Con sus ojos de niño, desde el barco en que cruzó el Atlántico, vio por primera vez el puerto de Veracruz, acompañado por su familia más cercana, en aquel siempre bienvenido exilio español de 1939.

Contaba para sí con dos años de edad. Y aquí viviría la más grande aventura de su existencia: hacerse hombre de letras.

De modo que este 2019 quienes han conformado sus centenares y centenares de alumnos, o lo han leído —o leerán luego—, o han oído de él —y quienes no, también—, conmemoramos 80 años del mentor, prosista y poeta Federico Patán en el territorio que hizo su país y se convirtió, como pocos, en profesor emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) luego de al menos 43 años de labores.

Alguna vez, hace tres décadas, correspondió aquí al escribidor dar cuenta periodística de la presentación de un libro a cargo del enjundioso Federico Patán —lo era entonces, lo es ahora— que llegó muy tranquilo a la mesa de presentadores con al menos una docena de páginas escritas a máquina. Las presentaciones de libros que por lo general no sirven salvo para que los gorrones de siempre vayan a embriagarse gratis, implicaban la lectura, si acaso, de una cuartilla por parte del padrino del asunto antes de que el autor tomara la palabra. Pero el maestro Patán —ya era maestro para entonces— le sopló al respetable la docena de páginas en buen romance y todavía se dio el lujo de tomar el camino de algunas disquisiciones propias sobre la marcha en torno a las que improvisó.

Las presentaciones de libros de la época nunca volvieron a ser las mismas. Contrariamente a lo esperado, cada vez que lo anunciaban en algún cartel, se reunían más y más personas para oír y a veces tomar nota de algo que no era un apunte laudatorio sobre el libro en turno, sino una cátedra de literatura en la que al cierre había vino blanco: el paraíso de cualquier sibarita.

En el texto titulado “Una mirada a la obra poética de Federico Patán”, publicado por la UAM-Azcapotzalco, publicó Enrique López Aguilar respecto de su método de trabajo: “Durante muchos años no pasaba día sin que trabajara desde temprano para escribir su propia obra; y los sábados y domingos los dedicaba a la preparación de la reseña semanal. Frente al encarnizamiento crítico regocijado en destazar al otro, que parece un espejo literario de la violencia que se vive mundialmente desde el siglo XX, la generosidad y el optimismo de Patán lo hicieron parecer ‘excesivamente tolerante’. Él siempre sostuvo lo siguiente: ‘Reseño los libros que me gustan y trato de encontrar lo rescatable en aquellos que son francamente malos’. Me parece que ésta será la actitud que prevalecerá en la crítica del futuro. Las carnicerías sólo son materia de la nota roja literaria, o de la amarillista del momento.”

Aquí el escribidor tuvo por entonces la fortuna de charlar con él en varias oportunidades, luego de las maratónicas presentaciones que se volvieron pan cotidiano. Y también la ha tenido de entrevistarlo algunas veces por su obra personal, variada y enriquecedora: la obra que pasa por la mirada del creador que tiene al crítico mordaz justo en el hemisferio cerebral de al lado.

Venga, lector querido, acompáñeme a releer o descubrir la prosa del maestro Federico en este ejemplar de diciembre de 1976 de la Revista de la Universidad: “La tradición, la lealtad, el amor y la moral son las fuerzas positivas en el universo de Chandler. El dinero es un arma del diablo y la raíz de todo mal, tanto en las novelas que estamos comentando como en la novelística policiaca en lo general. Esto también permite caracterizar a Marlowe, quien vive de ser detective. Chandler cuida bien de especificar las transacciones monetarias que ocurren entre su héroe y los clientes que acepta. Y el lector termina con la idea de que a Marlowe no le interesa el dinero. Vive de investigar, claro; pero su afán de llegar al fondo de los problemas indica cuánto más le obsesiona la limpieza, el terminar con una situación corrupta. Esto se une estrechamente a la estructura que Chandler da a sus novelas. Todas comienzan con una investigación menor: un intento de chantaje, una moneda robada, un hermano desaparecido, un pedido de ayuda, el vigilar a una joven rica. Nadie quiere más. Pero cuando Marlowe inicia su trabajo también se inicia una serie de acontecimientos que se diría ajena al asunto central. Falsa deducción. Todo termina en su lugar preciso al concluir la novela y el lector capta entonces la imagen total e integrada, constituida por infinidad de fragmentos.”

Al reconocido maestro emérito lo invitaron por teléfono, cuando muy joven, a impartir clase. En el Boletín de la UNAM de mayo de 2013 narra así el inicio de esa epopeya: “… lo peculiar es que antes de ese telefonema no había considerado la enseñanza como una opción de vida. Lo que yo quería entonces, en realidad, era convertirme en periodista cultural.”

Logró mil veces cruzar esa meta uno de sus hijos, maestro Patán. Y, si me permite decírselo hoy a 80 años de su llegada por Veracruz, ese hijo al lado de un cierto David y un cierto Héctor, resulta que —al igual que los dos mencionados— también es mi hermano.

@cesarguemes

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