Los motores rugen fagocitando un aire espeso, cargado de olores e historia. El avión toma velocidad y se come la tierra en el aire y, desde ahí es desde donde me despido de México, con el corazón abierto y la mirada atenta, atesorando toda la visión aérea de amor a mi país.

Recuerdo los momentos del viaje, los momentos de siempre. En Tlaxcala Marco Antonio González Villa y su hermana Ana, dueños de Piedras Negras, la mejor ganadería del mundo, nos enseñaron cómo ser anfitrión desde la humildad, cómo entender las reses con amor, como hacen ellos. Por eso de la ganadería hacen la excelencia.

En Hidalgo disfrutamos las comidas que se alargaban con las cenas y éstas con las madrugadas con el plenilunio de testigo y el cariño de Paco y Lupita Olvera. La noche era más noche entre el trío y el tequila; el abrazo era más abrazo y la amistad se categorizaba a hermandad.

En el DF recuerdo a las familias, a los amigos, la comida, los guaraches y arracheras que siempre son mi debilidad. Y porque la comida es mi parte vulnerable nos llevamos a España tantas cosas que saben a México. Por eso las valijas siempre huelen a chile de árbol y serrano y habanero y manzano y piquín y tantos otros. Por eso las maletas de los Peláez saben a tortillas y chile. Por eso los Peláez huelen a México.

De aquí siempre me llevo lecciones que se alojan en mi alma. Una de ellas son las enseñanzas de Juan Francisco Ealy Ortiz. Con su sapiencia y diplomacia de hombre sabio hace que me encuentre pleno, lleno de cariño, embadurnado por el manto de la generosidad, del afecto sin prestaciones, de la ayuda incondicional. Gracias a Dios y a mi Virgen de Guadalupe a mis 51 años he tenido la dicha de contar en México con muchos amigos incondicionales.

Perla y Juan Francisco Ealy, Carlitos Loret, Claudia y Ulrich Richter, Dani Pérez y Mariana, Carolina Monroy, Rafa Macedo, Martín Vázquez y tantos otros son amigos con los que se puede contar siempre de manera incondicional, sabiendo con seguridad que la amistad sólo se sabe de un sabor sin tapujos sin esperar nada a cambio, sólo la reciprocidad.

Queda el poso de la nostalgia recordando los amaneceres alargados del DF, esos que veía desde el descanso de la habitación y que parecía que nunca terminaban de despegar. Todo eso se queda en mi memoria y en la de mi familia.

Nos vamos dejando nuestros corazones llorando por lo que amamos. Pero volveremos. Siempre volveremos.

Me lamo mis cicatrices con mi mujer Mónica y su belleza mexicana. Me lamo mis heridas con las miradas de Constanza y Joaquín, mis hijos y su consanguinidad azteca. Su sangre mexicana reconforta mi espíritu sabiéndome tan orgullosamente español como mexicano.

Nunca olvidamos nuestras raíces ni el orgullo de pertenecer a esta bendita tierra.

Correo: alberto.pelaezmontejos@gmail.com

Twitter: twitter @pelaez_alberto

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