La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos en el 2016 fue una derrota histórica y dolorosa para el movimiento progresista estadounidense y para el Partido Demócrata en particular. El triunfo de Trump no podría haber llegado en un peor momento. Con los republicanos abusando cotidianamente de su control absoluto del congreso, el contrapeso de un presidente demócrata se antojaba indispensable. El escenario contrario, que ocurrió con el triunfo de Trump, abrió la puerta a una serie de calamidades para los progresistas. La lista es larga y comienza con la toma del poder judicial que facilitó Trump, al instalar a dos magistrados severamente conservadores.

Si el triunfo de Trump implicó un desafío de ese calibre, su reelección podría ser de verdad calamitosa para la causa progresista. Con cuatro años más en el poder, Trump podría inclinar todavía más la Suprema Corte a la causa conservadora. Eso no es todo, ni remotamente. Podría ignorar todavía más la necesidad de luchar contra el calentamiento global y permitiría un mayor arraigo del discurso nativista que tanto daño ha hecho ya. En suma, Trump podría convertirse, todavía más, en el presidente republicano más tóxico de la historia moderna de Estados Unidos.

Por todo esto, resultaría evidente que la prioridad absoluta del Partido Demócrata debería ser, antes que ninguna otra, sacar a Trump del poder. Hay otras, claro, pero todo comienza con la derrota del presidente republicano dentro de un año y medio, en la práctica y también en el terreno simbólico: rechazar su manera de hacer política enviaría un mensaje hacia dentro de la sociedad estadounidense, pero también hacia el exterior.

Esto podrá parecer una obviedad, pero últimamente no lo es tanto entre los demócratas. La lista de aspirantes a la candidatura del partido sigue creciendo: Está ya en 23. A mayor número de candidatos, es posible suponer, mayor el riesgo de una fractura que a final de cuentas beneficie a Trump. Pero eso no es lo peor. El partido parece empecinado en golpear al candidato que, desde la evidencia irrefutable de los números, parece tener la mejor oportunidad de derrotar a Donald Trump: el exvicepresidente Joe Biden.

Desde antes de su ingreso formal a la carrera demócrata, Biden, un político de larguísima experiencia en Washington, se vio abrumado por una auténtica avalancha de ataques que trataron de desdeñar su potencial como candidato para presionarlo a que ni siquiera se postulara. Han sido muchas las voces opuestas a Biden, incluyendo a varios de los nombres más respetados entre el pensamiento liberal en Estados Unidos. Muchas de esas opiniones sugerían que Biden pertenecía a otra época, debía hacerse a un lado y ceder su sitio a figuras más frescas o tendría que aceptar que el partido se ha movido de manera irremediable hacia la izquierda, acercándose a figuras como Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez.

Esas voces parecen haberse equivocado.

A pesar de ese rechazo de origen, Biden ha decidido buscar la candidatura. Para sorpresa de muchos de los que lo criticaron, está arrasando con sus rivales demócratas. Supera por más de 20 puntos a Sanders y por más de 30 a Elizabeth Warren. No solo eso: en los sondeos de un enfrentamiento potencial contra Trump, Biden se impone por ocho puntos. Son resultados de una enorme contundencia. La ventaja sobre el resto de los aspirantes demócratas es más del doble del mítico margen que registraba Hillary Clinton sobre Barack Obama en mayo de 2011, diez puntos que Obama terminó por revertir. Así las cosas, Biden es no solo el candidato evidentemente favorito del electorado demócrata sino también parece dirigirse a un triunfo holgado sobre Trump.

Es cierto, claro, que falta mucho. Los candidatos demócratas ni siquiera se han visto las caras en un debate, por ejemplo. Pero es precisamente por eso que los demócratas necesitan reflexionar. Los debates y el trajín de la campaña seguramente modificarán de alguna manera el apetito actual de la base demócrata, pero también posible que Biden se mantenga como el favorito abrumador. ¿En qué momento vale la pena cerrar filas y apoyarlo en aras del objetivo común? Si pasan los meses y Biden no cae, figuras como Bernie Sanders tendrán que tomar una decisión: o le ahorran a su candidato meses de desgaste innecesario o lo respaldan para tumbar a Trump. Por ahora, que quede claro, todavía falta mucho. Pero las encuestas son lo que son, y en esto no conviene aquello de tener “otros datos”.

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