Para mi amada Nadia, a ocho años de su partida.

Dicen que “uno pone, Dios dispone, y llega el diablo y lo descompone”, así que, tras una inesperada e involuntaria pausa, aquí me tienen de vuelta, para comentar un par de eventos que, por su importancia, sería injusto abandonar en el tintero ya que, justamente, involucran a varios de esos héroes sin capa que, con su trabajo diario, son los que “hacen Patria” en estos momentos en los que tanta falta nos hace.

El primero fue el recital ofrecido el 20 de agosto por el tenor Oscar de la Torre y el pianista Sergio Vázquez en el Teatro Macedonio Alcalá de La verde Antequera, a donde viajé para escuchar un exquisito Concierto Hommage para conmemorar los 180 años del nacimiento de Fauré, los 150 años de Hahn y Ravel, los 140 de María Grever y el 150 aniversario luctuoso de Bizet. Entreveradas entre varias chansons de Poulenc, Hahn, Ravel y arias de Bizet, Verdi, Donizetti y Lehar, florecieron lo mismo una barcarola de Fauré y las Impressoes seresteiras de Villa-Lobos que la paráfrasis de Rigoletto de Verdi-Liszt, espléndidamente recreadas por Vázquez; para mí, lo mejor fueron las entrañables canciones de María Grever reunidas en un acertado ramillete confeccionado por Vázquez, quien más que acompañante, se consagró como un refinado interlocutor.

“Óscar de la Torre, tenor mexicano celebrado internacionalmente, ha interpretado más de 150 veces Carmina Burana, actuado en escenarios como el Musikverein de Viena y el Palacio de Bellas Artes, y recientemente fue distinguido como Doctor Honoris Causa (2024).” Crédito: Página oficial del artista
“Óscar de la Torre, tenor mexicano celebrado internacionalmente, ha interpretado más de 150 veces Carmina Burana, actuado en escenarios como el Musikverein de Viena y el Palacio de Bellas Artes, y recientemente fue distinguido como Doctor Honoris Causa (2024).” Crédito: Página oficial del artista

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Todo esto suena muy bonito, pero no saben el temor que me agobió cuando, antes de que iniciara el concierto, vi que quienes llenaban el teatro eran, en su mayoría, niños, ya que este concierto impulsado por ese paradigma de melómano y funcionario que es Martín Vázquez Villanueva –regidor de Cultura y Educación del municipio de Oaxaca de Juárez- estaba dedicado a los hijos del personal policiaco y las infancias locales. Además de sorprenderme con el buen comportamiento que mantuvieron durante todo el concierto, me hicieron añorar con tristeza aquellos tiempos cuando el público que iba a Bellas Artes llegaba puntual, sin entrar y salir chancleteando de la Sala en los momentos menos indicados ni, mucho menos, pasársela chacoteando e ingiriendo chicharrones a media función, como ocurre actualmente.

No es primera vez que, desde los distintos cargos que ha ocupado, he asistido a conciertos memorables que el gran Martín Vázquez ha organizado para enriquecer el ya de por sí amplio horizonte cultural de sus coterráneos y eso, también es hacer Patria. ¡Qué maravilloso sería que cada Estado tuviera un ciudadano tan comprometido con la Cultura como él! De tan mínima e imprescindible estirpe recuerdo y agradezco el legado de personajes como Gilda Appedole de García (+), Lorenza Dipp Reyes, Verónica González Casas, Liliana Melo de Sada, Adolfo Patrón Luján (+), Sergio Alejandro Matos o Vicente Melo del Río (+), cuyas acciones –tantas veces arriesgadas-, mecenazgos y amplitud de miras cambiaron para bien la vida de tantas personas.

No menos importantes son quienes, sin la holgura económica de aquellos, hacen milagros con base en su creatividad y su talento; para no ir muy lejos, durante el recién concluido mes de agosto hemos podido atestiguar una admirable muestra de ello de la cual hablé en mi entrega pasada, el montaje de La perra chola, evento inaugural del Primer Festival de Ópera de la Ciudad de México, echado a andar por la imparable Martha Llamas y Oswaldo Martín del Campo, su compañero de empeños. Hoy intentaré pormenorizar algunos detalles en torno a su clausura: el 24 de agosto se realizó en el Teatro Javier Barros Sierra del Centro Cultural Acatlán de la UNAM el estreno mundial del Tríptico Mexicano del versátil y talentoso Rodrigo Macías, ampliamente reconocido en su faceta como director de orquesta y actual titular de la Orquesta Sinfónica del Estado de México, pero poco conocido como compositor.

Macías ha dado pruebas fehacientes de su pasión por el género operístico. Tras su intempestivo debut dirigiendo Tosca en el Degollado en 2008, al sustituir de última hora al Maestro Patrón de Rueda, le he visto concertar desde óperas de cámara como las farsas rossinianas con las que ha “puebleado” por el Estado de México, hasta títulos de gran formato como El oro del Rin o el estreno nacional de La ciudad muerta, pero me faltaba escuchar su propia voz y, lo admito públicamente, sabiendo su afinidad y compromiso con la música contemporánea, temía que sus composiciones fueran otra de esas insufribles concatenaciones de ruiditos como las de Juan Trigos o Marcela Rodríguez, pero ¡voilá! cuál no sería mi feliz sorpresa al escuchar que, arropado en un moderno lenguaje confiado a una mínima dotación instrumental a cargo de un piano, un clarinete y percusiones, florecía una línea melódica en la que el tratamiento vocal no podía ser más terso e idóneo para las aptitudes particulares de cada uno de sus intérpretes.

Con base en los libretos redactados por Oswaldo Martín del Campo, tan distantes de la grandilocuencia escénica a la que proverbialmente remite el término, los tres incisos que conforman este Tríptico Mexicano son, más que “óperas” o arias en el sentido tradicional, monólogos donde la palabra se fusiona con el canto para narrar momentos íntimos que resultaron claves en la vida de tres personajes cuya existencia marcó nuestra historia. Para su representación, Martín del Campo refrendó que, cuando hay idea y oficio, pocos recursos bastan para vestir la escena: un mínimo atrezo, una iluminación bien puesta y –lo más valioso- un trazo inteligente. La primera de estas óperas, Marinero, versa sobre Gonzalo Guerrero y es la que posee el lenguaje musical más ríspido de las tres. Estuvo confiada al tenor Alejandro Luévanos, en tanto que el barítono Alejandro Parra prestó su voz a Fidel Castro en Café Habana, el segundo de estos breves episodios cuya duración rondó alrededor de los diez minutos cada uno.

Con una duración que apenas excede la media hora, Nueve estrellas es la más extensa de las tres y aborda los últimos minutos en la vida de Rosario Castellanos. Es, también y por mucho, el inciso más decantado hasta el momento, ya que el propio Macías considera que lo que escuchamos es, todavía, una obra en proceso: cuando esté terminada constará de cuatro partes, se llamará Mosaico Mexicano y el inciso restante estará dedicado a Guillermo González Camarena si no es que –hago votos- reconsidera los comentarios de cuantos celebramos la belleza de Nueve estrellas y acaba haciendo de ella un título más amplio e independiente.

El personaje da para ello, y más si Macías lo hace pensando en las extraordinarias facultades vocales e interpretativas de Itzeli Jáuregui, la mezzo que encarnó a Castellanos en esta función durante la cual no dejaba de pensar que los auténticos héroes de nuestra cultura no son los funcionarios que no han sabido defender su cada vez más mermado presupuesto, sino artistas como éstos, que día a día ennoblecen a México.

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