La sucesión presidencial está en marcha. Los futuros candidatos —con o sin partido— han desplegado sus estrategias. Los medios de comunicación y las redes sociales, dan cuenta de éstas y de cómo, al igual que en el pasado reciente, se pretende descalificar al adversario. Los prolegómenos de una nueva guerra sucia comienzan a ocupar su sitio.

Sin embargo, el escenario electoral se enmarca en un contexto distinto, en el que la indignación y el hartazgo social contra la adversidad acumulada durante las últimas décadas, definirán la contienda.

El descontento y el rechazo al actual gobierno alcanza a la mayor parte de la población; no obstante, la tozudez del gobierno actual y sus aliados, se niegan a reconocer que la profundidad de la crisis ética que atraviesan las instituciones públicas, los partidos políticos, la política tradicional y la clase política, son la evidencia nítida del agotamiento del actual régimen político y del modelo económico que han impuesto.

El actual grupo en el poder buscará mantenerse recurriendo a las viejas prácticas de la descalificación, el encono, la cooptación, la coacción y compra del voto, incluso al amago de inestabilidad política, como se puede observar hoy en el proceso electoral del Estado de México, a la vieja usanza de la elección de Estado.

Más que tiempos de cambios, enfrentamos un cambio de época, y quien logre articular la indignación social y particularmente el voto anti sistémico, ganará la Presidencia de la República.

Ello implica también romper con las prácticas opositoras tradicionales. La articulación de esta indignación social no se logrará con la suma de siglas partidarias, por diversas que éstas sean. Menos aún por el acuerdo entre las desprestigiadas burocracias partidarias. La unidad debe ser resultado de un proceso social, que parta de la decisión de cada individuo para sumarse a una acción colectiva en torno a causas comunes, lo que rebasa el ámbito partidario y a los propios candidatos.

La unidad debe darse en torno a ideas y objetivos compartidos. A un programa que nos aglutine en coincidencias básicas, superiores a lo que nos divide, para cimentar un nuevo rumbo y el proyecto de nación al que aspiran los mexicanos.

Se trata de superar la estela de desamparo que, al igual que los cuatro jinetes del apocalipsis, han dejado a su paso las políticas neoliberales impuestas durante los gobiernos del PRI y del PAN, y sus trágicas secuelas.

Hambre. La pobreza extrema y la mayor desigualdad de nuestra historia, donde un puñado de familias acumula una riqueza ofensiva e inmoral.

Muerte. El país se ha convertido en una inmensa fosa clandestina, a la que se suma uno de los mayores signos de descomposición social, la violencia y los crímenes de odio contra las mujeres.

Guerra: La violencia y degradación extrema de la condición humana, que ha convertido a miles de jóvenes en carne de cañón de la delincuencia organizada.

Peste: La corrupción y la impunidad, signo de la degradación de las instituciones y de la moral pública, que denotan un Estado ausente y la inexistencia de una autoridad ocupada en los negocios al amparo del poder y que desatiende sus deberes primigenios.

Es necesario construir una mayoría social que impulse una transformación profunda. Quienes queremos un cambio sustancial en el rumbo que sigue el país somos indudable mayoría, pero estamos dispersos, fragmentados.

Es hora de construir una mayoría social para frenar la espiral de degradación que significa el neoliberalismo y la imposición acrítica de sus dictados y desarrollar las capacidades para sustituir a sus gobiernos indiferentes a las aspiraciones populares, a fin de establecer un régimen progresista, regido por el interés nacional para recuperar un proyecto de nación equitativa y soberana.

Senador de la República

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