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Hay sentencias puntuales en los dichos de César Aira, verdades supremas sobre las que apuntala su literatura, sus más de 50 libros publicados: “lo mío tiene más de poesía que de narrativa estricta”, “las historias que a mí se me ocurren tiene ese formato de menos de 100 páginas” o “la imaginación es un campo de libertad y también tiene algo de patológico”. El escritor que ha decantado siempre por la brevedad y por la densidad es uno de los invitados principales del Hay Festival Querétaro.

La novela breve ha sido su apuesta de vida y la imaginación su fuerza. “La imaginación es un campo de libertad y también tiene algo de patológico en el sentido de que yo fui un niño maltratado, miope, todo lo que hace que uno necesite escapar por algún lado, evadirse; yo me evadía con los libros de Salgari, con las aventuras de Sandokán, después creo que seguí evadiéndome con mis propias historias”, dice en entrevista.

El narrador nacido en Coronel Pringles, Argentina, en 1949, advierte que piensa en sus relatos como una película, como una sucesión de cuadros. Además, dice, escribe muy despacio, cada frase, incluso, la piensa durante media hora.

Los premio como el Nobel de Literatura, cree, son una condena. “A mí nunca me van a dar uno de esos premios. Pueden ser una condena de por vida, como le pasó a Borges y a tantos”. Cada mes de octubre su nombre está en la lista de las casas de apuestas para el Nobel.

Su visita a Querétaro y a la Ciudad de México —en donde estará la próxima semana—, coincide con la salida de dos nuevas ediciones en Era, su casa mexicana. Se trata de Entre indios y Liebre, pero también coincide con que ha sacado dos nuevas novelitas en Chile y en Argentina: Una aventura y Eterna juventud.

A pesar de la brevedad deseada Liebre, por ejemplo, contiene todo un mundo.

Es una novela que escribí demasiado velozmente. Me asusta pensar qué joven era, qué energía tenía. Yo había publicado tres, cuatro, cinco libros pero estaba todavía en ese momento de empezar mi carrera literaria y se anunció un premio literario muy importante, se anunció con gran publicidad y con mucho dinero que me venía bien, mis hijos acababan de nacer y yo trabajaba mucho como traductor, entonces dije: “qué bueno va a ser esto”, pero sólo faltaba un mes para la entrega del material.

En esos 30 días pensé la historia y la escribí toda, la escribí, la pasé a máquina, hice fotocopias y la mandé. Fue un récord. Y de lo poco que recuerdo de esa novela es que hay un momento en que tendría que haber habido una guerra, una confrontación de tribus y me dije: “no tengo tiempo”. Creo metí a los indios en un túnel, lo arreglé con tres pases mágicos y ahí se terminó. Lamentablemente no gané pero todos los jurados hablaron muy bien de mí, me dieron una especie de premio de consuelo.

¿Qué significa leer esta historia más de 25 años después?

Yo no releo mis libros, los olvido naturalmente, así que no sé; tengo un recuerdo vago, difuso, creo que hoy escribo mejor, no sé, pero la confianza que uno tiene siendo joven, la confianza en uno mismo, eso también da un mérito literario. Hoy día la desconfianza crece cada vez más, cada día me siento más fracasado, y eso también debe reflejarse en las novelas que probablemente tienen una dosis mayor de melancolía, de cierre. Antes era todo abrirse, ahora es todo cerrarse.

Pero en sus historias prevalece un gran optimismo.

Puede ser por el hecho de la alegría que me da escribir, el gusto que tengo por escribir que no es tan común. Hay escritores que sufren o dicen que sufren, pero para mí el trabajo del escritor es placentero. A la mayoría les gusta ser escritores por estar en estos festivales, viajar por el mundo, que les hagan entrevistas, pero para eso hay que escribir y me da la impresión de que eso no les gusta tanto. En mi caso es todo lo contrario, me encanta.

¿Es optimista a pesar de todo?

Bueno sí, creo que heredé de mi padre el buen carácter, pero también ese distanciamiento un tanto irónico de ver las cosas siempre con cierta lejanía, no verse siempre con tanto problema por nada, no tomarse en serio las opiniones. Ahora en mi país hay una exasperación política, el que no odia, ama. Y yo eso lo veo tan desde lejos, no diré desde arriba, más bien desde abajo pero lejos. En realidad no me importa.

¿No es que tenga que ver con un desinterés en la realidad, en la política, en las problemáticas?

La política no es la realidad, es casi lo contrario; es una realidad de las ideologías. A mí me gusta la realidad real, las cosas, los objetos, por eso pienso que el mundo digital tiene poca vida, que el mundo digital es secundario, el mundo digital ofrece representaciones de las cosas, creo que el ser humano no se va a contentar con eso, va a querer volver a la belleza del objeto en sí, no de la imagen en la pantalla. El objeto volverá con fuerza.

¿Siempre ha tratado a la literatura con respeto y devoción?

Sí, yo empecé con la literatura y durante muchos años pensé que me había dedicado a la literatura por descarte, porque no podía hacer lo que realmente creía que me habría gustado hacer. Hacer cine, hacer pinturas, hacer artes plásticas, hacer música; ser un astro del rock, ser Godard, ser Jackson Pollock o Andy Warhol. Si yo no podía ser eso, lo único que tenía era mi lapicera y mi cuaderno.

Con el tiempo me di cuenta que era todo lo contrario, que la literatura es la reina de las artes, la más difícil, la más completa y que con la literatura se puede hacer todo lo demás, uno hace cine, hace artes plásticas, hace música escribiendo y creo que yo he hecho todo eso.

¿No hay nada que se le escape, ha escrito de todo, le interesa todo?

Sí, sí, soy muy amplio en mis intereses, también soy generoso como lector, todo me gusta. Tiene que ser muy malo o tiene que haber algo muy antipático en un autor o en libro para que no me guste, en general me adapto. Siempre en las entrevistas digo: “no me hagan preguntas ni de política ni de futbol”, pero a todo lo demás estoy abierto.

¿Odia la política y el futbol?

Los odio quizás como reacción a la pasión de mi país, a la pasión loca, excesiva por esas dos tonterías.

¿Escribes a contra corriente?

Me gustaría decir que soy el único normal y que todos los demás están equivocados, pero no, debe ser todo lo contrario, pero en fin.

¿Te gustaría morir escribiendo?

Sí, sí. No quiero morir tan pronto, pero a veces he pensado que inevitablemente con la edad disminuyen las facultades mentales o uno ya no tiene la energía, la fuerza y la capacidad, y a mí se me están desencajando todas las neuronas, me olvido de los nombres, me olvido de las palabras. Pero hasta ahora creo que la generosidad del escritor está en seguir escribiendo hasta el final, no dormirse sobre el prestigio ganado, sino seguir.

Hace poco, en Estados Unidos, en una charla donde me hacían preguntas sobre esto, dije en inglés: que estaba dispuesto a “enjoying my decadence”, y es así: me dedico a gozar mis decadencias.

¿Decadencia cuando no para de publicar?

Bueno. Hay dos novelitas en Chile y Argentina que acaban de salir. Una cosa rara que se llama Una aventura, es un hombre que ha tenido una aventura en su vida y quiere dejar un monumento que rememore esa aventura pero que nadie se entere qué aventura fue; y la otra es una novela de indios, que se llama Eterna juventud. Las he escrito gozando de mi decadencia.

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