No es casualidad que la Expo Universal Milano 2015 que arrancó en mayo haya adoptado como tema la alimentación y la comida. En el año 2000, a raíz de la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas, los Estados miembros acordaron ocho metas generales a cumplirse para este año; la primera de ellas estableció el objetivo de reducir a la mitad el hambre y la pobreza. Pero de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO por sus siglas en inglés), más de mil millones de niños, mujeres y hombres alrededor del mundo se van a dormir todas las noches con hambre. Resulta claro que esta primera meta del milenio será imposible de alcanzar antes de que finalice 2015.

Es en este contexto que México, como un país que desde la creación del sistema de Naciones Unidas en 1945 ha jugado un papel determinante en algunos de los grandes debates internacionales (desarme y no proliferación o derecho del mar, por citar un par), podría aprovechar su pabellón en la exposición de Milán como plataforma para proponer nuevos paradigmas para la seguridad alimentaria mundial y generar un modelo mexicano integral y de vanguardia en este rubro, exportable y aplicable en otras latitudes del globo, y de paso dotando a nuestra política exterior de una herramienta clave de interacción y cooperación internacionales. Pero ello también abriría una oportunidad para posicionar al país como una nación que usa su megadiversidad y riqueza biológica, su tradición culinaria y gastronomía y sus experiencias y prácticas de cultivo milenarias para atraer la mirada y reconocimiento internacionales, promoviendo la imagen de México y vinculando su búsqueda por establecer y desarrollar una ‘Marca-País’ a la cultura, la gastronomía y el turismo. Esto además permitiría a México sumarse a las naciones que están destacando en el sistema internacional por sus aportaciones a la codificación y el establecimiento de acuerdos y reglas para el usufructo colectivo, sostenible y justo de recursos, los llamados bienes globales públicos.

No cabe duda que la biodiversidad mexicana constituye el basamento que permitiría a nuestro país construir un conjunto de sistemas sustentables de seguridad alimentaria, salud y bienestar humano. Adicionalmente, México cuenta con un arma secreta que podría ser parte medular de este enfoque y servir como detonador y desarrollador de un sistema de producción agrícola diversificada de la mayor importancia, con aplicación y relevancia para otras regiones del mundo: la milpa. La diversidad de cultivos ha sido el sustento de una cocina mexicana que es, en realidad, la simbiosis de una multitud de tradiciones culinarias regionales. Esta es la esencia tanto de la cocina mexicana tradicional como de quienes hoy hacen con gran éxito —tal y como quedó constatado por la reciente clasificación anual de los 50 mejores restaurantes del mundo en la que figuraron tres restaurantes mexicanos— innovación gastronómica a partir de la riqueza que ofrece México, la cual está basada precisamente en una cocina nacida de la milpa. Este sistema de cultivo, iniciado hace varios miles de años, sigue utilizándose con muy pocos cambios en una buena parte de las zonas agrícolas de producción familiar. Al ser la milpa en esencia un policultivo en el que se producen varias especies, este esquema se convierte además en un sistema de reducción de riesgos ante un clima crecientemente impredecible, factor que se yergue como uno de los retos seminales que habrán de confrontar México y otras naciones en las décadas y generaciones por venir.

A lo largo de la historia, la interacción entre diversidad biológica y sociedad ha permitido el desarrollo de culturas y tradiciones alimentarias y gastronómicas alrededor del mundo. Y no es coincidencia que la mayoría de los grandes centros mundiales de riqueza cultural han florecido en y se traslapan con las zonas de mayor biodiversidad, ya sea en Mesoamérica, la zona Andina, el Mediterráneo, el sureste de Asia, India o China. Esta interacción sigue viva hoy y ha otorgado a México el doble privilegio de una altísima diversidad cultural y biológica. Además de ser un bien global público, esta diversidad es un reservorio de opciones para adaptar futuras variedades de cultivos a las nuevas e imponderables condiciones climáticas que el calentamiento global irá imponiendo en nuestro país y en el planeta. El valor económico de esta diversidad es realmente incalculable y a la vez esencial. Es tiempo de que México la aproveche para asegurar la alimentación no sólo de futuras generaciones de mexicanos sino también, de manera corresponsable, allende nuestras fronteras.

Embajador de México.
Arturo_Sarukhan

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