La literatura no tiene el glamour de otras artes, tampoco es espectáculo y no es fenómeno de auditorios o estadios (aunque la autora de Harry Potter, J.K. Row- ling, demostró lo contrario). Leer es un acto íntimo, lo mismo que escribir. Por eso los puentes entre autor, libro y lector son acciones que abonan a animar la conversación que la literatura propone, esa mirada sobre la condición humana, esa atención a los avatares y vicisitudes del tiempo. Ese referente donde mirarnos. En los libros están los anhelos y fracasos de nuestra especie, las pasiones que nos asisten desde siempre. La televisión resulta un puente ideal para hacer visible a los escritores de diversas generaciones, regiones, estilos, para que compartan su tarea y sus obras. Es uno de los puentes posibles si es que concedemos al libro su responsabilidad de memoria, de conciencia moral, de testigo de su tiempo, si es que acordamos que la palabra es vehículo para pensar, para imaginar y construir una visión del mundo que pasa por los sentidos, las vivencias, el intelecto y las emociones. Qué mejor complicidad que la de los medios masivos, radio, televisión —y su permanencia en el ciberespacio— para conocer a los escritores de nuestro país, para reconocernos en sus búsquedas, para disentir, para soñar. Los libros necesitan cómplices lectores, la televisión pública es un aliado ideal para el pacto con la palabra y los vuelos de la imaginación.

Palabra de autor ha estado en su casa, el Canal Once, desde 2013, en conversación con 46 escritores. El formato varió de una hora a media hora, de estar acompañada de Carlos Pascual o conducirlo yo sola, de entrevistar a escritores de gran trayectoria como Elena Poniatowska, Eraclio Zepeda (a quien hice una de las últimas entrevistas en su estudio y a la vera de su afable generosidad y del desbordamiento de sus anécdotas), Hernán Lara Zavala, Rosa Beltrán, Myriam Moscona, Silvia Molina, Alberto Ruy Sánchez, Beatriz Espejo, Gonzalo Celorio, Cristina Rivera Garza, Pedro Ángel Palau, Ana García Bergua, Élmer Mendoza, Eduardo Antonio Parra, a escritores jóvenes y muy jóvenes, con obra premiada, con búsquedas singulares como Isaí Moreno, Luis Felipe Lomelí, Ave Barrera, César Tejeda, Vicente Alfonso, Jorge Comensal, o autores de libros para niños y jóvenes como Mónica Brozon, Monique Zepeda, Edmée Pardo, siempre buscando la presencia lo mismo de autoras que de autores, de escritores de muros como Armando Alanís y su acción poética o de Carlos Martín Briceño, quien desde Mérida trajo sus cuentos, y su guitarra y la vida de Guty Cárdenas, o de Bef que escribe e ilustra novela gráfica. Una cincuentena de voces y experiencias distintas de acercamiento y entrega a la escritura. Poco a poco (como se logra todo), a su ritmo, por la constancia de su presencia, creó algún gusto entre los televidentes. A veces tengo la suerte de tropezarme con ellos: me confirman que leyeron a tal autor que no conocían, que por el programa descubrieron (y yo con ellos) a Isaí Moreno que de las matemáticas viró a la literatura o a Claudia Hernández de Valle Arizpe, con la que pudieron estar en China en su poesía y las suculencias de cocina en sus crónicas, por el programa supieron que los escritores como Hernán Bravo Varela cantan muy bien además de ser espléndidos poetas y traductores. Que algunos son muy simpáticos, otros serios, otros llenos de manías, alguno nocturno, supieron qué leían, cómo ha sido su camino; que Cristina Rivera Garza copió varias veces El llano en llamas de Rulfo a mano. En espacios espléndidos y esplendorosos de la Ciudad de México como El Colegio de San Ildefonso, la Biblioteca Vasconcelos, la Biblioteca México, la Capilla del Teatro Helénico, el Centro de Estudios de Historia en Chimalistac o los estudios de los propios autores, la conversación no paraba.

Sabemos que crear públicos es una tarea lenta, esmerada, mucho más si se trata de hablar de literatura. Ojalá el espacio televisivo para mirarnos entre el quehacer de los escritores mexicanos persista, aunque la literatura no sea espectáculo, ni escándalo, ni coyuntura política. Los libros perduran más allá de sus autores y las conversaciones filmadas crean testimonios y memoria de nuestro hacer. Para la comprensión de nuestra identidad y diferencias, de nuestros sueños y zozobras, la palabra es el anclaje más firme.

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