A la luz de la teoría que ha acompañado a las lógicas económica y política de las últimas décadas, muchos de los planteamientos que hace el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, suenan destinados al fracaso. Sin embargo, la lógica sobre la que descansan los proyectos del gobierno entrante es diferente a la que ha reinado.

Confieso que me cuesta mucho trabajo profundizar en esto porque no soy intelectual ni académico y carezco del bagaje científico para apuntalar lo que sencillamente detecto desde la mirada de reportero:

Hasta ahora, nos hemos educado en que las políticas públicas deben estar alineadas a la teoría de los incentivos individuales, es decir, que cada ser humano busca su propio beneficio directo; así reaccionamos las personas y así funciona el mundo. ¿Qué quiere decir esto? Que, por ejemplo, la gente paga impuestos para evitar que por una auditoría lo multen y termine pagando más; que una persona no es corrupta porque lo pueden descubrir, exhibir, castigar; que alguien no hace trampa porque existen instituciones supervisoras que le hacen pagar por ello.

Es verdad que los enormes márgenes de impunidad en México le restan fuerza a cualquier incentivo de este tipo, pero aun así se han diseñado políticas públicas como una reforma educativa que castiga con el despido al maestro que falte más de tres veces seguidas sin justificación o el Sistema Nacional Anticorrupción, que busca que los rateros del erario reciban la señal de que de ahora en adelante no les van a servir sus complicidades políticas para salir libres de cualquier transa.

El presidente electo López Obrador no parece creer en que los incentivos sólo se alinean así. En distintos momentos de la transición, al dibujar sus planes de gobierno, ha dejado claros varios ejemplos: piensa que la gente va a dejar de ser corrupta porque él va a poner el ejemplo y éste va a permear, considera que los maestros de la CNTE van a dejar de hacer “semanas de martes a viernes” a cambio de que les derogue la reforma educativa, prometió una lotería de auditorías porque deduce que cuando vea el ciudadano que su dinero está siendo bien empleado entonces va a pagar sus impuestos como Dios manda, y su programa estrella para ninis no tiene supervisión ni candados porque confía en que en México reina un nuevo ánimo que, sin necesidad de una autoridad punitiva, motivará a que ningún empresario se coluda con un joven para quedarse con el dinero que les va a dar el gobierno por la capacitación de más de dos millones de desempleados que no estudian.

Todo, pues, está basado en que la gente hará el bien en automático bajo la inspiración de un nuevo aire gubernamental, el de la 4T, la Cuarta Transformación.

Si lo logra, estará cambiando los paradigmas del comportamiento humano. Centenares de teorías quedarán desmontadas y miles de libros deberán irse a la basura. Pero, ¿y si no?

SACIAMORBOS. Ya vimos que por lo menos la austeridad no es contagiosa.

historiasreportero@gmail.com

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