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La novela Adiós, Tomasa, del escritor Geney Beltrán, inicia con el desgarrador relato de una joven secuestrada y violada por hombres dedicados al narcotráfico. Un crimen que trastoca la vida de la familia Carrasco Heras y de Tomasa, su empleada doméstica. Una historia que se adentra en la profundidad de un pueblo duranguense pobre de los años 80, marcado por la violencia.

Con esta novela, publicada por Alfaguara, Beltrán Félix (Durango, 1976) salda una deuda con su propia historia familiar. “Me dediqué a la literatura por esta historia. A los 15 años leí Cien años de soledad y decidí que me dedicaría a escribir y que mi primera novela sería Adiós, Tomasa. La primera versión la tiré y me dediqué a escribir otras cosas. Hace ocho años la retomé y ahora saldo esa deuda”, dice.

El autor de Cualquier cadáver y Cartas ajenas, ganador de los premios Ensayo Joven José Vasconcelos y Bellas Artes de Narrativa Colima, explica que no se trata de una autobiografía ni de una crónica familiar, pero sí parte de un hecho real. “Lo que pasó cimbró muchísimo a la familia porque era una persona muy querible”.

La historia es contada a través de la mirada de un niño, Flavio, un personaje que le permite cuestionar la violencia normalizada.

“No sólo quería retratar la violencia normalizada en los pueblos de la sierra, también me interesaba retratar los aspectos de la ternura, del apego, de la esperanza porque cuando se habla de la violencia rural se crea la idea de que en los pueblos se piensa todo el tiempo en muerte y dinero. Yo quise mostrar que hay ternura en el infierno, que no hay balaceras todas las tardes, pero sí hay hombres que siembran droga y se convierten en los machos alfa en un pueblo sin ley que creen que tienen el derecho de raptar a una muchacha. Por eso la mirada infantil es importante, es la que permite cuestionar una violencia que en los adultos es normal”, dice.

En Adiós, Tomasa hay distintas formas de violencia, como la homofobia, o la que se puede advertir en el lenguaje; además, dice, está dirigida a los lectores a quienes les resulta lejana esa realidad vigente. “Nosotros documentamos la violencia, la literatura hispanoamericana tienen una tradición de grandes escritores que han retratado la miseria, pero no hemos logrado que eso cambie, quizá hemos conseguido crear una determinada conciencia en las capas ilustradas de la sociedad, pero lo que le pasó a Tomasa hace 30 años le sigue pasando a las mujeres. Quiero que el lector sienta la impotencia, la frustración, el miedo de estas historias, quiero que el lector asuma una postura política y una conciencia de que hay mucho por hacer”.

Beltrán apela a que los lectores puedan visualizar que sus personajes son personas de carne y hueso, y que sean críticos de la violencia hacia las mujeres y a los niños. Otro de los aspectos que le interesaba rescatar es el habla popular y los regionalismos. “Una vez leí a Elmer Mendoza con una expresión del norte que sólo pude recordar gracias a él. Ha ocurrido que lo rural está presente en lo urbano gracias a la migración, llevamos tres décadas que de la sierra de Durango se muda a Sinaloa porque ya no pueden vivir con la violencia; de modo que ahora escuchamos que palabras como vato ya se usan hasta en la Ciudad de México”.

Beltrán advierte que Tomasa es un personaje en el que todos proyectan sus deseos, ilusiones y frustraciones. “La sociedad proyecta en las mujeres su mundo desde siempre. He estado leyendo y estudiando a autoras que han abordado aspectos de la vida puertas adentro. Es muy difícil hacer verosímil un mundo si sólo predomina una visión. No quería un pueblo de almas en pena”.

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