Continuemos con los empiristas… Thomas Hobbes fue también uno de los pensadores influyentes de la filosofía política moderna, marcó un hito en la reflexión sobre el poder, la sociedad y la naturaleza humana. La obra más conocida del filósofo es “Leviatán”, que nos ofrece una visión profunda y controvertida sobre la necesidad de un gobierno fuerte para garantizar la estabilidad social frente a los impulsos naturales del ser humano. Nada nuevo bajo el sol… A partir de nuestra naturaleza humana, según Hobbes, existe una visión pesimista de todo. Hobbes sostiene que los seres humanos son, “por naturaleza”, egoístas y movidos por el deseo de autopreservación. No está errado.

Hobbes describe al hombre como un ser impulsado por pasiones como el miedo, el deseo de poder y la búsqueda de gloria. Los individuos actúan racionalmente cuando buscan maximizar su propio interés, pero esta racionalidad individual no garantiza la armonía colectiva. Hobbes argumenta que, en ausencia de una autoridad central, los seres humanos se encuentran en un “estado de naturaleza”, un escenario hipotético donde no existen leyes ni instituciones que regulen la conducta. En este estado, cada individuo tiene un derecho natural, sobre todo, lo que lleva a una competencia constante por recursos, seguridad y prestigio.

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Crédito: animalia-life.club
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El resultado, según el filósofo, es un estado de guerra perpetua, descrito célebremente como “bellum omnium contra omnes” [la guerra de todos contra todos]. En este contexto, la vida humana es, según Hobbes, “solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve”. Para este no hay romanticismo en la condición natural; es un caos que solo puede superarse mediante la intervención de un poder superior. Su pesimismo no es, sin embargo, absoluto.

Por otra parte, Hobbes cree que la razón humana, al reconocer los peligros del estado de naturaleza, impulsa a los individuos a buscar una solución colectiva para garantizar la paz. Y así, la solución propuesta por Hobbes al caos del estado de naturaleza es el “contrato social”, un acuerdo racional entre individuos para ceder sus derechos naturales a una autoridad soberana. Este contrato no es un evento histórico, sino un constructo teórico que explica la legitimidad del gobierno. Al renunciar al derecho ilimitado, sobre todo, los individuos aceptan someterse a un soberano que, a cambio, garantiza la seguridad y el orden. Este soberano, al que Hobbes denomina “Leviatán”, puede ser un monarca o una asamblea, pero debe poseer un poder absoluto e indivisible para ser efectivo.

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El Leviatán representa una de las ideas más radicales de Hobbes. A diferencia de las teorías políticas previas, que a menudo justificaban el poder en términos divinos o tradicionales, Hobbes fundamenta la autoridad en un acuerdo racional entre individuos. Sin embargo, su defensa del absolutismo ha generó críticas. Al otorgar al soberano un poder ilimitado, Hobbes parece eliminar cualquier posibilidad de resistencia legítima contra la tiranía. Él argumenta que cualquier forma de desobediencia al soberano, salvo en casos extremos donde la vida del individuo esté directamente amenazada, socava el propósito mismo del contrato social: la preservación de la vida. ¿Cómo trasladamos esto a nuestro tiempo?

El contrato social de Hobbes es, por tanto, un acto de racionalidad colectiva que prioriza la seguridad sobre la libertad individual. Esta priorización refleja su visión de que la libertad absoluta en el estado de naturaleza es insostenible, ya que conduce al conflicto y la inseguridad. Sin embargo, su énfasis en el absolutismo plantea preguntas sobre el equilibrio entre autoridad y libertad, un debate que sigue vigente en la filosofía política.

Ahora bien, como en todas las épocas, el pensamiento de este filósofo no puede entenderse sin considerar el contexto histórico en el que vivió. Inglaterra en el siglo XVII estaba marcada por la inestabilidad política, especialmente durante la Guerra Civil Inglesa [1642-1651], un período de conflicto entre monárquicos y parlamentarios. Su filosofía es pues, en parte, una reacción al caos que percibió en su entorno, así como una crítica a las ideas religiosas y aristotélicas que dominaban el pensamiento político de la época. Él también se vio influenciado por el emergente racionalismo y el método científico. Su enfoque materialista, que reduce los fenómenos humanos a movimientos físicos y deseos, refleja una ruptura con las concepciones teológicas tradicionales.

Así, las ideas de Hobbes siguen siendo relevantes en el debate filosófico y político actual. Su concepción del estado de naturaleza puede interpretarse como una metáfora para los conflictos internacionales en ausencia de una autoridad global. En un mundo donde los Estados compiten por recursos y poder, el análisis del filósofo sobre la necesidad de un orden superior resuena en discusiones sobre gobernanza global y cooperación internacional [me recuerda a Platón]. Asimismo, su defensa del contrato social ha influido en teorías modernas del Estado.

En la actualidad, la tensión entre seguridad y libertad, central en el pensamiento de Hobbes, sigue siendo un tema candente en debates sobre vigilancia estatal, derechos individuales y políticas antiterroristas. Por ejemplo, las medidas de seguridad implementadas tras eventos como el 11 de septiembre de 2001 o la pandemia de COVID-19 han reavivado preguntas sobre hasta qué punto los ciudadanos están dispuestos a ceder libertades a cambio de protección. Por otro lado, la visión pesimista de Hobbes sobre la naturaleza humana plantea cuestiones éticas y psicológicas. ¿Es el ser humano intrínsecamente egoísta, o son las estructuras sociales las que moldean este comportamiento?

Por cierto, aunque Hobbes permite la desobediencia en casos de amenaza directa a la vida, su modelo no ofrece mecanismos claros para corregir los abusos del soberano, lo que lo hace incompatible con las democracias modernas, donde los controles y equilibrios son fundamentales. Ahora pensemos en qué mundo vivimos, ¿se asemeja al mundo de Hobbes?

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