Cada vez hay más señales de que, en el ámbito de la ciencia, la cultura y el pensamiento, se fortalece la consigna de promover conductas intelectuales que se ajusten a las exigencias de la ideología en vigor, la que por lo pronto se define como opuesta a cualquier cosa que haya sido maculada por el pérfido neoliberalismo.

No son escasas esas señales. La más reciente fue la ordenada, con dispensa de discusión, polémica y análisis dialéctico, por el funcionario plenipotenciario que, por disposición presidencial, dirige ahora la editorial Fondo de Cultura Económica (FCE), Sr. Paco Ignacio Taibo II.

El Sr. Taibo II, haciendo uso de las facultades que le confiere la Constitución, ordenó un giro de “180 grados” a la revista El Trimestre Económico, publicación insignia que, desde 1934, fundada por don Daniel Cosío Villegas y Eduardo Villaseñor –olvidado mecenas de tantas empresas culturales— estudia la complicada ciencia de la economía.

Desde su autoridad, el funcionario ordenó doblar a la revista, erradicándole cualquier atisbo de una forma de pensar la economía que, a su juicio (y al del señor Presidente de la República, su jefe) ha dañado enormemente a la patria diamantina. Bueno, pues se acabó: los economistas han sido enterados de que esa revista (y habrá que suponer el mismo FCE) erradican de sus páginas toda mención al neoliberalismo, salvo para descalificarlo.

Es un encomiable primer paso para, ya despuecito, erradicar al neoliberalismo de la realidad mexicana y, por lo tanto, de la realidad mundial.

No puedo sino recordar un episodio interesante de la historia cultural mexicana moderna (que reviso con detalle en algún libro de mi autoría): el más contundente y apasionado intento gubernamental para erradicar del ámbito de las ideas y de la realidad toda, formas de pensamiento que consideró contrarias a la soberanía popular.

Fue en 1937, cuando la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), contrajo nupcias con el gobierno de Lázaro Cárdenas durante un congreso que se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes, presidido por José Mancisidor (1894-1956), un escritor emocionado de páginas exaltadas.

Al terminar su discurso inaugural en ese congreso, Mancisidor (que regresaba con Lombardo Toledano de la URSS, donde ameritó medalla de gran escritor) manifestó “mi intenso amor por la URSS y mi respeto, cariño y admiración para Stalin, el recio camarada que nos señala el rumbo del porvenir”.

Este porvenir llegó en 2019, pues el camarada Mancisidor fue el primer gran escritor elegido por el funcionario Taibo II —supongo que por órdenes, o al menos con la venia, de un comité colegiado— para ameritar su resurrección editorial en el FCE y abanderar así la urgente tarea de formar nuevos lectores en la Cuarta Transformación.

Los objetivos de aquel Congreso de 1937 retumban, ocho décadas más tarde, con una no menos resucitada vigencia, en no pocas zonas de la actual tetrametamorfosis, aquellas que por lo pronto se rozan con la ciencia, la cultura, la educación. Esos objetivos eran los siguientes, que transcribo a la letra:

“1. Fijar, clara y definitivamente, cuál debe ser la posición de los intelectuales en la hora presente, frente a los problemas vitales que conmueven al mundo y a la sociedad mexicana.

2. Agrupar a todos los artistas, hombres de ciencia y escritores, con el objeto de discutir los problemas técnicos de sus intereses económicos, amparando, de esta manera, la eficacia de su función social.

3. Fomentar la comunión de los intelectuales con las masas populares, a efecto de poder interpretar sus necesidades y aspiraciones.

4. Difundir entre las masas populares, en forma adecuada y capaz de prodigar sus frutos, las esencias y las formas de la cultura universal y nacional.

5. Combatir todas las manifestaciones que impliquen una regresión en el pensamiento y en la concepción social de las masas y los individuos.

6. Defender las libertades democráticas conquistadas y procurar la adopción de normas sociales más acordes con la realización plena del hombre”.

Y los intelectuales, artistas, escritores y científicos que no se alineasen con estos objetivos serían declarados “fachistizantes”, avisó Mancisidor. Y la manera de lidiar con ellos sería la de Robespierre, ese revolucionario que supo “señalar la ruta a los escritores de su tiempo, aconsejándoles sumergirse en el alma del pueblo”.

Bueno, con suerte y esta vez sí lo logramos…

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