“En 1882, Ernest Renan ofrece una conferencia en la Sorbona y afirma: «La existencia de una nación es un plebiscito cotidiano». Su planteamiento se opone, pues, al nacionalismo étnico e incluso racial, con sus componentes de irracionalismo romántico, a la existencia eterna de las naciones, al medio que modela de un modo mágico a los pueblos, siempre escogidos. Renan sitúa en el centro al individuo que, libremente decide su pertenencia a la nación. Y por tanto enuncia el carácter contingente de las naciones: «Las naciones no son algo eterno. Han comenzado, terminarán. La confederación europea, probablemente, las reemplazará.»” (Clásicos de Historia, blogspot.mx).

El individuo, no un pueblo con un destino propio, es el origen de la Nación. México como ahora es, mañana no puede ser, todo depende de que los individuos creamos que es una idea en torno a la que podemos convocar a la solidaridad social. Una idea que nos hace renunciar a nuestros egoísmos y reconocer en el otro una persona igual de importante a nosotros y por quien vale la pena arriesgar la vida o el patrimonio para lograr su bienestar.

La familia, la comunidad, la región y la Nación son ideas que permiten concentrar el esfuerzo colectivo para la búsqueda del desarrollo compartido. Los elementos que componen esta solidaridad son evidentes: la creación de riqueza es atribuible a todos y ésta debe distribuirse en forma equitativa considerando el mérito y las circunstancias de desventaja de algunos individuos. Una economía que sólo beneficia a un pequeño número socava lentamente la identificación de los individuos con una idea como la Nación.

¿Qué pasó nuevamente el 19 de septiembre como el efecto social del sismo? Hoy como hace 32 años, la juventud se manifestó como una sola para apoyar a sus semejantes, olvidando la condición social y económica que los separa. Esto fue posible en torno a una idea: México. Los individuos se organizaron espontáneamente, en un primer momento, y luego se alinearon en su ayuda al liderazgo de las entidades públicas o privadas, según el caso o preferencia, potencializaron la acción.

Las preguntas son: ¿Esta solidaridad es suficiente para convertirse en ese plebiscito cotidiano al que se refería Renan? ¿Seremos capaces de comprender como sociedad que el conflicto permanente y la descalificación del otro no conducen a nada? ¿Somos capaces de sacrificar nuestros intereses personales, empresariales, políticos o grupales para generar la suficiente confianza de que nuestras aportaciones se traducirán en un desarrollo incluyente?

Una vez que pasó la emergencia, cada chango a su mecate y todos a jalar para su molino. Los opinócratas de los medios de comunicación -todo está mal, nada está bien y ellos nunca se equivocan- atacando al gobierno por lo que hace o deja de hacer; los empresarios ofreciendo su experiencia como hacedores de dinero para administrar fideicomisos privados con los donativos internacionales y nacionales (que quepa decir: son ajenos a las reglas de transparencia que rigen a los fideicomisos públicos); los partidos políticos ejecutando su estrategia para ganar la elección del año entrante; el gobierno intentando canalizar ordenadamente recursos públicos a los damnificados y buscando evitar duplicidades; las organizaciones de la sociedad civil buscando espacios de influencia dentro de su población objetivo -ver los cambios de señal del Teletón- y las entidades públicas no gubernamentales como el Congreso de la Unión o los órganos autónomos a la expectativa para actuar conforme a las circunstancias que se presenten.

Los jóvenes paulatinamente se irán desmovilizando y su vida volverá a la normalidad. El trabajo de la reconstrucción es competencia de las instituciones, pero la expresión espontánea de solidaridad quedará grabada en sus mentes y corazones. Ya saben que sí vale la pena dejar de lado el egoísmo de la sociedad consumista para colaborar en una causa común. No todo es el yo, el clásico “let it be” de los Beattles, sino que también existe el “Nosotros”.

Como Renan pienso que la Nación no es eterna, que se construye todos los días, que puede ser reemplazada. Lo importante es que en el ser humano hay una tendencia a la solidaridad que, cuando es más fuerte que el egoísmo, transforma a las sociedades y las hace más igualitarias. La solidaridad no debe imponerse -autoritarismo o totalitarismo-, ni puede ser un producto espontáneo de la utopía anarquista de la sociedad sin gobierno, tampoco debe ser solamente una reacción temporal a un desastre. La solidaridad se construye, se fortalece y se perpetúa sólo si hay confianza en que todos queremos una sociedad más justa e incluyente.


Profesor de Posgrado de la Universidad Anáhuac del Norte
cmatutegonzalez@yahoo.com.mx

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