Uno de los criminales sexuales más buscados por el Departamento de Justicia de Estados Unidos y el United States Marshals Service llevaba 15 años viviendo en el rumbo de Tepito. Se dedicaba a robar casas, a asaltar unidades del transporte público, y a recoger y vender plástico y cartón.

Desde 2003, el mexicano Miguel Ramírez Loza, hoy de 46 años, tenía una notificación roja emitida por la central de Interpol, con sede en Lyon, Francia. Se le buscaba en 190 países. La Corte Superior del Condado de Santa Cruz, en California, lo solicitaba por “tortura, sodomía forzada, cópula oral forzada, lesiones, relaciones ilegales con una menor, amenazas de muerte y daño corporal grave”. Y también, por homicidio premeditado y deliberado.

El gobierno de Estados Unidos detectó que una hermana de Ramírez Loza que radica en California había recibido 138 llamadas desde un celular activo en la Ciudad de México. Elementos de la Agencia de Investigación Criminal (AIC), adscritos a la Dirección General de Asuntos Policiales Internacionales e Interpol, recibieron la instrucción de rastrear el teléfono.

Acudieron a un establecimiento en el que se compra y recicla plástico, ubicado en Peralvillo, alcaldía de Cuauhtémoc. Pero las señas particulares del propietario de la línea no coincidían con las de Ramírez Loza (había una foto del fugitivo tomada varios años atrás, cuando se le detuvo por asaltar un banco en California).

El dueño de la línea confesó que un vendedor de plástico venía a verlo a veces, y le pagaba 500 pesos cada que le dejaba hacer una llamada. Dijo también que algunas veces aquella persona lo enviaba a Western Union a recoger dinero que un familiar le enviaba. También en esas ocasiones le entregaba un billete de 500.

Siguieron al empleado. Los agentes lo habían bautizado como el Mensajero. El pasado 23 de octubre hizo contacto con una persona. Un hombre desaliñado, casi un indigente.

Era Ramírez Loza. Por 15 años había mantenido un bajo perfil. Vivía en hoteles de La Merced. Recogía plástico y cartón en colonias más o menos acomodadas, y cuando veía una oportunidad robaba casas. Si no encontraba casas, se desquitaba en el transporte público.

Ramírez dijo que todo comenzó en la cárcel de California, a la que había llegado por un asalto bancario frustrado. El día en que iban a liberarlo, uno de los reos, acusado de un cuádruple homicidio, lo llamó a su celda. Le entregó la foto y la dirección de una joven llamada Jessica —testigo del múltiple homicidio— y le ordenó asesinarla.

El reo, según la versión de Ramírez, le advirtió que en caso de no obedecer, haría que lo asesinaran a él, a su madre y a su hermana.

Así que fue a matar a Jessica. Pero hubo un problema. Al verla, le gustó, y decidió hacerle plática. “Me esperé para matarla”, dijo.

Platicaron, se hicieron amigos, comenzaron a salir. Se fueron a vivir juntos. “No sabía si matarla o seguir con ella”, relató Ramírez.

Una noche de juerga terminaron en un bar con una amiga de Jessica, y con un amigo que él invitó. La amiga tenía 17 años. Jessica 18.

Cuando el bar cerró, decidieron irse a un hotel para seguir bebiendo. Pero Ramírez dijo que conocía una iglesia abandonada: solo había que brincar la barda para beber cómodamente entre las tumbas.

En un momento, la cerveza se les terminó. El amigo fue a buscar un súper. Fue cuando todo ocurrió. Ramírez dice que la amiga de Jessica lo provocó, que tuvieron relaciones, y ella se molestó: que lo atacó con un cuchillo que llevaba en la bolsa, que él se lo quitó y se lo clavó en el cuello, que ella cayó y comenzó arrastrarse, mientras él, presa de una furia extraña, la siguió apuñalando. La policía dice que, no contento con eso, Ramírez orinó el cadáver. Luego de eso, abusó de la otra joven, y escapó.

Estuvo primero en San Luis Potosí. Luego “le surgió la oportunidad de robar una casa” y viajó a la Ciudad de México. No lo hizo solo: se llevó con él a una menor de edad. Los padres lo acusaron de habérsela robado, y de haberla violado. Policías ministeriales lo detuvieron en 2004 en el Zócalo, durante la ceremonia del Grito que daba Vicente Fox, pero les dio 20 mil pesos y lo dejaron en libertad.

Robó casas, vendió cartón, asaltó unidades del transporte público durante 14 años. No se sabe si participó en alguna otra cosa más.

Le preguntaron cuántas casas había robado. Dijo: —No me pregunten eso. Ya no tengo la cuenta.

Hay historias que explican la ciudad que habitamos.

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