Para Ifigenia Martínez, universitaria mexicana homenajeada en la Universidad de Columbia

Pocos temas, tan contundentes en los tiempos actuales —y en los que vendrán— como el del papel necesario y relevante que deberán (y merecen por derecho propio) tener las mujeres en distintas esferas de la vida pública. Sea por prejuicios, temores, misoginia o simplemente como consecuencia de una cultura arcaica, el hecho es que nos hemos tardado como sociedad en reconocerlo, y aún quedan muchos obstáculos por sortear, muchos embates que resistir.

Es, en esencia una cuestión de poder, afirmó recientemente António Guterres, Secretario General de la ONU, en la apertura del tercer período de sesiones de la Comisión sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer. México, por cierto, acaba de ser electo por el Consejo Económico y Social del organismo para formar parte de esta. Si las mujeres no son reconocidas en las estructuras del poder, lo que necesitamos entonces es redefinir al poder, no a las mujeres, remató Guterres, citando a Mary Beard, feminista, profesora en Cambridge y autora, entre otros, de un pequeño libro que ha sido un best seller “Mujeres y poder: un manifiesto” (Crítica, Barcelona 2018).

En un mundo dominado por hombres, la figura de la mujer ha sido marginada, ignorada, silenciada de forma sistemática. Las raíces patriarcales de las culturas (todas en general y ciertamente la nuestra) ayudan a explicar los profundos desequilibrios del poder actual, sostiene Beard, profesora de letras clásicas, reconocida con el premio Princesa de Asturias en Humanidades 2016, y quien ha argumentado de modo magistral en torno a las artimañas que la cultura occidental ha usado para marginar a las mujeres de los asuntos públicos. Su llamado a repensar el poder en términos menos masculinos, la ha convertido en una activista famosa.

Ayuda mucho explicar y entender mejor las causas históricas y los resabios que contribuyen a perpetuar las desigualdades entre hombres y mujeres. Pero eso no basta para revertir la situación. De ahí la importancia que tiene el llamado a la acción de Guterres, para que los países adopten políticas más rigurosas que eviten por igual los feminicidios y el acoso digital, la mutilación genital y la violencia doméstica. La idea que, llevada a la acción hasta sus últimas consecuencias puede hacer la diferencia, es la de la inclusión. Cuando incluimos a las mujeres el mundo gana. Así lo demuestran distintos programas de las Naciones Unidas, organización que se ha propuesto alcanzar la paridad de género en todos sus puestos de alta gestión el próximo año, y en todo el sistema para 2028, pese a las voces críticas y a los embates regresivos, que no son pocos y vienen fuertes. En este rubro, el de la paridad en los poderes públicos, qué duda cabe, México va bien. El avance es inobjetable. Somos uno de los pocos países en el mundo que tiene paridad en el Congreso y en el gabinete presidencial. Por supuesto que la paridad no es sólo cuestión de números. Es necesario transformar en los hechos las realidades tan desiguales, pero también conviene ocuparse de preservar el terreno ganado.

Diversos programas de la ONU han mostrado que su eficacia depende, en buena medida, de la proporción de mujeres que participan en ellos. Por ejemplo, cada vez se reconoce más su aportación en los operativos para el mantenimiento de la paz. En las zonas de conflicto y postconflicto, las mujeres han mostrado ser factores determinantes para alcanzar condiciones de paz duradera. Lo mismo ocurre en los proyectos de asistencia humanitaria. Cuando son operados y dirigidos por mujeres, las comunidades los aceptan más fácilmente y los asumen con mayor naturalidad.

En la actualidad sólo el 7% de los jefes de estado y/o de gobierno son mujeres. A nivel global, sólo una de cada cuatro congresistas lo son. Para que las mujeres puedan participar en igualdad de condiciones en todos los aspectos de la vida pública, hay que cambiar las relaciones de poder. Cerrar las brechas que aún subsisten y desterrar de una buena vez y para siempre, los prejuicios (algunos de ellos literalmente milenarios) que se normalizan con facilidad en el contexto de la cultura patriarcal en la que vivimos.

El próximo año se celebrará el 25 aniversario de la Plataforma de Acción de Beijing y el décimo de ONU Mujeres, en cuya Junta Ejecutiva México también resultó electo para tener un lugar en el período 2020-2022. Algunos piensan que no habrá mucho que celebrar el próximo año. Han resurgido posiciones muy conservadoras que se niegan a reconocer los derechos de las mujeres y han ocurrido sucesos lamentables. Pienso que será también un buen momento para cerrar filas. No se puede pretender avanzar hacia los objetivos del desarrollo sostenible que plantea la Agenda 2030, excluyendo de sus derechos a la mitad de la población.

Recientemente pude constatar uno de esos sucesos lamentables. Ni los testimonios conmovedores de los Premio Nobel de la Paz 2018, Nadia Murad (quien estuvo cautiva como esclava sexual por el Estado Islámico) y el médico congolés Denis Mukwege; ni la argumentación contundente de la prestigiada abogada libanesa-británica Amal Clooney frente al Consejo de Seguridad de la ONU, lograron que se aprobara una resolución más enérgica para prevenir y actuar contra la violencia sexual utilizada como una táctica de guerra. Se trata de un crimen atroz, de uno de los delitos más abominables que existen. Se estima que son ya miles las niñas y mujeres que aguardan justicia en calidad de “víctimas silenciosas”. ¿Cómo explicar lo ocurrido, cuando de lo que se trataba era de enfrentar, sin concesiones, al más detestable mecanismo de dominación y de terror que puede haber?

Pues ni Moscú ni Washington aprobaron el proyecto original impulsado por Francia y Alemania (quien presidía la sesión). Vamos, ni siquiera se pudo mantener en el texto el derecho de las víctimas a tener acceso a programas de salud sexual y reproductiva. Lo que se aprobó fue una resolución descafeinada, de las que ya conocemos. Pienso que servirá de poco. Los perpetradores seguirán impunes, se incrementarán los desplazamientos forzados por esta causa y las víctimas jamás se animarán a regresar a sus comunidades. Este tipo de crímenes contra las mujeres, al igual que otros, no se denuncian, no se investigan y mucho menos se enjuician ¡Qué importante hubiera sido una resolución que hiciera justicia! Había que castigar a los culpables y apoyar a las sobrevivientes. Nada más. A veces se olvida que la justicia es la principal herramienta que tenemos contra la impunidad.

Todo parece indicar que, en la participación de nuestras fuerzas armadas en los operativos para el mantenimiento de la paz de la ONU se incrementará el número de mujeres. Enhorabuena. Aunque la experiencia es aún preliminar los resultados han sido positivos. Lo han hecho muy bien. Pienso que lo harán cada vez mejor. Y, si a la Guardia Nacional se incorporara un grupo amplio de mujeres, debidamente capacitadas, seguramente se generará una mayor confianza en la población. De acuerdo con la experiencia internacional, la mayor participación de las mujeres en estas tareas contribuye significativamente a alcanzar una seguridad sostenible y una pacificación duradera.

Todos los indicadores disponibles sugieren que estos son tiempos para una mayor participación de la mujer en la vida pública. Hay que adaptar las estructuras del poder a los nuevos tiempos. En materia de inseguridad y violación a los derechos humanos, cuando las mujeres asumen responsabilidades, hay más denuncias, hay más consecuencias y hay menos impunidad. Mujeres, mujeres, mujeres: nunca más un tiempo político sin ellas.

Embajador de México ante la ONU

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