Seguramente Los Llanos de Aridane no es un nombre que les resulte familiar. Está lejos, es la ciudad más atlántica de la isla más atlántica de las Canarias: La Palma. Sin embargo, es la isla española que más cerca está de América. No en vano se siente entre sus calles, y plazas, a la vista de los laureles y las palmas oriundas de Canarias que hemos fundado una antigua hermandad. Por eso fue un acierto que el Festival Hispanoamericano de Escritores, iniciativa de La Cátedra Vargas Llosa con el Municipio de Los Llanos de Aridane en La Palma y Acción Cultural Española, se hiciera en esta isla que nos recibió a 34 escritores de procedencias hispanohablantes distintas para sentarnos a las mesas a hablar de ficcionar, del cuento, de la relación entre las tradiciones literarias, de la ciencia y la palabra, que nos llevara a bachilleratos a contagiar pasiones lectoras, minucias del oficio. Y que luego rematara estas charlas en distintos recintos, como el auditorio del Museo de Arqueología, o el teatro pequeño instalado en una vieja tabacalera o el patio de una casa antigua, en convivios bien servidos que remataban con sobremesas.

Las mesas de día se interrumpen con ese alto en la Plaza de España bajo la sombra de grandes laureles donde uno tiene la sensación de que Veracruz se prolonga hasta esas latitudes donde Casablanca en la costa africana está en línea recta, otros mencionan la sensación de La Habana, y todos aplaudimos la iniciativa de arte público que adorna los muros y que iluminados por la noche van acompañados de una placa en el piso con la ficha técnica. Es como un museo aéreo que sorprende en una ciudad pequeña, de raigambre agrícola en un valle que mudó el tabaco por el banano y ahora está llena de mazos verde tierno salpicados entre sus filosa y volcánica orografía. También en La Plaza de España ha instalado un puesto provisional la librería del lugar que se visita todo el tiempo mientras los escritores tomamos las calles.

Cuando uno aterriza en La Palma da la impresión de que la pista no va a ser suficiente, robar superficies planas a la orografía convulsa de la isla volcánica ha sido labor de ingeniería, igual que el túnel que permite cruzar desde la bella y señorial capital, Santa Cruz, a Los Llanos de Aridane. Atrás se quedan las nubes que la montaña retiene y de este lado, donde los escritores llevamos nuestra propia niebla hecha historias, palabras, el sol cae rotundo iluminando un paisaje ondulado. Mientras apaciguamos el calor en la plaza el día de la llegada, nos presentan a la alcaldesa Noelia García Lealm quien es una mujer vestida casual que en ese momento empuja la silla de ruedas de su padre. Su sonrisa es grande y la naturalidad de su trato, como comprobaremos los días subsecuentes, cómplice con la concejala de cultura Rosario González, del tono de esta cordial reunión de intercambio con los lugareños y entre nosotros. Nicolás Melini, narrador y poeta, ha estado urdiendo la logística de este momento durante meses. Lo imaginaba un hombre mayor, pero es un hombre joven, pausado y dulce, y su pareja Montaña, que no podía tener un nombre más ad hoc al paisaje en que nos encontramos, lo apoya con las fotografías, con acompañar a los escritores a escuelas y nunca pierde la sonrisa bajo sus ojos azules. Cuánto banquete de afectos y palabras se desparrama por el día y por la noche.

Vamos sabiendo los unos de los otros por nuestras participaciones y por lo que luego hablamos en las invitaciones generosas que nos hacen a comer un cochino asado en una bodega de vinos a la media noche, o a un picoteo de suculencias en la Hacienda de Abajo de raigambre bananera que ahora es hotel y custodia de piezas de arte asombrosas, o la espléndida cena de despedida de en la Hacienda de Arriba, donde los populares salseos de pimiento verde y rojo para las papas arrugadas se vuelven sofisticaciones creativas con las que el chef nos despide de los Llanos para que volvamos. Nuestros libros han tomado el fresco en la plaza y en este lugar pequeño de 20 mil habitantes y pico hemos firmado una dotación insospechada. Ya no hay más libros míos, me percato en la segunda jornada, debí haber traído un camión lleno, pienso golosa y satisfecha por el interés de los lugareños y los asistentes que han venido de otros lados ha escucharnos.

Los escritores no somos espectáculo, pero JJ Armas Marcelo con su manera de abordar desenfadada los temas de la literatura y el oficio, las biografías y las distancias, ha tejido una entrañable complicidad con los escritores canarios como Alexis Ravello y Santiago Gil; con el venezolano y chispeante Juan Carlos Chirinos; y un muy querido cuentista que ha visitado México a menudo, José Balza; con el chileno Carlos Franz, quien es siempre ocurrente; con la siempre necesaria sabiduría del conocedor de Galdós y del cocido y la tertulia madrileña, José Esteban; con la entrañable poeta de La Palma, Elsa López, quien con su familia ha fundado una editorial delicada y elegante que da voz a autores varios; con la receptora del Premio de las letras Canarias, Cecilia Domínguez, por nombrar a algunos que me regalaron historias y curiosidad por leerlos. A ellas, las mujeres, les reconozco la dificultad del tiempo que les tocó vivir en el franquismo; con sus pláticas y sus poemas me han recordado la memoria de días negros que también es necesario poner sobre la mesa para celebrar la libertad de la palabra. Todo esto en la hospitalidad cordial y cálida de Los Llanos de Aridane. Volveremos si hay la oportunidad.

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