Ahora sabemos lo que se necesita para conseguir una respuesta de Andrés Manuel López Obrador a las amenazas y calumnias de Donald Trump. Como lo hizo durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, el presidente de Estados Unidos ha agredido a México desde el principio de la Presidencia de López Obrador. Ahí están los tuits, las declaraciones y, sobre todo, las medidas punitivas contra los migrantes centroamericanos y los indocumentados que residen en Estados Unidos, en su mayoría mexicanos. López Obrador no respondió a ninguno de esos ataques, que tanto daño han hecho a millones de personas de origen mexicano, al buen nombre de México e incluso a la cordura de la sociedad estadounidense. Antes que contestar con dignidad y fortaleza a ese golpeteo incesante, López Obrador prefirió no solo el silencio sino la colaboración con un gobierno empecinado en la discriminación. Al menos ahora sabemos exactamente por qué. Como el gobierno anterior, este gobierno tiene una prioridad en la relación bilateral: la agenda comercial. Que Trump le escupa a millones de inmigrantes mexicanos todo lo que quiera, pero que no se le ocurra imponer aranceles. La amenaza arancelaria despertó, esa sí, al gobierno mexicano. Es bueno conocer sus prioridades.

Aun así, la respuesta mexicana al ultimátum ha sido errática. Larga y confusa, la carta de Andrés Manuel López Obrador recuerda aquella otra que le enviara a Trump hace algunos meses en la que, antes que marcar sana distancia con un troglodita racista, López Obrador prefirió celebrar sus coincidencias con Trump como hombres antisistema. Esta vez, el presidente de México optó por una combinación de extraña lección de historia estadounidense y llamado a la comprensión mutua. Hay por ahí un párrafo en el que se asoma algo del arrojo crítico que mostrara López Obrador en campaña y que luego recogió en su libro Oye, Trump. Pero no mucho más.

El peso de la salida de la crisis ha recaído en el canciller Marcelo Ebrard. En un caso digno de análisis sobre el uso de las redes sociales, Ebrard ha compartido a través de Twitter cada paso de su preparación rumbo a la “cumbre” (sic) de Washington. Ahí está Ebrard tomándose una incómoda selfie en el aeropuerto con el logo de la compañía china Huawei de fondo. Ahí está Ebrard publicando una foto de la mesa que reúne a los funcionarios del lado mexicano, todos muy serios, pero con sus notas de trabajo perfectamente a la vista. Ahí está Ebrard escribien do mal el nombre del Secretario de Agricultura de Trump (es Sonny, no Sony). Todo es muy raro.

Por supuesto, esta impericia será anecdótica si la negociación en Washington llega a buen puerto. La pregunta es qué pondrá México sobre la mesa. No solo eso. ¿Con qué nuevos argumentos cuenta Ebrard desde la última vez que estuvo en Washington, reunido con Jared Kushner y otros funcionarios con supuesto ascendiente sobre Trump, hace exactamente diez días? ¿Qué nueva oferta presentará México para conseguir que Trump dé marcha atrás? Ebrard ha anunciado con bombo y platillo la incorporación a las negociaciones de la secretaria de Economía y su equipo. Muy bien, pero es improbable que los argumentos económicos disuadan a Trump. Lo que buscan el presidente de Estados Unidos y su equipo de nativistas son concesiones inmediatas en materia migratoria. Quieren que México endurezca aún más su política punitiva de detención y deportación de migrantes centroamericanos. Quieren, en suma, que el país se vuelva la primera línea de defensa de América del Norte, como pregonaba John Kelly. Es probable que exijan que México se declare formalmente “tercer país seguro” para que Trump pueda justificar legalmente su política de retorno de migrantes centroamericanos a México mientras esperan su largo proceso de solicitud de asilo.

Cualquiera de estas concesiones sería un error político, pero sobre todo sería una traición del espíritu de defensa de los inmigrantes que prometió López Obrador. El gobierno de México sabe bien que el país no tiene las herramientas ni puede ofrecer la seguridad necesaria a los migrantes centroamericanos como para formalizar la condición de “tercer país seguro”. Y lo sabe porque, contra todas las recomendaciones internacionales, López Obrador recortó drásticamente los recursos de las agencias del gobierno mexicano dedicadas a la atención al migrante y los refugiados. Si México aceptara convertirse en “tercer país seguro” tendría que hacerlo requiriendo del gobierno estadounidense una enorme inyección de recursos para la atención de los migrantes, algo parecido al plan de apoyo de la Comunidad Europea con Turquía hace unos años durante el éxodo sirio. Sin un compromiso de esa magnitud, México no debe ceder. Al final, además, es posible que la imposición de aranceles termine por pasarle una costosa factura política a Trump, que parece no entender que la carga de una guerra comercial termina por recaer en los consumidores del país que impone esos aranceles. Por todo esto, en la mayor crisis para la relación bilateral en los últimos veinticinco años, la delegación mexicana debe conducirse con la dignidad que prometió López Obrador en campaña. La alternativa es impensable.

@LeonKrauze

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