Unos días antes de que arrancara la Liga MX Femenil, en julio de 2017, se dio a conocer a través de una publicación supuestos lineamientos bajo los cuales se regiría la primera liga de futbol femenil en México. Uno era el tope salarial.

Previo al inicio del Apertura 2017, las autoridades del balompié mexicano lo desmintieron. Ninguno de los 16 equipos tenía limitante para establecer el salario de sus jugadoras, lo que desencadenó una investigación más profunda sobre lo que ganarían mensualmente, generando así una primera controversia: la inequidad de sueldos tendría un round al interior de la Liga.

Sí, tal como sucede en la Liga MX, de acuerdo a su presupuesto cada equipo armó planteles que económicamente pudiera sostener. Ante esto, la liga —contemplada para ser únicamente formativa, con miras a profesionalizarse conforme avanzarán los torneos— dio un giro de 180 grados. Después de la Copa, la competitividad entró en las venas de algunos equipos, que desembolsaron grandes cantidades para formar un equipo que diera pelea y se convirtiera rápidamente en un objeto del deseo, tanto comercial como deportivo.

Más allá de la inequidad existente en relación al futbol varonil en nuestro país, las 457 jugadoras registradas en la Liga MX Femenil enfrentan sueldos y condiciones de trabajo disparejos.

Sólo el 10% de las jugadoras ganan más de seis mil 500 pesos mensuales; sí, es un muy pequeño grupo el de quienes son remuneradas dignamente. Se estima que la mejor pagada gana mensualmente casi 30 mil pesos al mes. Poco ¿no?

En este inicio profesional, la mayoría de las futbolistas fueron contratadas mediante mínimos apoyos económicos; no salarios, sólo apoyos que, sumados a otro tipo de ayudas como alimentación, hospedaje y algunas afortunadas con becas educativas, definían su percepción mensual final.

La búsqueda de la equidad salarial despertó. En muy breve tiempo el hambre por cumplir su sueño de jugar profesional fue alimentándose de las carencias referentes a sus similares, dejando a un lado que se les siguieran proporcionando únicamente incentivos; sí, en nuestro país una jugadora de futbol recibe menos del mínimo mensual y esto está por terminar.

Para romper la primer brecha de inequidad se tiene contemplado establecer un tope salarial, en el que se establezcan límites, no hacia lo alto, sino hacia qué tan bajo pueden remunerar a una jugadora. Por ello, para el Apertura 2018 entrará en vigor una medida en la que a través de una fórmula en la que se sumen becas, apoyos y la experiencia de cada joven, se establezca su salario. La inequidad debe romperse primero al interior de la Liga, para que así —a la brevedad posible— el hecho de que es una liga joven deje de ser pretexto y se pueda combatir la desigualdad económica respecto al futbol varonil

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