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Invención, fake, autor inexistente, trampa y acción testimonial son las palabras que más abundan en el relato de Joan Fontcuberta; sin embargo la idea más recurrente y que es eje de todo el entramado que el fotógrafo puso a prueba en su proyecto A chupar del bote, autoría de un tal Ximo Berenguer, tiene que ver con demostrar hasta qué punto el mercado del arte no es más que una construcción artificial en muchos de los casos.

Fontcuberta inventó a un fotógrafo, inventó su vida y su obra, le dio al menos tres biografías en Internet, contó su historia de fallecimiento, recreó un universo del fotógrafo desconocido al que la muerte temprana le arrebató la gloria; escribió cartas, le montó exposiciones en galerías y museos, generó un furor entre coleccionsitas y críticos de arte; los museos se volcaron a comprar imágenes de ese fotógrafo inexistente, los medios le dedicaron portadas enteras; incluso Fontcuberta le publicó un libro y creó todo un fenómeno artístico a partir de una fake. “Es una especie de acción testimonial sobre los entramados que mueven el mundo del arte. Yo entiendo el arte, por un lado, como un laboratorio de ideas, pero también como una especie de industria cultural llevada al entretenimiento, como un mercado de bienes que producen transacciones millonarias”, afirma el artista en entrevista.

Joan Fontcuberta ha hecho varios proyectos a partir de las fake y éste, protagonizado por un fotógrafo inexistente llamado Ximo Berenguer —que tiene texto de otro autor inexistente llamado Manolo de la Mancha—, es sin embargo la crítica más feroz al arte de Fontcuberta, quien es el autor tanto de las imágenes que recogen la vida en el music hall El Molino, como del texto que, dice, escribió muy al estilo de un autor que ama: Manuel Vázquez Montalbán.

La crítica al sistema del arte cimbró al sistema del arte. “Demostré que si yo era capaz, con medios relativamente modestos de inventarme a un artista y en cumbrarlo por encima de museos importantes y de coleccionistas y reseñas de críticos importantes... de qué no podría ser capaz ese sistema y hasta qué punto el arte no es más que una cuestión de marcas y de mercancías y de marketing y del entramado de autoridades y de personas que canonizan un determinado producto. Este proyecto tenía una crítica del mercado artístico”, señala Fontcuberta en entrevista previa a la presentación de su obra en la Feria Internacional del Libro del Zócalo.

Las obsesiones de Toscana. Ayer, también en la FIL Zócalo, el escritor David Toscana presentó su novela Olegaroy, con la que en marzo ganó el Premio Xavier Villaurrutia y recién obtuvo el Premio de Novela Elena Poniatowska. En conversación con su amigo y colega Eduardo Antonio Parra, Toscana aceptó que en esta novela se cristalizan muchas de sus obsesiones: El Quijote, la muerte, la incapacidad de resolver la propia vida y el crimen sin solución.

“Esta novela llevó todos esos temas a un plano más consciente. La novela trata de un personaje muy simplón que a los 53 años sale a la vida y empieza a hacer preguntas”, asegura Toscana, quien reconoce que esta es la novela en donde más invita al lector a reflexionar, a pesar de que siempre sus novelas llaman a filosofar.

David Toscana le dijo a Parra que el tema que más le interesa como lectura es la filosofía. pero más que como lectura, le interesa filosofar; y hay otra cosa que le gusta plasmar en sus novelas: la nostalgia del pasado. “Nunca he escrito sobre el Monterrey del presente, yo siempre voy al Monterrey de mi infancia, el del pasado”.

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