Desde los años 50, durante decenios, un nombre ha podido leerse en algunas marquesinas, en los programas y placas de diversas obras de teatro y de distintas óperas, ese mismo nombre apareció asimismo en los créditos de diferentes films y programas de televisión. No resultaba infrecuente ese nombre en los programas y acaso marquesinas de dos o tres obras de teatro que se presentaban en los mismos días en la misma ciudad; en ese nombre se cifra un escenógrafo asombroso que practicaba la bonhomía con naturalidad; me refiero a David Antón, quien murió el último jueves del año pasado en el Valle de Anáhuac.

Se trataba de un hombre elegante y, por lo tanto, discreto, sutil, prudente, generoso y con un finísimo sentido del humor, que eludía las ostentaciones y los elogios, que en esa feria de vanidades que transcurre frenéticamente en las bambalinas de cada teatro, contribuía pacientemente a la creación de una obra efímera, que quizá perdura solamente en la memoria caprichosa de los espectadores, en las notas inmediatas de cronistas que se creen críticos, posiblemente volubles, y en historias del teatro condenadas al olvido. Sabía su lugar en el orden de una representación en la que convergen muchas pasiones humanas y no pretendía imponer su inteligencia. Creaba cada escenografía con sabio placer, en un par de restiradores en un penthouse de la calle Madero, en el centro de lo que se llamaba Distrito Federal, y luego, junto a una ventana en un séptimo piso desde la que podía ver el contorno del Parque México y anexas, solitariamente, a pesar de que no era un hombre solo, con la felicidad que le producía concebir la escenografía que podía conferirle algo tangible a la imaginación.

“Para ser escenógrafo”, le dijo a Édgar Ceballos, “hay que conocer los teatros, saber de qué espacio dispone uno, entender qué necesitan el director y la obra y ponerse a su servicio. Los dramaturgos, los directores, los actores son las estrellas del teatro: no el escenógrafo. Y con esta convicción he trabajado siempre, haciendo escenografías para obras grandes, chicas, costosas, baratas, frívolas, profundas... He trabajado con grandes directores y con grandes actores. Nunca he puesto a nadie al servicio de mi lucimiento. A los productores y a los directores les he resuelto infinidad de problemas y nunca me ha faltado trabajo”.

Renuente a los homenajes y los honores fatuos, en 2013 se publicó un libro editado por Escenología editores: En los andamios del teatro. Las escenografías de David Antón, con un texto escueto de Édgar Ceballos y en el que se reproducen los bocetos que se han conservado de su infinito trabajo, sin elogios ni palabrería lisonjera. En esas escenografías puede descubrirse menos un oficio que una imaginación placentera que le permitía colaborar con directores muy distintos como Seki Sano, José Solé, Alejandro Jodorowski, Juan José Gurrola, Fernando Wagner, José Luis Ibánez.

Nunca se consideró un protagonista de eso que llaman “la cultura mexicana”. A pesar de haber vivido más de 90 años, no perdió la curiosidad y la disposición al asombro. No se quejaba ni se vanagloriaba de lo que había hecho; adivino, sin embargo, que experimentaba una felicidad íntima. Fue un testigo lúcido, que no se vanagloriaba de lo que había vivido ni de las personas que conoció, admirablemente distintas como su trabajo. No dejó de leer el periódico diariamente ni de hablar con respetuoso afecto de su maestro Josep Renau. Era memorioso sin presunción, por lo que no abundaba en anécdotas. Compartía algo de aquello que le había sido dado vivir sólo cuando la conversación inexorablemente lo imponía, sin considerarlo extraordinario. Quizá por eso no pretendió escribir sus memorias que hubieran sido una historia peculiar, sin mayores pretensiones, de los espectáculos, los teatros y la cultura en México. Esa historia hubiera podido incluir retratos cotidianos de escritores como Xavier Villaurrutia, Luis G. Basurto, Rafael Solana, Dario Jaramillo, Nedda G. de Anhalt, B. Traben, de directores de cine como Emilio Fernández, Julio Bracho, Carlos Enrique Taboada, Tufic Makhlouf, de actrices como Silvia Pinal, Columba Domínguez, Dolores del Río, Daniela Romo, de editores como Manuel Arroyo o Manuel Porrás, de periodistas como Iván Restrepo y Juan Cruz, de músicos como Carlos Chávez y Rubén Fuentes, de Raúl Ortiz y Ortiz, de Chavela Vargas... Sin embargo, ese libro hipotético seguramente no contendría el retrato de David Antón.

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