El lunes de hace dos semanas, el presidente Enrique Peña Nieto convocó a su gabinete económico. Sabía que había diferencias entre dos bandos. No pleito personal ni grillas, pero sí diferencias de qué hacer con la renegociación del TLC.

Según mis fuentes, un bando lo encabezaba el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, y el otro el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo.

Desde que Donald Trump ganó las elecciones, Videgaray y Guajardo han hecho mancuerna: mientras el primero se cuela a las esferas de poder de la Casa Blanca para operar todo lo que tenga que ver con México, el segundo se conoce hasta los detalles más recónditos del articulado del TLC y es el jefe de la renegociación.

Hasta que se abrió una ventana, una ventanita, y eso enfrentó los puntos de vista de Videgaray y Guajardo, de acuerdo con las mismas fuentes con acceso privilegiado.

Esa ventana duraría los próximos dos meses. Sesenta días en los que, según la información que dedujo el gobierno de México, Estados Unidos tenía incentivos (¿los tiene?) para cerrar un trato en la renegociación del TLC.

¿Por qué estarían los de Trump interesados en llegar a un acuerdo? Primero, porque los empresarios más poderosos de Estados Unidos y los políticos del Partido Republicano están defendiendo al TLC cada vez más. Segundo, porque necesitan a esos empresarios para financiar la campaña legislativa de noviembre y a esos políticos para ganar el Congreso y que Trump tenga mayoría. Y tercero, porque les da nervios la posición de López Obrador en las encuestas y la posibilidad de que presente una postura dramáticamente distinta de qué hacer con el TLC con un nuevo equipo de negociadores, que obligue a iniciar de cero lo que lleva un año trabajándose.

Ante ello, la lectura mexicana es que se puede llegar a un acuerdo pronto, pero habría que ceder en dos materias sensibles: automotriz y controversias.

Según me cuentan, el equipo-Videgaray argumenta que, considerando que hace un año el escenario era un rompimiento del TLC, pagar un costo sensible pero conservar el Tratado no es para nada un mal arreglo porque mandaría al mundo financiero una extraordinaria señal de que México se arregló con Trump y que es socio favorito de la potencia económica, algo que podría derivar en atracción de inversiones, generación de empleo, revaluación de la moneda, etcétera. Y que además, conociendo los humores del presidente americano, más vale sepultar de una vez la incertidumbre.

Las mismas fuentes platican que el equipo-Guajardo defiende que los vaivenes los vamos a tener siempre, que los americanos “no comen lumbre”, que van a terminar quedándose en el TLC porque cada vez hay más presión de su empresariado, sus gobernadores y legisladores, y que seguir negociando puede significar para México mejores condiciones en esas dos materias tan sensibles, en las que llevan atorados más de un año.

Al día siguiente de este debate en el gabinete, fue la desastrosa llamada Peña-Trump. ¿Existe todavía esa ventana? Lo sabremos en breve. Porque Trump se alista para castigar al mundo con aranceles al acero y alumnio, y en México ya están preparando las medidas de represalia.

historiasreportero@gmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses