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A la medianoche, Andrés Manuel López Obrador arenga a los miles de seguidores que ovacionan su triunfo en las urnas, victoria que lo convierte en el primer Presidente de la República de izquierda. Habla y le corean con la porra insignia de su causa: “¡Eees un honooor estar con Obrador!”.

La luna llena se alza sobre Palacio Nacional, iluminado, casi como un indicio de que ahí está la silla en la que ha ganado el derecho a sentarse durante seis años; Palacio Nacional, el lugar donde mañana hablará con su antecesor, Enrique Peña Nieto, a quien ofrece respeto.

Tiernos y amorosos lopezobradoristas lo llaman: “¡Pre-si-den-te! ¡Pre-si-den-te!”, y han venido desde la Alameda al Zócalo, con un ánimo festivo, de carnaval, ruidoso, como toca a quien se alza con la victoria sobre el partido en el poder.

La tercera es la vencida y dice palabras nuevas: habla de la transición con armonía y le dice a sus seguidores que con ellos “no habrá divorcio”, que amor con amor se paga y que de parte suya, de eso habrá “un poquito más” para el pueblo.

Así muere el tigre mítico que se iba a desatar, como advertencia de que sería inaguantable un fraude; tampoco apareció el diablo, que hubiera espantado a los tramposos.

A eso ayudan José Antonio Meade, al aceptar el triunfo, y Ricardo Anaya, que reconoce la diferencia que declara a uno como el ganador.

La felicidad abarca las calles y frente a la Alameda, la multitud escucha a las 23:00 horas cuando Lorenzo Córdova dice que la tendencia “es de 53%...”, y ya no oyen más, eso les da vitaminas para cantar con más fuerza Cielito Lindo y “¡Sí se pudo!”, en una repetición sin fin, que se mezclan en una cacofónica interpretación.

El mensaje de Peña Nieto no se oye porque lo callan a chiflidos y en cuanto aparece en las pantallas instaladas afuera del hotel del festejo, el líder — “mi abuelito”, dicen algunos jóvenes— empieza una nueva era, la del México de izquierda.

Unas 16 horas antes, con la parsimonia de siempre, Andrés Manuel sale de su casa a las 7:09 horas, una mañana de sol pleno, y a las 7:20 horas llega a la casilla en la que ha votado en los últimos comicios, aspiracionales para él, en las cercanías de Ciudad Universitaria, en Insurgentes Sur 2416.

Ha llegado antes que el presidente de casilla. Antes que aquella señora de hace seis años, a la que por comodidad de todos se le pidió que si le daba su turno a López Obrador y después ella, cómodamente votara. No quiso y el político sureño fue segundo, también en votar.

Hoy es primero en la fila. Desde más de ocho horas antes, las 23 horas del sábado, han llegado fotógrafos y camarógrafos para ocupar un lugar que vale oro, en el enrejado de las instalaciones de Conagua, donde se instala la casilla.

Sobrevuelan dos helicópteros, tan constantes, tan bajo uno de ellos, el de la policía de la Ciudad, que con el ruido de sus rotores “mosquean” el escenario. A las 8:00 horas ya hay vecinos y no pueden formar fila ni acercarse, porque el tumulto de periodistas lo impide. Una grúa mecánica que sostiene una cámara de televisión operada a control remoto, es útil para el registro de lo que allí ocurrirá. Dicen que el momento en el que López Obrador deposite su voto por Rosario Ibarra para Presidenta la República será histórico.

Luis Armando Salazar, vecino presidente de casilla, denota la desorganización del punto de votación y a las 8:44 horas, López Obrador va a la mampara a sufragar. Sus hijos López Betrán lo seguirán en su turno.

López Obrador luce tranquilo, sonriente, sin prisa. Levanta la cortina de la mampara y, de espalda a los periodistas, marca las seis boletas. Va a depositarlas y dócil accede a las peticiones de posar para quienes han pasado horas a la espera de ese instante, en el que suelta la papeleta en la urna de Presidente.

Margarita Sevilla es paciente y espera que López Obrador vote y se retire. Ella respeta “su honestidad, la respaldo de forma total, lo conozco. Trabajé para él cuando fue presidente del PRD, muy responsable”. Eso fue en 1998. Veinte años después ella está convencida de su triunfo.

Este político, complacido ha hablado con los periodistas, en el centro de un caos humano, y como en una comunicación cercana, les ha dicho: “La gente va a salir a votar y deseo con toda mi alma que las elecciones de hoy se lleven a cabo en paz sin violencia”.

Este 2018 está desangrado por asesinatos de candidatos. El TEPJF ha lamentado que el crimen ha aplicado la violencia para poner y quitar aspirantes a cargos en las boletas.

En el INE, Córdova y el Consejo General guardan un minuto de silencio por los 47 candidatos asesinados en campaña y por 140 políticos cuyos homicidas están impunes.

Con sus movimientos, López Obrador transmite seguridad y al salir a la calle los periodistas lo envuelven, los complace, parece que nadie lo auxilia en ese maremágnum de pescadores que buscan una imagen para la historia del país, que se abren para dar paso al hombre de cabellera cana, traje negro, camisa blanca sin corbata. Lleva la sonrisa del Premio Mayor y camina con una calma que sugiere humildad en sus pensamientos.

Su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, en otra casilla, pasa a la mampara con su hijo Jesús Ernesto, de 10 años de edad y es él quien marca la boleta por su madre y, en un momento de emoción intensa, lo depositará en la urna. Un momento simbólico para el futuro, que empieza ya.

Un nuevo tiempo que empieza terso, con el reconocimiento por parte de Ricardo Anaya, quien quedará en segundo lugar. Vota en Querétaro, donde espera dos horas en la fila, acompañado de su familia, todos sonrientes. De ahí desapareció hasta que 45 minutos después de las 20:00 horas, reconoce el triunfo del tabasqueño.

Tan cerca de casa que un par de minutos le bastan para llegar, José Antonio Meade entra a la guardería en la que lo esperan decenas de periodistas. No se ven corresponsales internacionales, que han sido notorios en la casilla de López Obrador. Juana Cuevas Rodríguez presencia la votación de su esposo. Sonríe y su rostro luminoso se confirma como la marca de la campaña.

Meade vota con rapidez. Son las 9:47 horas. Luce su papeleta de votación. La deposita sonriente, formal. Tiene la mirada fija adelante. Ofrece una declaración a los periodistas que rompen el orden y lo rodean, el candidato responde el interrogatorio de los que preguntan siempre.

La señora Cuevas pasa a la otra mesa en la que le corresponde votar. Van sus hijos con ella, son Dionisio, José Ángel y Magdalena.

Escucha preguntas a las que sonríe: “¿Cómo se siente?”. “Orgullosísima. ¡Vamos con todo!”. “ ¿Cree que van a ganar?”. “Segurisísima”.

Caminan y a las puertas de sus casas los vecinos felicitan a Meade, quien a las 12:00 horas oye misa en la capilla de San Sebastián Mártir. Ya conoce las primeras encuestas y se sabe perdedor.

Jaime Rodríguez Calderón El Bronco se refugia en su terruño y anuncia su regreso al gobierno de Nuevo León.

López Obrador, ya de madrugada, en su casa, todavía recibe el calor de sus simpatizantes.

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