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Enrique Bejarano Vidal tuvo su primera clase de ballet cuando era muy pequeño, tendría unos cinco años cuando acudió a una academia de danza clásica. La danza y el arte siempre habían formado parte de su realidad. Sus dos hermanos, Edgar y Rafael, son bailarines. Sus padres, Patricia y Edgar, son artistas plásticos y escultores. Pero él no se sintió cómodo ante la rigidez de esta disciplina artística y la abandonó unos meses después. No pasó mucho tiempo cuando Enrique aceptó que el ballet se había convertido en un deseo real.

“A los seis años le dije a mis papás que sí quería estudiar danza. No tuve duda alguna. El ballet ya estaba en mi sangre. Si antes no me había gustado fue porque no quería que me regañaran, pero yo sabía que lo que yo deseaba era bailar. El primer ballet que fui a ver fue El Cascanueces. Años después tuve la gran oportunidad de bailar el rol del hermano pequeño de Clara, con el Ballet de Jalisco, en el Teatro Degollado. Fue un gran sueño cumplido para mí”, dice el joven bailarín de 15 años de edad.

El joven tapatío ganó recientemente el Youth America Grand Prix en Nueva York, en la categoría Junior, se trata de uno de los concursos más importantes de la danza clásica con el que se logran catapultar muchas jóvenes promesas de la danza, como Isaac Hernández, quien también obtuvo el primer lugar, y Esteban Hernández, quien consiguió el segundo sitio. A raíz de este premio, Enrique Bejarano obtuvo una beca en la Academia de Danza Princesse Grace, en Montecarlo, en donde radicará a partir de septiembre. El objetivo dice, es volver a México convertido en una estrella de la danza internacional.

El 21 de julio se llevará a cabo una gala de recaudación para su viaje y estancia, organizada por su hermano Rafael, bailarín de The Washington Ballet Studio Company, y se realizará en el Conjunto de Artes Escénicas de Guadalajara, con un elenco internacional. El año pasado, Enrique estudió en la Escuela de Ballet Fernando Alonso de Cuba y ganó la medalla de plata en el Concurso Internacional de Ballet en abril de 2017, en La Habana.

El camino que ha recorrido Enrique ha sido largo. En Jalisco ha estudiado con la Academia de Danza Doris Topete y con Ana Torquemada. Ha participado en diversos concursos como Dance Educators of America, en donde obtuvo plata, entre muchos otros. A partir de su participación en el Festival Internacional de Danza Córdoba, famoso porque asisten maestros de muchas academias internacionales en busca de talentos, se le han ofrecido decenas de becas pero no ha podido acceder por falta de recursos.

“Los bailarines trabajamos con nuestras sensaciones, importa mucho la técnica, pero también es muy importante aprender a gozar el escenario. Es un arte tan hermoso, la manera en la que te comunicas es con tu propio cuerpo. He asistido a muchos concursos y cuando los he ganado me siento muy motivado para seguir”, cuenta.

No todo ha sido fácil, dice, en la secundaria comenzó a vivir acoso escolar de parte de sus compañeros. “Nada me ha bloqueado para seguir deseando ser el mejor del mundo. Me llegaron a decir que la danza es sólo para niñas, para homosexuales, como si eso fuera malo. Mis maestros me decían que me agredían porque hay personas a las que no les gusta lo que hago. Esto no duró mucho, sólo los dos primeros años de secundaria. El tercer año ya estaba en Cuba y allá me di cuenta de que hay muchos varones en el ballet. Estar en Cuba me ayudó en muchas cosas, mis saltos y mis giros son más virtuosos”, explica.

Tocando puertas. Edgar Bejarano y Patricia Vidal, padres del joven talento mexicano, tienen clara toda la agenda de sus hijos. De la carrera de Enrique recuerdan fechas, concursos, funciones, maestros, así como todas las puertas que han tocado en busca de apoyo y todas las que les han sido cerradas. Ella también es diseñadora; él, matador de toros; y ambos se dedican al comercio para poder ser un apoyo financiero para sus hijos. Desde hace muchos años han buscado apoyos institucionales pero no siempre llegan.

Los hermanos mayores también han aportado para construir la carrera de Enrique. Han acudido a la iniciativa privada, organizan galas, rifas de una escultura y obras. Hasta ahora, coinciden los padres, una de las instituciones más solidarias ha sido la Universidad de Guadalajara.

El joven intérprete sabe de todo el trabajo que ha hecho su familia. “Aunque ellos no quieran, sé acerca de todos los sacrificios que todos hemos tenido que hacer para conseguir, por ejemplo, un boleto de avión para ir a un curso. En total me han ofrecido 68 becas internacionales, aún con dinero no habría podido acudir a todas, pero debido a que no tenemos recursos suficientes sólo he aceptado realmente muy pocas. Hay dos tipos de beca, las que pagan todos tus gastos y otra que sólo te ofrece cubrir la inscripción. También hay otro tipo de becas que son para cursos de verano y el becario tiene que pagar todo. En el primer caso he analizado muy bien lo que es mejor para mí, así es como me he decidido a ir a Mónaco”, dice.

Inspiración. En los últimos meses le han ofrecido 15 becas sólo en Estados Unidos. Tras su participación en Córdoba se le invitó a San Francisco y Washington. “En Veracruz ya me habían visto los de Mónaco y en Nueva York me volvieron a ver. Estoy muy convencido de lo que he aceptado, se trata de una gran academia que me ayudará a crecer y convertirme en el bailarín con el que sueño”.

Nombres como el de los hermanos Hernández, Luisa Díaz, mexicanos que han ocupado importantes lugares en compañías de prestigio, son también fuente de motivación. “Ellos han abierto el panorama, primero gente como Fernando Mora, Elisa Carrillo, después Isaac y Esteban, los admiro a todos. Sus disciplinas y sus esfuerzos son alas para mí. Yo quiero ser un artista, no quiero ser el que se sabe los pasos y da saltos, seré un gran artista en toda la extensión de la palabra. En cuatro años, cuando me gradúe en Mónaco, quiero buscar mi lugar en las grandes compañías. Yo he buscado esta escuela porque estoy consciente de que el mundo exige hoy a un bailarín integral, que sepa de historia del arte, del cine, que domine el clásico y sepa bailar contemporáneo. Hoy el público no sólo desea ver El lago de los cisnes, quiere ver otras cosas y los bailarines tenemos que estar listos”, explica.

La seguridad de Enrique Bejarano es firme. En su voz hay humildad y entusiasmo. Sonríe con facilidad. No tiene duda de lo que será su carrera, por eso es capaz, incluso, de pensar en lo que hará en un futuro. “Quisiera que un día, cuando regrese a México, pueda impulsar la creación de una escuela de acceso gratuito. Todos sabemos que la carrera de un bailarín es corta, te retiras alrededor de los 40 años. Pocos saben lo que tenemos que pasar para lograr lo que deseamos y hoy, para mí, el ballet es amor y pasión”.

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