A Luis González Nieto, alias el Tatos, se le ha querido presentar como el demonio que causó todos los males en el penal de Chiconautla. Para tranquilizar los ánimos, la autoridad del Estado de México anunció ayer que el tumor canceroso fue enviado a una cárcel en Gómez Palacio, Durango, y con ello el tema quedó resuelto.

Se trata de una mentira harto tramposa. El Tatos no es la enfermedad sino una roncha más de sarampión. Una de miles que pueblan las cárceles enfermas de negligencia, falta de presupuesto, auto-gobierno y una gestión desastrosa.

Chiconautla es un penal construido en el fondo de un basurero. No es metáfora. A mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, el gobierno del Estado de México decidió retirar con una inmensa pala el corazón de un vertedero, para colocar en su centro una construcción carcelaria que habría de albergar a unos mil 700 reos.

Sin embargo, la misma autoridad que tomó esa extraña decisión olvidó después cerrar el basurero. Hoy Chiconautla sobrevive custodiada por paredes de desperdicio que, por momentos, hacen insoportable el olor dentro de esa instalación, y también de los nuevos juzgados edificados para albergar el nuevo sistema penal y sus juicios orales.

Si llueve, los desperdicios bajan hacia esa cárcel. Si sopla viento, presos y custodios deben utilizar tapabocas para soportar el hedor. Si hace frío, la ropa se pone pegajosa y apesta a cáscara de plátano y pañal desechable.

En Chiconautla se tiran los desperdicios humanos junto con los seres humanos olvidados. Mientras en la ladera los camiones de basura arrojan podredumbre, bajo la montaña los reclusos están condenados a recordar todo el tiempo que son la escoria de la sociedad.

Esta prisión alberga una población 400 veces superior a la que debería. Sobreviven aquí más de 4 mil 700 reclusos. La mayoría vive en El Pueblo, la zona donde los internos visten de beige, comen rancho y duermen doce y quince por celda, a pesar de que las crujías fueron concebidas para dar alojamiento a sólo cuatro sujetos.

Rancho se llama a la alimentación detestable que dentro de ollas inmensas mezcla productos de calidad ínfima y que por su consistencia grumosa es imposible descifrar.

En cambio, los privilegiados en Chiconautla pagan una cuota semanal de ochocientos pesos para disfrutar de mejores instalaciones. Esos reclusos visten de azul y cuentan con superior nutrición y libertad.

Menos de la mitad de los internos de este penal han sido sentenciados y probablemente 6 de cada 10 son inocentes del delito por el que fueron encerrados. Porque la justicia funciona mal en los tribunales, las familias de estos reclusos visitan los miércoles y los domingos, como quien lo hace con un hermano, un padre o un marido que cayó enfermo, por obra del azar, en una sala de hospital.

La Familia Michoacana es la banda que ordena la vida en Chiconautla. Este penal se encuentra en el municipio de Ecatepec y, por tanto, ésta la banda criminal decide aquí quién vive y cómo vive cada quién. Si en este territorio criminal cae por azar alguien perteneciente a otra organización delictiva, como ,por ejemplo, El Tatos, las cosas pueden ponerse rudas.

El penal de Chiconautla cuenta con 62 custodios para hacerse cargo de vigilar a 4 mil 700 reos. Es decir, uno por cada 75 presos. El promedio recomendado por el mejor estándar internacional es de un custodio por cada diez internos. Esto querría decir que, para funcionar correctamente, este penal habría de contar con 470 custodios en vez de sólo 62.

¿Cómo se administra un centro de readaptación con tan poco personal? La respuesta es el auto-gobierno. Si los pocos custodios responsables de mantener el orden en esta instalación no quieren morir en el intento, lo que deben hacer es convertirse en concesionarios más que policías.

Concesionan la seguridad, la comida, las drogas, los espacios, las crujías, la ropa, los medicamentos y todo un largo etcétera de bienes administrados por los reos bajo la supervisión de los custodios, y todos hacen un buen negocio con ello.

La culpa de que Chiconautla esté así no es de las autoridades de esa cárcel sino del gobierno del Estado de México que confunde basureros con cárceles y, luego, apuesta porque mágicamente el dios del caos resuelva el resto.

ZOOM

: La justicia tiene cuatro patas para funcionar. Una de ellas es el sistema carcelario que, de tan devastado, explica por sí solo por qué la justicia mexicana anda por los suelos.

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