En la división ideológica tradicional en los países de democracia histórica, han habido dos polos claros, una derecha que es escéptica del rol del Estado y enfatiza la libertad individual, y una izquierda que cree que el Estado tiene un rol que jugar en garantizar la igualdad de oportunidades entre todos. Pero en Europa, el estancamiento económico y los cambios demográficos han producido partidos populistas que desafían esas categorías y que mezclan la xenofobia contra inmigrantes y extranjeros, con recetas económicas que son una combinación de derecha e izquierda.

En esa categoría están el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, la Liga del Norte en Italia, el Partido Popular en Dinamarca y el Partido Democrático en Suecia, entre otros. Todos son movimientos políticos que enfatizan la necesidad de restaurar la gloria de sus países y regresar a periodos que consideran fueron mejores. Estados Unidos había quedado fuera de estas corrientes, hasta la llegada de Donald Trump a la escena nacional, un populista que promete restaurar la gloria de su país contra los embates que él percibe vienen de afuera —México, China, los musulmanes—, pero con una mezcla de recetas económicas de derecha e izquierda. Como sólo hay dos partidos, el Demócrata y el Republicano, ha tomado a este último y lo está dividiendo y rehaciéndolo a su imagen.

Para las voces más conservadoras en el Partido Republicano, Trump no es uno de ellos porque propone un gobierno activo y fuerte, mientras para las voces más moderadas del partido, sus declaraciones constantes contra otros países y grupos religiosos y étnicos no tienen lugar en un partido incluyente. Pero estos reclamos probablemente vienen demasiado tarde para evitar que Trump sea el candidato presidencial del Partido Republicano.

Me contaba entre los que creía que Trump nunca sería un candidato serio, pero ahora estoy mucho menos seguro. No hay duda que de ser el candidato republicano, tendrá en su contra a muchos otros republicanos que no votarán por él, incluyendo muchos líderes importantes, pero Trump tiene una ventaja a su favor, que es que está movilizando a muchos votantes que antes no votaban, muchos de ellos entre los grupos más golpeados por las crisis económicas.

¿Puede Trump perder gran parte de su base republicana pero ganar con votos nuevos de los que antes no votaban? Parece poco probable, dado el número de personas y grupos que ha ofendido y distanciado, pero no es imposible. Ahora sí tenemos que estar listos para cualquier escenario.

No creo que haya nada que se pueda hacer desde México para cambiar la trayectoria de las elecciones en Estados Unidos, ya que no han podido hacerlo ni los políticos más experimentados del Partido Republicano. Lo que sí se puede hacer es recordar al público estadounidense, de formas abiertas y sutiles, que México es el segundo destino de las exportaciones de Estados Unidos, su tercera fuente de petróleo y el país de origen de la décima parte de su población. Dañar la relación con México sería un suicidio económico que socavaría las bases económicas y sociales que sostienen a Estados Unidos.

No hay nada que México —ni su gobierno ni otras fuerzas en la sociedad— pueda hacer para incidir en el terreno político estadounidense, pero sí hay opciones para incidir en la conciencia que tienen los ciudadanos estadounidenses sobre los lazos profundos que los unen con los vecinos. Es con argumentos bien fundamentados como se combaten percepciones sin sustento. Es hora de empezar a darlos.

Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson

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