El tráfico ilegal de armas en América del Norte es la imagen especular del tráfico de drogas. En el tema de narcóticos, Estados Unidos se queja de la oferta, México repela sobre la demanda. Al hablar de armas, los papeles se invierten.

Al igual que con las drogas, ambos gobiernos han tratado de cooperar para detener los flujos ilícitos. Y han tenido en ambos temas el mismo grado de éxito (no mucho).

En años recientes, el gobierno estadounidense ha financiado la construcción y equipamiento de laboratorios de balística en México. Ha dado acceso a las autoridades mexicanas a un mecanismo de rastreo de armas. Incluso, ha intentado montar operaciones encubiertas para desmantelar redes de suministro de armas en México (con algo menos que éxito, por decirlo de manera generosa).

Por su parte, las autoridades mexicanas han reforzado los controles fronterizos en algunos puertos de entrada de la frontera norte. También, han colaborado con fiscales de EU para proveer testigos y evidencia en casos específicos contra traficantes de armas.

Todo eso y nada. El río de plomo sigue tan caudaloso como hace una década. Como en el caso de las drogas, vale la pena preguntarnos sobre los motivos de ese fracaso. Van algunos apuntes:

1. Las armas son baratas y fáciles de adquirir en Estados Unidos (un AK-47 semiautomático puede comprarse por mil dólares en Arizona, por ejemplo). En cambio, son caras y de acceso restringido en México. Eso crea un incentivo natural para traficarlas de un lado al otro de la frontera.

2. Cualquier intento por suprimir el tráfico de armas desde el lado de la oferta aumenta el precio de pistolas, rifles y fusiles en México, pero no lo suficiente para reducir significativamente la demanda. Esos esfuerzos, sin embargo, crean incentivos adicionales para los traficantes de armas.

3. La demanda de armas en México es posiblemente menos elástica que la demanda de drogas en Estados Unidos. La adquisición de armamento representa un porcentaje pequeño del ingreso disponible de las bandas criminales. Una organización criminal puede adquirir unos 3 mil fusiles AK-47, algunos millones de rondas de munición, algunas granadas, y uno que otro Barrett, y la cuenta probablemente no rebase los 15-20 millones de dólares. Aún si los precios de las armas se triplicasen, se trataría de un error de redondeo en comparación con los 6 mil millones de dólares que se generan todos los años sólo por exportación de drogas ilegales.

4. Peor aún, si por algún milagro, el flujo de armas se detuviese mañana, los inventarios acumulados en México son de magnitud suficiente para mantener a las bandas criminales bien surtidas por varios años. Según una estimación reciente de Iñigo Guevara y Eugenio Weigend, hasta 25 millones de armas han entrado ilegalmente al país durante la última década. Aún si esa estimación estuviese equivocada por un orden de magnitud, habría suficientes armas de fuego para que el país no requiriese importaciones por un largo rato.

Al igual que con las drogas, no parece haber solución obvia desde el lado de la oferta al comercio ilegal de armas. Tal vez una nueva prohibición de la venta de rifles de asalto en Estados Unidos ayudaría, pero eso no va a suceder en el corto plazo. En consecuencia, tal vez ha llegado el momento de pensar en la reducción de la demanda (de plomo). Quizás deberíamos concentrarnos menos en el acceso de los delincuentes a las armas y más en su propensión a usarlas. Y eso pasa por muchas estrategias, pero una es indispensable: procesar a quien mate y sobre todo a quien lo haga con armas de fuego. Mientras eso no suceda, el río de plomo seguirá desbordado de su tétrico caudal.

Analista de seguridad

@ahope71

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