La vida nos permite vivir en ciclos. La temporalidad de las etapas, en función del fin y del inicio, dan secuencia y orden al camino; terminas, comienzas, finalizas, retomas; todo, sí, todo va en relación. Cuando uno termina un ciclo es porque se está preparado para lo que sigue. Sin miedo, sin ansia, esperas el inicio de un ciclo más.

Un gran corazón que superó toda barrera mental y una enorme determinación para no hacer de su discapacidad un pretexto, convirtieron a Juan Ignacio Reyes en uno de los máximos atletas de nuestro país. Veintiún años de triunfos y éxitos continuos han cumplido su ciclo.

Llegó el momento de parar. Juan Ignacio decidió que el Campeonato Mundial de Para-Natación sería su última competencia. Sabía que este 2017 era el año en el que debía tomar decisiones al respecto; al conocer que el Mundial sería en México lo supo: podía despedirse en casa, con los suyos, con aquellos que lo acompañaron siempre y quienes no temen reconocerlo como un grande.

No tiene brazos y sólo tiene una pierna, pero desde los cinco años de edad hizo de la alberca su refugio, su escenario. La natación, su cómplice y aliada, su soporte y apoyo. Trazó sus objetivos, los convirtió en metas.

Cinco Juegos Paralímpicos, tetracampeón paralímpico de los 50 metros dorso, 400 medallas. Una carrera deportiva llena de satisfacciones lo hacen tranquilamente dar por terminado este ciclo e iniciar otro, sin miedo. Si existe alguien que sepa de retos y superar barreras, es él. Se aferró a la vida al superar la enfermedad del púrpura, venció su miedo al agua y aprendió a nadar.

Juan Ignacio Reyes puede concluir su etapa como deportista sin problema.

Logró todo lo que quiso, es poseedor de una carrera deportiva de la cual se puede sentir orgulloso. Decir adiós no es fácil, uno se aferra; poner punto final a lo que uno ama hacer es complicado.  Incluso, para uno de los nadadores paralímpicos más prolíficos de la historia. 
deportes@eluniversal.com.mx

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