A mediados de la década de los 30, Octavio Paz se debatía entre integrarse de lleno a las actividades de los grupos comunistas que entonces despuntaban en México o mantenerse al margen como un observador de los acontecimientos históricos que se desarrollaban en el febril apogeo de las ideologías.

El panorama era complejo para él, pues buena parte de sus amistades eran militantes del Partido Comunista Mexicano o se habían integrado a la llamada Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), misma que se definía como un grupo intelectual de izquierda cuya misión consistía en promover, desde el arte, la lucha contra la opresión.

En 1937, Paz acudió al Segundo Congreso de Escritores Antifascistas en el Defensa de la Cultura, el cual se desarrolló en medio de la Guerra Civil Española y pretendió identificar a la intelectualidad internacional con la causa republicana, que estaba influida por el comunismo soviético. Aunque en su invitación estuvo involucrada la LEAR, Paz conservó su independencia y lamentó la iracundia con que muchos de los congresistas vilipendiaron a André Gide por su polémico libro Regreso de la URSS.

Los rumores sobre el asesinato de Andreu Nin, político de orientación trotskista y presidente del Partido Obrero de Unificación Marxista, en el que habrían participado las fuerzas republicanas en contubernio con la policía secreta rusa, fue para él una tremenda decepción: “La desaparición de Nin […] nos conmovió a muchos. […] Para mí era imposible que Nin y su partido fuesen aliados de Franco y agentes de Hitler. Un año antes había conocido, en México, a una delegación de jóvenes del POUM; sus puntos de vista, expuestos con lealtad por ellos, no ganaron mi adhesión pero su actitud conquistó mi respeto. Estaba tan seguro de su inocencia que habría puesto por ellos las manos en el fuego”.

Para 1938, luego de su experiencia europea, estrechó su amistad con José Ferrel, quien a esas fechas formaba parte del círculo intelectual de Trotsky. Cuando supo que Bujarin, un intelectual ruso por quien sentía una profunda admiración había sido asesinado por sus propios camaradas, su incertidumbre se tornó en rabia. Elena Garro recordó su reacción: “Octavio Paz, a la hora del desayuno, exclamó con lágrimas: ‘¡Bujarin… no! ¡No! […]’. ¿Quién es?, le pregunté, ‘¡Cómo preguntas eso! El ideólogo del partido, el autor del ABC del comunismo’. En el periódico leí que le habían dado un tiro en la nuca. Me quedé sin habla, ¿Quién podía entender esas cosas? Era dramático ser comunista, y peligroso”.

Al año siguiente se enteró de la firma del Pacto Ribbentrop-Mólotov. Ese fue el momento de su distanciamiento definitivo con el comunismo: “La política del Frente Popular despertó en mí, al principio, ciertas resistencias y escrúpulos. Pero mis amigos comunistas me convencieron: ante el avance de Hitler la táctica adecuada era la unión de todos los antifascistas. Ésa fue la política que defendimos en ‘El Popular’. De ahí que el pacto entre Hitler y Stalin me haya escandalizado e indignado. Dejé el periódico y me alejé de mis amigos. Me quedé muy solo. […] La ruptura con Neruda y otros fue total y dolorosa”.

Su perspectiva en torno a los excesos de la izquierda radical halló refugio en su amistad con Victor Serge quien, como la gran mayoría de los marxistas opositores, había huido de la represión estalinista y eligió México como su país de exilio: “La lección de Serge no fue exclusiva y predominantemente teórica; lo que me impresionaba en él no eran las ideas —aunque las tenía, y brillantes— sino el corazón, la nobleza de alma. Años después, al conocer a Breton, recordé a Serge: ambos eran lo que se llama hombres de conciencia. Y la conciencia, decía Breton, es aquello que, «ocurra lo que ocurra, nos lleva a oponernos a todo lo que atente contra la dignidad de la vida». La conciencia es lo contrario de la razón de Estado”.

La crítica de Paz al comunismo llegó a estigmatizarlo en algunos sectores de la sociedad mexicana, que lo acusaron de conservador y reaccionario. Quizá sea necesario hacer eco de una de sus apostillas más contundentes en respuesta a todos aquellos que están dispuestos a hacer de la represión un dogma: “Consterna oír que el fin de un sistema que ha costado al pueblo soviético millones de muertos se llame «el fin de la utopía»”

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