverán más insulares. La respuesta a la inseguridad es más libertad, igualdad y fraternidad, no menos, y —como la historia nos lo ha demostrado una y otra vez— no hay reto alguno que se pueda resolver con un muro más grande. Humboldt ya lo dijo con claridad meridiana en el siglo XIX: “La visión más peligrosa del mundo es la de aquellas personas que no han visto el mundo”. Hoy México tiene que innovar, anticiparse a lo que está más allá del horizonte y repensar su política exterior. Nadie mejor que nuestro servicio exterior para lograrlo.

Consultor internacional

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses