Un disco de Mocedades . La misa de 12. Las carreteras de regreso. El licuado de plátano, chocolate y huevo para ir al colegio. La discusión de siempre con tu pareja.

Los saldos a pagar de las tarjetas. La ola de violencia en México , que ya es más bien un mar muerto. Un larguísimo pelo (de quién sabe quién) enredado en un bocado dentro de tu boca en una cena de gala. Las colegiaturas. Timbiriche. Andrés Manuel .

La resaca. La racha de problemas. Los desfalcos de los políticos. Un filete de hígado encebollado. Una infidelidad. Los llamados a la puerta de los testigos de Jehová. La adolescencia. Las películas de Pedrito Fernández y la de Lindsay Lohan en la que sale de gemelas. La angustia de los domingos. El spam de Telmex. Una carrera campo traviesa.

Ayer me tocó ir al Parque de San Nicolás Totolapan , camino al Ajusco , a la carrera campo traviesa de la escuela de mis hijos. Todavía no llegaba ni a la mitad del ridículo recorrido de kilómetro y medio y ya estaba exhausto, las piernas se me acalambraban y los pies se me dormían. Respiraba con trabajo, agitado como nunca, con ese frío que te congela el pecho si jadeas. Me urgía llegar a la meta y tirarme en el pasto hasta reponerme, pero me costaba demasiado avanzar y sentía que aquello sería eterno.

Entonces, quizá como un mecanismo de supervivencia, empecé a pensar en todo aquello que pides que termine pero que parece nunca acabar: el jolgorio entre semana de tus vecinos, las peleas de tus papás, el ballet al que te llevan de niño, el programa de radio de Esteban Arce, los espectaculares y vallas del Gurú de la Moda (ja), Rosario Robles , las malas noticias de los periódicos, el acné de la pubertad, el sobrepeso, los terremotos, el malestar de un hijo, los agujeros de tu perro en el jardín, Lupita D’Alessio y el insufrible de Ernesto, Tiburones de Veracruz vs Jaguares de Chiapas, la gira de Emmanuel y Mijares , los contubernios del gobierno, los ojetes, los microbuseros, la tristeza.

Corría en cuarto lugar de la categoría papás, mis hijos habían llegado primeros en sus respectivos hits y mi esposa en el suyo, así que concentré de nuevo mis pensamientos en la carrera; de ninguna manera sería la deshonra de la familia. Rebasé al tercero y me le acerqué tanto al segundo que me agoté la fuerza. Al comienzo de la última subida volví a ser cuarto y ya no conseguí hacer nada más que defender mi posición.

Paula, mi hija, me gritaba con toda su alma que subiera, los tres me esperaban en la meta y se me abalanzaron cuando por fin me aventé al pasto con la certeza de que incluso lo que parece que nunca se va a acabar, un día se acaba: los podios, la escuela, tus hijos brincándote encima, tus papás y, al final, el aliento. Por eso hay que aprovecharlo.

Aquí las fotos de la vergüenza: fjkoloffon.com/anotaciones

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