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San Juan de los Lagos, Jal. — Ricardo Anaya trastabilla de puesto en puesto, se abraza de las personas y una que otra se mira como diciendo, ¿quién es?
 
Escogió un mal día y lugar para mezclarse con la gente: Domingo de Resurrección en la iglesia de San Juan de los Lagos, en Jalisco. Todo aquí es sinónimo de familia y religiosidad –“mire el recuerdito”,  “lleve la crucecita” –; para la mayoría éste es un peregrinaje apolítico y se nota.
 
 La Plaza de las Armas es el eje de un éxodo de creyentes, no de votantes.
 
Todos miran hacia la Iglesia de la Virgen de San Juan de los Lagos, la atiborran, por eso resulta curioso esa veintena de personas que, a ritmo de batucada, acompañan al candidato de la Coalición por México al Frente (PAN-PRD-MC) que decidió visitar a los comerciantes en su primer acercamiento con no militantes.
 
Anaya prueba cajeta y quienes le acompañan le preguntan –le gritan– insistentemente: “¿Está rica”.  “Lo está”, responde y le vitorean.
 
Traen su propia fiesta –“ya llegó, ya está aquí, el que va a sacar al PRI”–, son jóvenes de camisetas blancas con logotipos del PAN a la altura del corazón que llegaron en camiones y autos particulares para “hacer ambiente”. 
 
Lo logran en un perímetro tan corto que no pereciera que, en unos minutos, un candidato a la presidencia va a dar un discurso al centro de la plaza, en donde ya lo esperan los seguidores de mayor edad. 
 
También son pocos, no más de 25, si no fuera por las camisetas y playeras con logotipos que les han obsequiado, se perderían entre los que buscan la foto con un caballo de plástico o quienes compran nieve para engañar a los insufribles 30 grados.
 
La señora Amparo y su esposo, Gonzalo, se resguardan del calor. Juntos acumulan casi 160 años de edad e invirtieron 40 minutos para llegar desde el poblado de Encarnación de Díaz.
 
“La Chona, mi comunidad se conoce como La Chona”, aclara el señor.
 
Su nieto, Juan Carlos, de 20 años, es quien acompaña a Anaya tocando percusiones; es “un candidato para jóvenes”, por eso prefirió esperarlos sentado en la plaza.
 
“Yo siempre he sido panista, toda mi familia es panistas. Siempre, siempre. No me gusta Obrador ni el otro. Apoyo al PAN. Lo hice con Calderón y lo hago ahora”, expone don Gonzalo, orgulloso.
 
Es sincero: no sabe de conflictos internos entre partidos, ni de propuestas políticas.
 
Doña Amparo, su esposa, come una torta que ella misma se preparó. Sus hijas quieren dejar claro eso: que la torta que traen en una bolsa de papel las prepararon ellas, que no son “de acarreados”.
 
“Nos venían diciendo que  ‘acarreados’, ‘acarreados’”, explica Martha, la hija. “Pero no, venimos por voluntad, compramos el lonche. No nos han dado nada más que playeras y banderas”.
 
Al menos su versión de las tortas suena creíble.
 
Nadie más trae tortas, algunos optaron por comprar pollo rostizado y tacos que comen rápido en lo que el candidato del Frente acaba su recorrido por los puestos que rodean a la plaza. Mientras el sol arrecia y un mariachi toca para pocos en un templete que recibiría al candidato.
 
Nunca sube a él. Cuando llega, rodeado de su batucada juvenil, se queda “cerca de la gente”, y habla con dos personas en una suerte de trinidad junto a Santiago Creel y el candidato del PAN en Jalisco, Miguel Ángel Martínez Espinosa.
 
Anaya saca un papelito, Santiago Creel una pluma. El primero agradece la facilidad de para hacer una lista, como del súper: “leche”, “agua”, “seguridad”, escribe.
 
Son las primeras peticiones de la gente; tres personas le han exigido no olvidar esas prioridades en la región.
 
“Estamos sufriendo la terrible inseguridad , yo sufro cuando mi hijo tiene que salir a la fiesta y no llega 11, 12 de la noche”, dice al micrófono una mujer, Norma.
 
Puede que la participación pareciera improvisada, pero el candidato tiene un speech. La invita a visualizar un México, “en el que todas las familias puedan vivir seguras y en paz”.
 
“Ahora que venía hablaba con familias que me decían, ‘vengo peregrinado desde Tamaulipas,  desde el Estado de México, Querétaro, Guanajuato, Baja California. Aquí están reunidas familias de toda la Republica Mexicana’”, dijo el candidato.
 
En realidad no hubo tiempo de hablar con nadie y es poco probable que tantas familias, de tantas regiones, hayan llegado al lugar. En su recorrido, algunos se acercaban y decían, ‘no nos olvide’, pero fue rápido, para la foto.
 
 
Celaya, otro retrato
 
La foto de Ricardo Anaya junto a Mateo, su hijo, causó una reacción más espontánea. Fue tomada seis horas más tarde, a tres horas de ahí: en Celaya.
 
El músculo de los tres partidos que representa se hizo presente en el estadio Miguel Alemán Valdés. Eran militantes, gente que fue llevada en trasportes de diferentes regiones de Guanajuato: Salamanca, Irapuato, León, San Francisco del Rincón.
 
El evento duró una hora. Tuvo todo lo que suelen tener las reuniones entre políticos y seguidores: papelitos, animadores, discursos y gente cansada que –pese al calor– apoyaba unas veces sí, otras no tanto.
 
No fue una jornada fácil. Si en la mañana la indiferencia fue el obstáculo, por la tarde, lo fue el sonido fallido y el sol impetuoso.
 
“Cuando nos levantemos en un día difícil, cuando veamos que las cosas se ponen complicadas. Veamos cual es la lucha, es por ellos, por mis hijos y tus hijos”, gritó Anaya, mientras todos reaccionaban dedicando un aplauso a su hijo, quien cumplió años.
 

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