El terremoto del pasado martes 19 de septiembre, nos tomó de nuevo por sorpresa y en un contexto muy diferente al de 1985. Ahora no salió del aire Televisa ni se cayeron los teléfonos fijos. Hoy, por redes, todos los que sobrevivimos estábamos viviendo en tiempo real los primeros reportes de daños. Los rumores duraban poco.

En minutos circulaban por Twitter y otras redes decenas de videos e imágenes del desastre, el mundo se enteraba en vivo de los primeros saldos del temblor. Entre las novedades de comunicación de las que ahora fuimos testigos se incluye una selfie tomada por un sujeto atrapado en los escombros que alcanzó a difundir antes de ser rescatado.

En 2017, pasamos de la brillante crónica que hizo Jacobo Zabludovsky hace 32 años desde su celular, (pegado al auto) por cierto, insólito recurso que prácticamente nadie tenía en aquel entonces, a las miles de imágenes que se subieron a Facebook o Instagram. Sin embargo, tampoco fue una actividad arrolladora tomando en cuenta los millones de dispositivos que se podrían haber utilizado. Cosa rara.

Claro que por ahí circulan videos escalofriantes de los estudiantes del Tec, quienes documentaron el derrumbe de sus propios edificios, o las imágenes de las trajineras en Xochimilco, entre muchos otros testimonios, pero tampoco inundaron las redacciones de prensa o las pantallas de televisión, insisto, cosa rara, o al menos insospechada.

Por otro lado, los fotoperiodistas de diversos medios demostraron por qué nuestro trabajo sigue siendo valioso y relevante. El fotoperiodismo profesional hizo la crónica visual mejor lograda, según yo. Pasado el susto y el momento “decisivo” del desastre, vinieron los retratos, las crónicas, las imágenes de los voluntarios y empezaron a volar los drones.

Aquí en EL UNIVERSAL toda la semana difundimos diferentes trabajos y fotografías precisamente de profesionales que documentaron por tierra y por aire el saldo del desastre; desde el primer día publicamos imágenes de Francisco Mata, así como un especial de Daniel Aguilar y otro recuento de Santiago Arau a vuelo de drone; además, claro, del estupendo trabajo que desplegaron nuestros fotógrafos en el diario. Entre todos se documentó un ángulo catastrófico del paisaje urbano de la ciudad, así como las increíbles muestras de apoyo y solidaridad de decenas de miles de voluntarios que entraron en ación desde los primeros minutos del sismo.

Entonces, a partir esto, preguntaría: ¿Qué pasó con en el fotógrafo ciudadano?, ¿la gente no quiso fotografiar el desastre?, ¿se conmovió?, ¿no pudo registrar el dolor en ese contexto?, ¿estaban ocupados en el rescate?, ¿o simplemente enmudecieron?

En fin, no es momento de sacar conclusiones, pero sí de poner en la mesa el hecho de que el tsunami de imágenes improvisadas a las que nos tenían acostumbrados en las redes sociales pasó a segundo plano frente a la mirada profesional de nuestros colegas. ¿O ustedes que opinan?

Por cierto, Francisco Mata convoca a un nuevo proyecto colaborativo para una pieza multimedia, que incluye video y fotografía fija, con lo mejor de este último terremoto para evitar que la desmemoria nos gane; si ustedes están interesados en participar pueden enviar sus imágenes a tomarlacalle@gmail.com y ser parte de esta nueva iniciativa que apenas se construye y que se lanza desde la coordinación de Difusión Cultural de la UAM. No se queden fuera.

@MxUlysses

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