Los libros han sido un medio fundamental para conservar, transmitir y renovar el conocimiento. Sin embargo, con el paso de los siglos, la idea del libro ha trascendido la referencia a un mero objeto material para convertirse en un signo de sabiduría, libertad, desarrollo intelectual, esparcimiento emocional y, ¿por qué no?, un símbolo de felicidad.

En este proceso de resignificación del libro han intervenido las metáforas de los grandes escritores. Así, por ejemplo, Cicerón lo equiparaba con el alma humana, y para san Isidoro de Sevilla los libros eran las armas de los sabios. Francis Bacon los comparó con alimentos masticables y digeribles, mientras que Sor Juana vio en ellos los muebles de la mente. En esta línea, para Emily Dickinson los libros eran navíos que nos transportaban a tierras lejanas, y Marguerite Yourcenar los comparó con semillas que duermen “en la tierra de la memoria, hasta que alguien las hace germinar”. En el mismo sentido, Umberto Eco afirmó que “El libro es como un árbol: sus raíces están en la tradición, su tronco es la escritura y sus ramas se extienden hacia todos los lectores”.

La cita es del artículo Por qué los libros prolongan nuestras vidas de Umberto Eco, publicado en La Nación en 1997. Crédito: Universidad de Salamanca.
La cita es del artículo Por qué los libros prolongan nuestras vidas de Umberto Eco, publicado en La Nación en 1997. Crédito: Universidad de Salamanca.

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Las bellas imágenes anteriores subrayan la importancia de los libros porque son esenciales para cultivar capacidades cognitivas y emocionales, fortalecer la autonomía en el aprendizaje, ampliar los horizontes culturales y construir comunidades lectoras dentro y fuera de las escuelas. Se lee para adquirir conocimientos, pero también para comprender el mundo y transformarlo, como lo proponía el pedagogo brasileño Paulo Freire.

Pero el culto al libro y el ímpetu lector requieren de alicientes, apoyos y reconocimientos. Los niños y jóvenes adquieren el gusto por la lectura si hay libros en sus casas y si ven a sus padres leer; más tarde, el dinamismo lector se acentúa en la escuela si las y los maestros leen e inspiran ese gusto al estudiantado.

Y aquí aparece el factor de la proximidad o el acceso oportuno a los libros, como un acto de justicia y de generosidad hacia nuestros jóvenes, porque –dice el escritor Antonio Muñoz Molina– “No hay regalo más íntimo que un libro: [con él] das parte de tu memoria, de tu pasión, de tu manera de estar en el mundo”.

La donación de libros, sin embargo, debe acompañarse de estrategias que favorezcan la habilidad lectora. Por ejemplo, a veces es estimulante leer en voz alta; luego se podrá inducir el comentario libre sobre los textos leídos, procurando recuperar aquellos pasajes que susciten experiencias vicarias. De igual manera, es importante que cada quien, entre niños, jóvenes y adultos, elija su propio tempo de lectura. También influyen en este proceso factores como la iluminación, la postura física y el estado de ánimo.

Desde luego, se deben variar los temas y los géneros discursivos. De la literatura hay que echar mano de novelas, cuentos, fábulas, leyendas, ensayos y poemas, pero también se puede suscitar el interés por textos expositivos de ciencias y humanidades. Lo importante es despertar la curiosidad y establecer rutinas de encuentro con los libros, sin olvidar que todo hábito es producto de la constancia, la creatividad y el disfrute.

Los grandes lectores recomiendan la lectura por placer. Michel de Montaigne pensaba que los libros son una fuente de entretenimiento agradable, plenos de belleza, gracia y conocimiento vital. Emerson observaba que el placer de leer consiste en dar vida a la palabra heredada para convertirla en pensamiento vivo, y Borges conjeturó que los libros son una forma de felicidad. Entonces, parafraseando a Heidegger, diremos que los libros, como la palabra, son la casa del ser.

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