Jamás aprenderemos a vivir

en la epopeya del estrago.

José Emilio Pacheco.

Hace 32 años mi vida giraba en torno a la Facultad de Derecho de la UNAM. Como estudiante de nuevo ingreso, viví el sismo de 19 de septiembre de 1985 como un inconveniente cotidiano. Nadie en la Universidad supuso la magnitud de la tragedia que habríamos de enfrentar, hasta que supimos por la prensa los detalles de lo acontecido.

La ciudad luchaba por sobrevivir. Cuerpos de rescate y millares de voluntarios hicieron posible la esperanza en medio de la catástrofe; la solidaridad de la sociedad civil logró que, en la memoria del país, se mitigara el dolor de los afectados. Sin embargo, las regulaciones sobre construcciones y usos de suelo apenas sufrieron modificaciones. Octavio Paz fue de los primeros en denunciar la voracidad mercantil como artífice del costo de sangre: “los empresarios e industriales de la construcción (…) aprovecharon el auge relativo de este cuarto de siglo para entregarse a una especulación urbana desenfrenada e inescrupulosa, con la complicidad de la burocracia gubernamental. Así, en unos cuantos años, la ciudad se extendió de manera caótica y se cubrió con multitud de edificios no sólo feos sino inseguros”. Los efectos de esa intransigencia son todavía visibles en los rostros de los capitalinos.

El martes de esta semana revivimos la angustia y la desesperación. Misma fecha que hace poco más de tres décadas, unas horas de diferencia. En esta ocasión, mis circunstancias fueron muy distintas. El terremoto me sorprendió en el piso 29 de una torre en Paseo de la Reforma, ahí, y sin alarma de por medio, el pánico hizo presa de todos los presentes. Bajo mis pies, el mundo parecía desvanecerse. Fue gracias a la valentía de la brigada de protección civil que logramos organizarnos y desalojar. Ya en terreno más firme, caminé por la colonia Cuauhtémoc y presencié que los daños provocados por el temblor habían afectado tanto a las edificaciones antiguas como a las recientes, aunque ya había tenido un atisbo de la destrucción a través de mi móvil.

Es un hecho que los nuevos medios de comunicación han contribuido a la fluidez de la información y a la movilización del voluntariado, no obstante, antes que el entusiasmo por la fraternidad haga que este episodio pase a la historia como una muestra más de nuestra calidad humana, es necesario poner el acento en los aspectos que podemos vigilar para disminuir las pérdidas de vidas en futuros desastres. Pongamos por caso la difusión de comunicados a través de las redes sociales: es indudable que esa labor facilita la identificación de los sitios más afectados, pero no es una actividad que deba hacerse a la ligera, pues la demanda de ayuda puede variar de un momento a otro y si no se corroboran las fuentes, los recursos estarán finalmente mal distribuidos.

Otros factores a tener en cuenta son los concernientes a las responsabilidades compartidas del ámbito inmobiliario, ya que son muchos los intereses económicos y políticos que giran en torno a él. Por ejemplo, sabemos qué zonas de la Ciudad de México son las más vulnerables a los movimientos telúricos, pese a lo cual siguen contándose entre las más cotizadas: restauranteros, empresarios e inquilinos se disputan cada metro cuadrado a punta de billetes y, en la mayoría de las ocasiones, lo hacen sin investigar el estado estructural de los inmuebles en los que están interesados, ni en los riesgos que implican los nuevos que se están construyendo. ¿En verdad son necesarios más corporativos y centros comerciales en lugares sobrepoblados? Además, ¿cuántos arrendadores destinan un porcentaje de sus ingresos al mantenimiento de sus predios? En el mismo sentido, y siendo la gentrificación la que marca la pauta del mercado, sería interesante saber qué cantidad de los sitios restaurados han sido revisados desde sus cimientos para garantizar su habitabilidad.

El momento de crisis por el que estamos atravesando es aleccionador. Podemos convertirlo en un nuevo impulso para nuestra vida social si logramos canalizar nuestra voluntad de servicio por la vía más útil, si comprendemos que ante una dificultad de esta naturaleza es indispensable establecer una tregua política y, sobre todo, si vencemos el impulso individualista en favor del bienestar comunitario.

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