Ya va siendo hora de que los presidentes de México y Estados Unidos tengan un encuentro de trabajo bien planeado y con visión de futuro. Hoy día, la agenda bilateral poco tiene de bilateral; estamos en presencia de dos diplomacias desconectadas y crecientemente antagónicas, en las que la buena vecindad y la cooperación brillan por su ausencia. México está en modo reactivo, intentando apaciguar los vientos del norte y el gobierno de Estados Unidos con una agenda nacionalista en la que no hay reglas o pactos internacionales que valgan. A ello se suma la meta inmediata de Trump de ganar la reelección.

México ya no puede poner más parches a la relación, ni seguir dando concesiones con la única finalidad de que Washington prometa no castigarnos, como es el caso de los aranceles. A la Casa Blanca cada vez le conviene menos vapulear a placer la imagen de México y de los mexicanos porque a querer o no, México está inserto dentro de Estados Unidos, es parte de su cultura, de su política y de su economía. Así que, tarde o temprano tendrán que cambiar de rumbo y de discurso, atendiendo a las tensiones internas que pueden desatarse. La matanza de El Paso ofreció una mirada de lo que puede ser el futuro desde la postura de los blancos nacionalistas. Ahora falta ver la reacción que seguramente vendrá de las organizaciones latinas y mexicano-americanas.

Está claro y hasta parece comprensible que López Obrador prefiera manejar las relaciones con Washington a prudente distancia. La última vez que un presidente de México se reunió con Trump, el resultado fue vergonzoso, al grado de lograr el milagro de unir a todos los mexicanos ante el desastre provocado por Peña Nieto y su equipo. Es natural que AMLO prefiera utilizar la intermediación de la Cancillería antes de plantear un encuentro cara a cara con Trump. El problema es que, ante el deterioro de la relación bilateral ya no alcanza la interlocución a nivel de cancilleres y menos ahora que Mike Pompeo está a punto de dejar el cargo de Secretario de Estado.

A estas condiciones debe sumarse que a ambos lados del Rio Bravo tenemos a dos presidentes que concentran el poder y la toma de decisiones como pocos mandatarios en la historia moderna de los dos países. Trump gobierna a su manera, prestando poca atención a su gabinete y a sus asesores. Cambia continuamente de secretarios y a pesar de ello, todos los días marca la agenda. AMLO, salvo en cuestiones de política exterior que es el área donde se siente menos cómodo, poco se apoya en su equipo de trabajo y prácticamente nadie crece bajo su sombra. Así, aunque se sepa de antemano que un encuentro personal distaría mucho de ser placentero, la urgencia política demanda de acuerdos al más alto nivel de representación de ambas naciones. Ante el racismo manifiesto contra los mexicanos, la ratificación del TMEC, la crisis migratoria y humanitaria en nuestras fronteras, las amenazas arancelarias y el creciente tráfico de armas que ingresa a nuestro país, es imprescindible tomar el toro por los cuernos, diseñar una buena estrategia y sentarse a reparar la nuestra averiada y disfuncional relación bilateral.



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