“Dar clases a distancia ha sido una experiencia extraña, en especial para los profesores de mi edad: ¿cómo no habría de serlo? Tengo 70 años e imparto una de las asignaturas pequeñitas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM , dentro del colegio de Letras Hispánicas ; se llama ‘Poesía en lengua española’ y nunca tengo muchos alumnos. Doy solamente dos horas de clase a la semana y posiblemente es el momento más satisfactorio que vivo fuera de mi casa.

La presencia de los alumnos y del profesor hacen que a esas reuniones las llamemos ‘clases presenciales’; la frase no es bonita pero describe lo que se quiere describir. En cambio, las clases virtuales o ‘a distancia’, sin borrar las presencias, las alejan. No estoy seguro de que esa lejanía sea buena, favorable, productiva; lo que sé es que el conocimiento literario puede trasmitirse de muchísimas maneras, y esta de ahora es solamente una de esas vías que no previmos y que ya está entre nosotros, posiblemente por largo tiempo.

Sospecho que la excitación y las diversas, convergentes o divergentes actitudes y opiniones acerca del hecho tienen mucho que ver, demasiado, con el uso de artilugios técnicos; a mí todo eso no me emociona especialmente, pero entiendo que esos sentimientos estén tan extendidos.

Debo decir, eso sí, que los alumnos han sido increíblemente solidarios conmigo y me han tenido mucha paciencia; se echaron encima la fatigosa tarea de enseñarme a utilizar esas herramientas y se los agradezco. Yo hubiera preferido conversar con ellos de poesía, poemas y poetas; pero a lo largo del curso lo haremos. Este semestre estudiaremos la poesía juvenil de Jorge Luis Borges, recogida en tres libros a los que no se hace mucho caso”.

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