El 20 de noviembre de 1936, en sesión solemne, se develó el nombre de Belisario Domínguez en letras de oro en la Cámara de Diputados, y se celebró el aniversario de la Revolución. En un nuevo aniversario de nuestra nunca suficientemente heroica gesta patria, reproduzco unos párrafos del discurso que soltó el C. Gral. Marciano González:

“Yo quisiera que mi pensamiento, como la bestia alada nacida del vientre de Medusa, arrancara de la fuente de Hipocrene enormes chispazos que fueran revelación de una época vivida y de una actualidad que se siente. Si la muerte de Luis XVI y de los Girondinos abrió las puertas carcomidas a la Revolución de 1793, la opresión de Porfirio Díaz y de los suyos hizo surgir en México ansias de democracia; y Madero recogió las palpitaciones de nuestro pueblo que llevaba encima las llagas dolorosas, las salpicaduras de la sangre, el bañar del arroyo hecho tristeza y dolor, y aceptó el sacrificio de Sinegiro, y también de aquel persa que en la Batalla de Marathón sacrificó su mano al asirse de la nave, sacrificó la otra, y no bastándole, mordió con ansias la barca, perdió la cabeza, pero salvó la batalla. Y así Madero, tenía que ser renunciación absoluta de interés, de familia y de la vida. ¡Lástima que aquel molde se rompiera!

“¿Cómo era Madero? ¿Cómo era el Madero de entonces, no el Madero consagrado ahora por la pátina del tiempo, como consagran los bronces antiguos? Madero era benévolo como el manantial al hombre perdido en el desierto: ¡Así era Madero! Madero tenía la perfección de la línea recta: ¡Así era Madero! ¡Y ahora resultan muchos revolucionarios y muchos Maderos, imitando la línea recta!

“Refiere la historia que había asolado a Roma una enorme catástrofe; era la muerte y la desolación por todas partes, y un día Marco Cursio, que había servido en las huestes romanas, montó en su brioso corcel y se encaminó hacia los augures y preguntó solemnemente, como preguntan los patriotas, qué era necesario hacer para salvar a Roma. Y dicen que los augures le dijeron: “Cuando se deposite en las grietas abiertas en las calles de Roma, donde es más intensa la desolación y la muerte, lo que de más preciado tienen, entonces habrá desaparecido la hecatombe.” Y Marco Cursio reverente preguntó: ¿qué es lo que de más grande tiene Roma? El sacrificio de sus hijos. Y entonces él monta en su brioso corcel; hinca con valor y resignación las espuelas en las ancas del bruto, y se va al precipicio. ¡Pero Roma se salvó! Madero hizo lo mismo: hincó sus afiladas espuelas, y con él, los precursores de la Revolución, hoy entristecidos porque ya no hay Maderos.

“Hay, naturalmente, choque de ideas, diferencia de criterios; pero los hombres del Gobierno deben sentirse identificados con el propósito y la efectiva labor del Gobierno. Si el Gobierno puede en determinado momento apartarse de la brecha a donde lo empuja el deber, disculpémoslo. ¡Pero no disculpemos a aquellos que en el seno mismo del Gobierno hacen labor de disolución! Porque a este hombre, el Presidente Cárdenas, hecho con la fortaleza del mármol, íntegro, de perfiles definidos, de palpitaciones patrióticas y nacionales, nadie tiene derecho a engañarlo. Podía engañarse el mismo, y, se le disculpa; pero lo que no disculparemos nosotros, los precursores, de la Revolución, los hombres de la Revolución de todas las épocas, es que se lleve al naufragio a un país donde hay palpitaciones que entrechocan, como chocan furiosamente las olas en el mar embravecido.

“Y con esta oportunidad, permítanme ustedes que celebre, como celebramos todos los de la Revolución, que tierna, calurosamente, se haya recogido en letras de oro el nombre de este suicida, por que se necesitaba tener todo el valor de ese hombre para hacer oír en los escaños de la Cámara esa requisitoria formidable, tremenda, brutal, que tanto mal le hizo a Victoriano Huerta como los fusiles disparados en todas partes de la República.

“Y permítanme ustedes que termine. Es necesario que se aquiete el espíritu, que se haga tranquilidad en la conciencia, para que se escuche suavemente el rumor de un pequeño lago dormido, y que sea una oración a Madero. Madero: tus subordinados, tu pueblo, tu Cámara de hoy y tus hombres de hoy y el pueblo mexicano, te dicen: ¡Madero, Madero, te llamamos para bendecirte y para amarte más!”

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