Como pocos, lleva impreso su ADN en celuloide. Y ahora, por la puerta grande, en hombros, entre aplausos y aclamaciones, se retira luego de haber participado como actor en 80 proyectos visuales —los primeros de ellos para la televisión— y después con una enorme lista de cintas icónicas en tantos subgéneros narrativos como el cine ofrece y que incluyen, cómo no evocar algunos de ellos, El golpe, El gran Gatsby, Todos los hombres del presidente, Una propuesta indecorosa, El hombre que hablaba con los caballos, Leones por corderos, Buttons y la que será su última aparición en pantalla: The old man & the gun.

La historia en la que se basa directamente es en la vida de Forrest Tucker (1920–2004), un metódico ladrón de bancos quien sumó a su astuta inteligencia una capacidad de escapes de prisión que habrían hecho sonrojar a Houdini: logró evadirse, según su testimonio, de 18 prisiones en un total de 30 intentos, uno de los cuales le brindaría fama instantánea: haberse hecho humo ni más ni menos que de San Quintín, donde no se andan con chiquitas.

El periodista y narrador David Grann, en la edición del 27 de enero de The New Yorker, inicia así su texto The old man & the gun, que da pie a la cinta: “Justo antes de que Forrest Tucker cumpliera setenta y nueve años, se fue a ‘trabajar’ por última vez. Aunque todavía era un hombre de aspecto sorprendente, con ojos azules intensos y cabello blanco recogido hacia atrás, tenía una creciente lista de dolencias, incluida la presión arterial alta y dolorosas úlceras. Ya contaba con un bypass cuádruple, y por ello su esposa lo alentó a instalarse en su casa en Pompano Beach, Florida, una residencia al borde de un campo de golf que adquirieron para su jubilación. Había un lugar cercano donde podían comer costillas y bailar los sábados por la noche con otros adultos mayores e incluso un lago donde Tucker podía sentarse a la orilla y practicar su saxofón.”

Esa vida, jo, no era, y no fue, para el señor Tucker.

Los testimonios que hablan de su forma de actuar y comportarse lo retratan, siempre, como un caballero a la vieja escuela: educado, cordial, de suaves modales y siempre con una tranquilizadora sonrisa que para aquello de robar bancos en solitario, o con un equipo minúsculo de apoyo, funcionó siempre más que su revólver que, por cierto, jamás disparó durante uno de sus trabajos.

La historia estaba hecha a la medida para Redford, hasta por la simili-tud de edades. Para despedirse como el rey que ha sido, el actor eligió como director a David Lowery, quien a pesar de su relativa juventud ha dirigido ya 23 cintas, entre ellas la destacadísima y prácticamente inolvidable A ghost story, y se rodeó de leyendas, desde el que será un actor de época de seguir como va, Casey Affleck, hasta Danny Glover, el compositor, cantante y gurú de la literatura lírica Tom Waits más una adorable Sissy Spacek, con quien imparte clase de actuación a partir de diálogos perfectos que parecieran casuales pero que están armados con todo el oficio del mundo.

Forrest conoce de forma casi casual a Jewel (Spacek), y en una cafetería echa mano de todo su acervo de encantador para que tenga efecto el siguiente intercambio digno de letras de oro cuando le revela su profesión:

—No sé absolutamente nada sobre ventas.

—Pues vaya.

—Lo inventé.

—¿Qué haces, entonces?

—Es un secreto.

—Ah, sí, y por qué.

—Porque si te lo dijera no querrías volver a verme.

—¿Quién dice que no querría verte de nuevo?

—¿Volverías a verme?

Ella le anota su número telefónico y él hace un apunte a su vez en una tarjeta.

—No lo dirás en serio.

—En serio.

—Es broma.

—Por favor…

—De ninguna manera.

—¿Por qué me lo confiarías?

—Supongo que confío en ti.

—¿En mí?

—Acabas de conocerme.

—A veces simplemente confías, es todo.

—¿En mí?

—Bueno, sigues aquí.

—Porque no te creo. Si te creyera…

—Entonces qué sería peor: ¿mentirte o decir la verdad?

—Pruébalo.

—¿Quieres que lo pruebe?

—Sí.

—¿Qué harás si lo hago?

—No me iré.

—Mmm, no, no lo demostraré.

—Bah, eso supuse.

—No lo hago porque no es mi estilo.

—Ah, ¿y además tienes un estilo?

—Lo tengo.

—Entonces cuéntame de él.

Lo que sigue es, dicho en voz de Redford, el método infalible en los años en que los celulares no existían, para robar un banco sin dejar de ser un caballero, tal como lo hacía Tucker:

—Por ejemplo, este lugar. Este lugar no es mi estilo, pero supongamos que es un banco, y que ese mostrador fuera una ventanilla de cajero, y la mujer que está parada ahí fuese la cajera. Tú simplemente entras con mucha calma, buscas un lugar y te sientas, como estamos sentados aquí. Y esperas y observas. Puede tomar un par de horas o incluso un par de días. Esperas hasta sentir que es el momento adecuado. Y justo ahí, haces tu movimiento: caminas, la miras a los ojos y le dices: “Señora, esto es un asalto”, y le muestras el revólver de esta manera. Le dices: “Llene esa bolsa con dinero, y no haga ninguna tontería. No quisiera hacerle daño porque me cae bien. Me cae muy bien, de hecho, hasta podría estar enamorado de usted, así que no me rompa el corazón, ¿de acuerdo?” Y ella llenaría la bolsa con dinero y yo me iría por donde vine, como si nada.

Se va Robert Redford del cine, como un caballero, con todos los premios, con toda la gloria de promover el sagrado Festival de Sundance y sin haber disparado nunca un tiro ni lastimar a nadie.

@cesarguemes

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