No me referiré en estos párrafos al último rey mexica de Tenochtitlan, el pobre Cuauhtémoc, a quien las escuelas nos obligaban a traducir como el “águila que cae”, cuando más bien desciende; aquel a quien los conquistadores llamaron Guatemuz o Guatemotzin, y a quien cuatro siglos después López Velarde, en su misteriosa “Suave patria” llamó el “joven abuelo”, el “único héroe a la altura del arte”, por la dimensión realmente trágica de su épica, inútil resistencia.

No, lo que quiero es celebrar a la “Cuauhtémoc”, el hermoso buque escuela mexicano, el airoso bergantín de tres palos en el que hacen sus viajes de práctica las muchachas y muchachos cadetes de la Escuela Naval Militar de Antón Lizardo, en Veracruz.

Y lo hago porque este fin de semana zarpó de nuevo, como hace cada año, en una extensa expedición. Ocho meses durará ésta, que la llevará a dos docenas de puertos en 10 países latinoamericanos: zarpando de Acapulco, cruzará el canal de Panamá, descenderá por el Atlántico hasta Río de Janeiro, donde se sumará a las otras 11 naves que participan en la regata “Velas Latinoamérica”. La flota hará después escala en Montevideo y en Buenos Aires, entrará en Ushuaia, dará la vuelta al Cabo de Hornos, ascenderá a la fascinante Valparaíso, seguirá hacia Perú, Ecuador y Panamá, moverá las casas de Curazao, atracará en Cartagena de Indias, en La Guaira, en Santo Domingo, en La Habana y en Cozumel para culminar espectacularmente en Veracruz.

¿Cómo que “la” llevará? Sí, me sublevo contra el español, idioma de machos y monoteístas para el que hasta los árboles son masculinos. Habráse visto. Andad al demonio (ese sí es masculino). Las árbolas son tan femeninas como las barcas, como lo apreció el latín al llamarlas “navis”, y luego la marinería en lengua inglesa, que se refiere a las barcas —desde la pequeña pescadora hasta la fragata enorme— con el pronombre “she”, pues mira en ellas a flotantes delegadas de la ELLA primordial, la diosa húmeda, la vasija vehícular, la guía y el destino de todo desplazamiento…

La analogía es inagotable: son hembras las naves no porque, como dicen los bobos, sean “impredecibles”, sino porque son madres flotantes con sus vientres preñados de marinería, combas y curvas, con sus velas hinchadas; porque en un ámbito tan frágil como era el de la navegación azarosa, los marinos preferían sentirse amparados por la fuerza femenina, que es el motivo por el cual las vestían con mascarones de hermosos rostros y enhiestas tetas, y por el que bautizaban a sus naves como “La Niña”, “La Pinta” o la “Santa María”, nombres recordatorios de aquella a cuyos brazos confiaban regresar.

En fin. Dos veces me ha deparado la fortuna mirar a la “Cuauhtémoc” entrando a puerto, mostrando sus gracias con el donaire de su majestuosa lentitud, las velas áuricas al aire —velas “cangrejas”, velas “escandalosas”— en el trance de ser recogidas con pericia por los cadetes trepados en los altos palos, con la enorme bandera tricolor ondeando sobre la popa. La primera vez fue en Oslo, en 1985, cuando nuevecita (pues fue botada en 1982) entró una mañana al puerto en una maniobra perfecta: los silbatos dando órdenes, la coreografía milimétrica de los muchachos danzando por la hermosa arboladura. Y después de observar la maniobra en un perfecto silencio de gente de mar, los noruegos aplaudieron fervorosamente.

La segunda vez fue en 2003, en Rouen, en Francia, puerto interno hasta el que penetró el velero a contracorriente del Sena. La imagen del ancho río hospedando una veintena de enormes veleras aún se me aparece en sueños. Esa tarde abrieron la cubierta al cuerpo diplomático, y los jóvenes marinos (aún no había marineras), vestidos de gala, atendían a los visitantes con ufana gallardía. Es una de las pocas cosas que funcionan bien en México.

Le hice al capitán una propuesta: la Armada debería invitar a uno de los viajes a un escritor adecuado. Se comprometería a producir un libro sobre el viaje, el barco, sus marinos, la inevitable tormenta, las comedias y tragedias propias de una expedición tan larga. (Desde luego, me ofrecí voluntario.) El capitán, por desgracia, no lo tomó en serio.

Sigo creyendo que es una buena idea y que hay algunas nuevas escritoras (o en su defecto, escritor) que lo harían con decoro.

¡Buena navegación, marinos, y buen retorno! ¡Vaya con bien la “Cuauhtémoc” y que regrese aún más hermosa!

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