Una de las características paradójicas de la Universidad, como institución, es su tendencia a mimetizarse con la sociedad de que forma parte en la medida en que se esfuerza por refutar sus vicios. Jacques Derrida expresa el dilema de la siguiente manera: “Durante más de ocho siglos, «universidad» habrá sido el nombre dado por nuestra sociedad a una especie de cuerpo suplementario que ha querido a la vez proyectar fuera de sí misma y conservar celosamente en sí misma, emancipar y controlar. Por ambas razones, se supone que la Universidad representa la sociedad. Y, en cierto modo, también lo ha hecho, ha reproducido su escenografía, sus metas, sus conflictos, sus contradicciones, su juego y sus diferencias y, asimismo, el deseo de concentración orgánica en un solo cuerpo”.

Ante la imposibilidad de mantenerse al margen de los contextos históricos y políticos, las universidades se han ido transformando en los sitios en los que se concentra y desde los que se ejerce la voluntad de saber, misma que confirma la legitimidad de muchas de las actividades que se llevan a cabo en los ámbitos laborales. En México, por ejemplo, gran parte de la investigación técnico científica está acotada a los presupuestos escolares, cuya distribución da forma a la jerarquía académica; de ahí que haya sido tan impactante el contenido del reportaje “La estafa maestra”.

Desde el punto de vista moral, las escuelas se han encargado de expresar y problematizar la relación del ciudadano con la virtud. No obstante —así lo apuntó el filósofo español José Luis Pardo—, cada día se hace más visible que la ilustración concebida como instrumento de emancipación y de justicia social ha dejado de ser rentable, por lo que buena parte de los centros de enseñanza han buscado modificar sustancialmente su vocación crítica para centrar sus esfuerzos en la innovación pedagógica, que coloca al alumno como eje principal del proceso de aprendizaje. En el mismo sentido de reinvención se buscó, jurídicamente, allegarles nuevos recursos asignándoles contratos por la prestación de servicios profesionales.

El fraude y el dispendio
El fraude y el dispendio

Sin embargo, como suele ocurrir en nuestro país, la vulnerabilidad de los espacios de formación profesional ha sido aprovechada por funcionarios sin escrúpulos, que se han valido de ella para articular fraudes multimillonarios. La red de corrupción se extiende, según las investigaciones periodísticas, de la estructura gubernamental a la universitaria. El procedimiento seguido para consumar el desfalco consistió en que dependencias de gobierno ofrecieron contratos a empresas inexistentes utilizando a las universidades como intermediarias. Por su contribución al tránsito del dinero, los coludidos recibieron comisiones de alrededor de mil millones de pesos.

Cuando la estafa llegó a oídos de la opinión pública, además de la indignación y las acusaciones, algunas voces llamaron a depurar los mecanismos de supervisión a los que deben someterse los recursos públicos, exigiendo que se dé seguimiento a todas las partidas para garantizar que cumplan a cabalidad con el propósito para el que fueron designadas, aun a pesar de las tergiversaciones al concepto de autonomía que han permitido encubrir y solapar muchas de las arbitrariedades que ocurren al interior de las Facultades.

Además de la perplejidad que trasciende las prácticas desleales, la malversación orquestada por conducto de las universidades entraña también un conflicto de identidad que repercute en el temperamento del estudiantado y de los docentes, pues los obliga a interrogarse por los cimientos sobre los que se funda su ética profesional; del mismo modo, los hace desconfiar del espacio en el que alguna vez encontraron motivos nobles a los cuáles dirigir su atención. Esta pérdida de fe en el gran proyecto comunitario que está representado por la educación superior lleva implícito el desistimiento gradual de la esperanza de la co-pertenencia. Para reparar los vínculos rotos, no hace falta sólo llevar a proceso a los responsables, también es necesario restablecer la honorabilidad que acompaña la noción de alma mater; sólo así podremos reconducir las riendas administrativas de México.

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