La tarde de antier fue tarde de fuego en el PRI. Un agarrón entre los dos grupos que buscan reconstruirlo. Una comida y luego una reunión en las que hubo rispideces, jaloneos, levantones de voz y hasta amenazas.

El más desprestigiado de los partidos políticos relevantes atestiguó un encontronazo entre el grupo que lleva a la cabeza al gobernador de Campeche, Alejandro Moreno, y el que postula al ex secretario de Salud y ex rector de la UNAM, doctor José Narro.

A Alejandro Moreno “Alito” lo respaldan los gobernadores del PRI; en especial, el de Oaxaca, Alejandro Murat. Y tiene el visto bueno del presidente López Obrador.

A José Narro lo respaldan Manlio Fabio Beltrones, el senador Miguel Osorio Chong, el ex presidente Carlos Salinas y casi todos los ex dirigentes del partido.

El lunes ambos grupos se encontraron para definir el método de la elección del nuevo dirigente nacional. El grupo de Alito se impuso al grupo pro-Narro.

Los del campechano querían que la elección priista fuera en votación abierta de los más de seis millones de militantes que tiene el padrón de ese partido. Los del ex rector buscaban que solamente los aproximadamente siete mil delegados fueran los electores.

¿Por qué apoyaban esos métodos? Los de Narro han dicho que porque el padrón no es confiable y a últimas fechas lo han “inflado” de nuevos militantes los operadores políticos de los gobernadores de Campeche y Oaxaca. Pero también es cierto que el grupo que respalda a Narro controla a la mayoría de los delegados. Algo similar ocurre en el bando de enfrente. Los que respaldan al gobernador Moreno dicen que la reconstrucción del PRI tiene que partir de toda la militancia y no ser otra vez una decisión cupular. Pero también es cierto que los gobernadores que respaldan a Alito pueden operar con mucha soltura en una elección abierta con un padrón que ha sido cuestionado por el INE.

Al final se decidió que fuera una elección abierta a la militancia con el padrón existente, organizada por el PRI, no por el INE.

Ayer en Despierta de Televisa, en la mesa que organizamos con el gobernador Moreno y el ex secretario Narro, quedaron claras las distancias, los puntos de choque, de discusión. Difieren en el método de elección de dirigente nacional, se critican en sus trayectorias y apoyos, se separan en lo que dice representar cada uno en comparación con su rival, pero se hermanan en una misma visión: consideran que el PRI tiene que convertirse en un partido progresista, de izquierda.

Me sorprendió que la apuesta del PRI sea comerle un pedazo del pastel de la izquierda al presidente López Obrador. No tanto desde el miedo que genera por sus planes económicos y sus rasgos autoritarios, sino desde el desencanto de su propia base ante malos resultados y de los damnificados de sus decisiones.

Veremos si los priistas son capaces de reconstruir un partido que, por ahora, parece hundido en el peor de los pantanos: el de la intrascendencia.

historiasreportero@gmail.com

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