“Cuando pienso en América sólo recuerdo a alguien cuyos labios son como los pétalos carmesíes de una rosa de verano, cuyos ojos son dos ágatas marrones, que es fascinante como una pantera, y que tiene el coraje de una tigresa y la gracia de un pájaro. Qqerida Hattie, ahora me doy cuenta de que estoy absoluta,mente enamorado de ti, por los siglos de los siglos, de tu afectuoso y devoto amigo, Oscar Wilde ”.

Fueron las palabras que el escritor le dedicó a una misteriosa mujer, cuya identidad se desconocía, pero que, de acuerdo al investigador Matthew Stugis, se trata de Hattie Croker, una de las mujeres más distinguidas de San Francisco.

ABC

detalló que esta carta fue escrita en 1881, cuando , a sus 27 años, partió a América para dar unas conferencias sobre El Renacimiento inglés.

Su aventura duró dos años, recorrió 24 mil kilómetros y más de ciento cuarenta ciudades de Estados Unidos y Canadá. El tiempo suficiente para conocer y enamorarse de una joven llamada Hattie.

“Ella era brillante, entusiasta, hermosa y rica. Era la hija de un magnate del ferrocarril increíblemente adinerado y era una de las jóvenes más conocidas del lugar cuando Wilde estuvo allí”, aclaró Sturgis.

Según explica a ABC , en los meses anteriores a la redacción de la carta, el escritor sólo pasó más de una noche en una ciudad: San Francisco. Además, en una misiva posterior, este le confesaba a su amigo Sam Ward que allí había “perdido su corazón”.

Con estas pistas se lanzó a consultar el censo de la ciudad en 1880 y… voilá. Allí estaba Hattie Crocker. “Es una hipótesis, pero se sostiene con una gran cantidad de evidencias, porque además por las reseñas periodísticas de la época sabemos que sus padres asistieron a la conferencia inaugural de Wilde en Platt’s Hall, y es posible que ella estuviera allí”, matizó.

Por aquel entonces, el autor, ya había hecho el ruido suficiente como para generar noticias. “Casi desde el momento de su llegada hubo especulaciones sobre la vida amorosa de Wilde y la posibilidad de que se llevara a “una niña estadounidense” a Inglaterra como su esposa. (...) Su madre esperaba que él regresara de Estados Unidos con una novia, pero sus agitados planes de viaje y el constante escrutinio de la prensa no fueron propicios para el romance”, escribe Sturgis en Oscar: A Life , su biografía del literato que se publicará en octubre en Inglaterra.

Cuando un periodista le preguntó sobre su vida privada, él respondió con cansancio: “Ojalá tuviera una”. Frente a otro, lamentó que cualquier futura señora Wilde siguiera siendo “un sueño, un sueño”, continuó.

En los ensayos que escribió sobre su periplo americano, Wilde dedicó muchas líneas a las mujeres estadounidenses. De ellas decía que tenían un “bello encanto”, y que el secreto de su atractivo residía en que se creían realmente guapas.

Sin embargo, apunta, no parece que él estuviera realmente enamorado de Hattie, sino más bien que deseaba sentir un amor imposible y, por ende, profundamente romántico.

“Él adoraba las grandes declaraciones. Le encantaba la idea de estar enamorado. Y había cierta deliciosa irresponsabilidad en poder declarar el amor eterno por alguien, dejarla atrás y viajar por todo el país sin la posibilidad efectiva de volver a verla”, opinó Sturgis.

De hecho, la carta de Wilde a Hattie marcaba el final de una supuesta relación , más que el principio. Ese “ahora me doy cuenta” nos remite a un lamento, a una oportunidad perdida filtrada por la nostalgia. Aquella misiva se convirtió en un recuerdo, otro más, con el que alimentar el relato de su vida, tan literario, por otra parte.

Dos años más tarde , Wilde contrajo matrimonio con Constance Lloyd, que se convirtió en la madre de sus dos hijos. Lo que pasó después es bien conocido: su romance con Lord Alfred Douglas, su condena a dos años de trabajos forzados por conducta indecente, la decadencia que siguió a la cárcel, y su prematura muerte en París el 30 de noviembre de 1900 a causa de una meningitis.

Por su parte, Hattie Crocker se casó con un rico estadounidense en 1887 y se mudó a Nueva York, a una majestuosa mansión de Manhattan que le había regalado su padre. Poco más se sabe de ella, salvo que viajó por Europa y que también murió en París, pero en 1935. No hubo más cartas.

akc

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