El último de los hermanos Beltrán Leyva, Héctor Beltrán Leyva, El H, fue localizado por la Marina en un fraccionamiento de lujo en Juriquilla, Querétaro. Las autoridades federales llevaban más de un año pisándole los talones.

Finalmente, la compra de dos camionetas de lujo, realizadas el mismo día por un prestanombres, puso a los investigadores sobre la pista definitiva. El operativo, en el que participó también la Agencia de Investigación Criminal de la PGR, se llamó Hotel. Reveló que Beltrán se ocultaba bajo un nombre falso, Erick René Calderón, y se hacía pasar por corredor de arte.

Los miembros de un equipo de élite ingresaron al fin en su domicilio. Pero no lo encontraron. Beltrán acababa de irse.

Lo que hallaron, muy cerca de la casa del capo, fue el cadáver de su velador.

Antes de la irrupción de la Marina, hombres armados y encapuchados habían asaltado la casa en la que El H se refugiaba. Los intrusos se robaron varias joyas, entre otras, una cadena de oro que se hallaba en un altar dedicado al jefe del cártel: Arturo Beltrán Leyva, a quien la Marina abatió en Cuernavaca a fines de 2009.

(Otra versión dice que esos hombres encapuchados eran los marinos: que al no encontrar a Beltrán fingieron el robo para que éste no sospechara que habían dado con él).

El H era uno de los elementos más sanguinarios del clan. Tras el abatimiento de su hermano en Cuernavaca hizo asesinar a la familia de un marino que cayó en aquel enfrentamiento, y cuyo nombre fue dado a conocer irresponsablemente por las autoridades.

Zetas enviados por El H barrieron a la familia en pleno funeral, que se celebraba en Paraíso, Tabasco. El H declaró después que al enterarse del robo hizo traer al velador para pedirle cuentas. Y que cuando éste se mostró incapaz de darlas, lo abofeteó y luego lo mató “con una pistolita que traía ahí”.

“Nadie quiere a este tipo de enemigo”, había dicho de El H un funcionario federal.

El apellido Beltrán Leyva remite a uno de los peores horrores que han sacudido al país. Encargados de la seguridad de los jefes del Cártel de Sinaloa, responsables —además de manejar regiones de Coahuila y Sonora— del tráfico de drogas entre Acapulco y la CDMX, la ruptura con El Chapo Guzmán y El Mayo Zambada sumergió a México en una etapa de violencia que destruyó las vidas de millones de personas.

A sangre y fuego, los Beltrán se apoderaron del Pacífico. Tejieron alianzas con el Cártel de Juárez, que les permitió controlar la mayor parte de la frontera norte, y con el Cártel del Golfo para dominar las costas de Tamaulipas.

A la muerte de Arturo, El H intentó recomponer el corredor en que su hermano había reinado. No lo consiguió. Pero sumergió a Acapulco y municipios de Guerrero y Morelos en una pesadilla de sangre que no termina.

Ignacio Coronel lo acusó del asesinato de su hijo y envió a 60 hombres a Hermosillo a ejecutarlo. El H no fue localizado. Y aunque los enviados de Coronel secuestraron a su esposa, y la mantuvieron bajo su poder por una semana, Beltrán no dio la cara.

La mujer fue abandonada con vida, con un mensaje: “Nosotros te vamos a enseñar a ser hombre y respetar a la familia, asesino de niños Héctor Beltrán Leyva, aquí está tu esposa, por quien no quisiste dar la cara”.

La respuesta de El H era clara: no daría la cara ni por su familia. Su mujer, conocida como La Señora, asumió luego el liderazgo del cártel, o al menos de una parte. De acuerdo con la autoridades, se trata del primer caso en el que un capo mexicano fue sucedido por su esposa.

Desde que vio su poder diezmado, El H se movió al centro del país y estableció una red con grupos delictivos de Querétaro, Aguascalientes y Puebla. Su esposa, mientras tanto, a través de operadores, conservaba el control de una parte de Acapulco.

Lo detuvieron en una marisquería de San Miguel de Allende en 2014. Fue a parar al penal del Altiplano. El fin de semana pasado el jefe de seguridad reportó que El H tenía dolores en el lado izquierdo del pecho. Lo llevaron a la enfermería. No reaccionó. Llegó sin signos vitales a un hospital de Toluca.

Su muerte ocurre una década después de que los Beltrán rompieran con El Chapo: a diez años del inicio de una guerra que ha sembrado el país de muertos y justo cuando, un manjar para nuestro eterno y muchas veces absurdo sospechosismo, arranca el juicio del fundador del Cártel del Sinaloa.

¿Cuántos secretos se habrá El H llevado a la tumba?

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