Un nuevo reparto del poder se abre paso e impacta en la división social de las desigualdades y de las ambiciones de poder.

La Presidencia de AMLO procura, diariamente, su lugar en el tablero de la República y traza, en dialécticas discursivas desafiantes, los fines de la nación y las nuevas identidades de quienes deben estar en el centro del tablero.

Por más visible que es su estilo de ejercicio del poder, por más claridad ideológica y pragmática con la que da vida a su proyecto de nación, hay cuestionamientos, objeciones y se señalan incertidumbres sobre los secretos detrás de sus decisiones y sobre su comprensión de las consecuencias que contraen para el país.

La crítica a sus decisiones y al régimen que apertura -embozada o franca-, aparece con la misma velocidad de su toma de decisiones, como celosa guardián, incluso machacandole que el tabasqueño es desde ya un populista autoritario, alguien que no parece apto para el cargo presidencial.

Incluso, sus detractores afirman que no entiende nada, que no comprende lo que debe hacerse, que es un político que utiliza el plebiscito cotidiano para desmantelar las instituciones democráticas.

Coyunturalmente, el Presidente arribó de la elección presidencial con popularidad y diversas esferas de poder presidencial extraordinarias. Históricamente, es demasiado pronto para juzgar su mandato.

En la reconfiguración del Estado desde su esfera, su capacidad política avanza a fuerza de alianzas tácticas eficaces, ensayo / error gubernamental y astucia política, capitalizando su popularidad y renovando el ánimo social a su favor: ha sabido ganar tiempo político para evitar con la CNTE un conflicto escalable, o diferir una posible crisis económica y financiera inmanejable para el país [por la ofensiva episódica contra México del presidente Trump dado a activar crisis por decreto medial].

En este nuevo reparto del poder y de la ambición, que impacta en la división social del trabajo, en los sistemas de privilegios, prebendas y recursos que se habían naturalizado en el antiguo régimen y que empieza a mostrar sus efectos contradictorios en la disposición al cambio social en las clases medias, se remueven desde la Presidencia las respuestas a la crisis estructural de pobreza y desigualdad, hacia ciudadanos, familias y programas que se refrendan o actualizan como beneficiarias y elegidos directos, como si el Presidente mismo les hubiera llamado a sus puertas.

Si bien, con el pensamiento de Abraham Lincoln “cada quien tiene su particular ambición y [el Presidente y el pueblo no deben] tener nada más grande como el ser verdaderamente apreciados por sus semejantes”, la transformación del régimen y el viraje de la crueldad contra las pobrezas e injusticias, requiere una pedagogía política que debe favorecer su mayor estima social.

Un nuevo modelo de reparto del poder para redistribuir la riqueza y afrontar la división social de las desigualdades e injusticias, conlleva la tarea de la confianza y la participación de las élites y la intermediación de diversos actores de la República, de lo contrario, la ruptura y la polarización social se actualizará y el desenlace será un guión abierto.

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