A finales de 1964, en medio de la transición geopolítica en la que Estados Unidos y la URSS se disputaban la hegemonía económica e ideológica a nivel mundial, la Organización de Estados Americanos y la compañía Esso, propiedad de Standard Oil, convocaron a una serie de concursos para artistas plásticos jóvenes de América Latina.

Los certámenes se llevaron a cabo en Bogotá, Buenos Aires, Lima, Río de Janeiro, San Juan de Puerto Rico, San Salvador —ciudad que concentró a todos los participantes centroamericanos— y Santiago de Chile. En México, el INBA avaló la convocatoria. Raquel Tibol recordó que el jurado estuvo compuesto por Rufino Tamayo, Mathias Goeritz, Ricardo Martínez, Carlos Orozco Romero, Justino Fernández, Jorge Juan Crespo de la Serna, Juan García Ponce y Rafael Anzures. Como parte de la deliberación, el 2 de febrero de 1965, día de la premiación, se inauguraría una muestra con las mejores piezas recibidas, las cuales serían expuestas en el Museo de Arte Moderno.

Aunque había reticencias entre los defensores de las tendencias realistas con las políticas de la OEA, los ganadores, además de un jugoso cheque, tendrían el derecho de concursar en el Salón Interamericano que habría de presentarse en Washington. El Nacional reportó que fueron presentados mil 500 cuadros y 200 esculturas. Tibol especificó que, el día pactado para la exposición, el jurado eligió “52 pinturas de 39 pintores y 22 esculturas de 19 escultores”.

Antes de que iniciara la velada, ya había un gran número de participantes afuera del MAM a la espera de la premiación, también arribaron artistas ya consolidados que fueron invitados al evento. Resultaron ganadores los pintores Fernando García Ponce —primer premio, 20 mil pesos— y Lilia Carrillo —segundo premio, 15 mil pesos—, así como los escultores Oliver Seguin y Guillermo Castaño, quienes recibieron los mismos montos. Tibol refiere que fue entonces que inició el zafarrancho: “Los ánimos no estaban para evaluaciones históricas. Las voces de repudio contra la OEA (…) se habían generalizado, así como contra Juan García Ponce y José Luis Cuevas. Al primero se le acusaba de haber favorecido a su hermano Fernando, y a Cuevas le gritaban: ‘Lárgate a Washington, traidor, vendido a la OEA’. En medio de la batahola, Cuevas insultó al pintor Francisco Icaza, quien le respondió con dos bofetadas; Antonio Rodríguez y (Benito) Messeguer los separaron mientras expresaban acaloradamente su desacuerdo con el jurado. En evidente minoría, Tamayo, Cuevas y otros se fueron a casa de García Ponce a celebrar a los premiados”.

Fabian Moreno, periodista de La Prensa, definió el zipizape como una reyerta entre “abstraccionistas” y “nacionalistas”. Además hizo su propia crónica de lo ocurrido: “Los protagonistas (…) apelaron a las malcriadeces de dicho y de hecho, estas últimas en forma de ensalada de pellizcos, moquetes y empujones. Por ejemplo, José Luis Cuevas y Francisco Icaza lograron, uno, estropearle un poco la nariz al otro (…). Un barbudo recibió un baño de ‘jaibol’ que le recetó una pintora, y un crítico de arte gritaba desaforado desde un rincón neutral: ¡sainete, puro sainete!”. Después de ironizar sobre las razones de la confrontación, escribió: “Esos llamados artistas intérpretes de la tradición popular están íntimamente ligados a esa burguesía que tanto desprecian, es para ‘nuevos ricos’ para quienes pintan. A ellos los buscan, los acatan… ¡y los engatusan!”.

El desaguisado provocó que los autoproclamados pintores rebeldes iniciaran un boicot en contra del INBA, encabezados por Benito Messeguer, quien acusó la parcialidad de Rufino Tamayo y repudió que el premio de pintura fuera a parar a manos del hermano de uno de los jueces.

El llamado a la concordia llegó, paradójicamente, del polémico David Alfaro Siqueiros, que en una entrevista para EL UNIVERSAL exhortó a los artistas plásticos a enarbolar polémicas constructivas en vez de “organizar pleitos a golpes por los dineros de la Standard Oil”.

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