Cada cuatro años, la comentocracia estadounidense trata de convencer al electorado (y a sí misma) que ésta será la elección presidencial más importante en décadas. Por definición, esa afirmación casi nunca es cierta, ya que sería imposible que cada una fuera “la más importante”. Pero ahora, resulta difícil exagerar la importancia de la campaña electoral que arranca en estos días con miras a noviembre del 2020. Y es que cada día que Donald Trump permanece en la Casa Blanca, se devalúa aún más el estado de derecho en la Unión Americana, el prestigio de sus instituciones públicas, y el liderazgo moral estadounidense en el mundo.

Decirlo no es una crítica partidista o ideológica. Uno puede estar de acuerdo o no con las políticas de la administración, pero lo que hace de este presidente una amenaza única a la democracia es su falta de respeto por la ley, por las instituciones, por muchos de sus ciudadanos, y por aliados importantes como México y Alemania. Hemos tenido algunos presidentes más competentes que otros, y dependiendo de la ideología de cada quién, siempre existen presidentes con quienes diferimos. Pero Trump es el primer presidente en la historia moderna del país que sólo ve por sus propios intereses, el primer presidente cuya motivación para ocupar la Casa Blanca no es servir al público o a la nación, sino a sí mismo.

Normalmente, y ante esta realidad, no habría ningún escenario en el que sería imaginable su reelección. Trump es un presidente constantemente involucrado en escándalos, cuyos índices de aprobación nunca han alcanzado el 50%. Pero estos no son tiempos normales, y existe la alarmante posibilidad de que la oposición demócrata cometa el error histórico de adoptar políticas y candidatos (en el Congreso, gubernaturas y quizá hasta la presidencia) que serían aún menos aceptables que Donald Trump para el electorado.

La izquierda demócrata está en pleno destape. Luego de perder la jugada supuestamente “segura” y “responsable” de Hillary Clinton en 2016, los integrantes dentro de la base del partido ya no están dispuestos a sacrificar ninguno de sus principios para quedar bien con el centro, con demócratas moderados, votantes independientes o republicanos que no simpatizan con Trump. Aunque odian al presidente, los representantes demócratas sienten cierta admiración (y envidia) por la energía con la que lo apoya su base, y viceversa. En ese sentido, en vez de una campaña de unidad nacional, muchos demócratas quieren su propia versión del proyecto Trumpista.

En poco tiempo, propuestas que antes se consideraban radicales incluso dentro del Partido Demócrata, ahora se han convertido en parte del discurso de muchos de los precandidatos a la presidencia, y de las estrellas emergentes del partido, como la representante Alexandria Ocasio-Cortez de Nueva York. Tanto ha cambiado el Partido Demócrata en los últimos tres años, que la postulación de Bernie Sanders parece redundante. El candidato, que se identifica como socialista, fue pionero en 2016, pero este año, muchas de sus propuestas – salario mínimo de $15 la hora, el acceso universal a Medicare, el sistema de seguro médico para gente de avanzada edad – se han vuelto parte de los demócratas ortodoxos, apoyadas por muchos de los demás precandidatos. Este año, si se presenta un candidato guerrillero dentro del partido (y no sólo afuera, como Howard Schultz) definitivamente será uno moderado.

Es entendible que ante tanta retórica en la era Trump, el primer impulso de los demócratas sea el de adoptar una postura poco moderada. Y en la coyuntura política actual, en la cual las redes sociales y los medios de comunicación afectan el tono del discurso político, y las primarias resultan las contiendas más importantes, resulta lógico que los incentivos impulsen a políticos y candidatos a adoptar posturas extremas. El mayor peligro en muchos distritos electorales del país dominados por un sólo partido es el de ser “primaried” por la base del partido debido a una falta de “pureza ideológica”. Existen pocos incentivos en muchos distritos para apaciguar políticas centristas. Es por ello que, en la década previa, el Tea Party pudo hacerse sentir en el Partido Republicano, y ahora, un factor cuasi socialista se está haciendo sentir en la dinámica demócrata.

Este sector del partido de populistas de izquierda, abanderados por candidatos como Sanders y la Senadora Elizabeth Warren de Massachussets, está a favor de subir impuestos hasta en un 80% para aquellos con los ingresos más altos, y proponen un ambicioso (por no llamarle radical) “New Green Deal”, aunque no tengan idea de cómo financiarlo. Este radicalismo emergente también se puede ver reflejado en el rechazo de activistas del acuerdo negociado entre el alcalde y gobernador de Nueva York (ambos demócratas) para la construcción de una nueva sede neoyorquina para el gigante tecnológico Amazon.

Sería una fantasía pretender que el electorado estadounidense elegirá a cualquier candidato demócrata que postulen contra Trump. Ese candidato tendrá una gran ventaja – el no ser Trump – pero si se postula un defensor del socialismo que quiere desatar una yihad de resentimiento populista y una redistribución de la riqueza al estilo marxista, el electorado podría ver en Trump el menor de los males.

Algunos conocidos que no comparten mi análisis me recuerdan que en México un electorado harto apostó por un populismo de izquierda. Cierto, pero hay que recordar que Andrés Manuel López Obrador tuvo un discurso moderado durante su campaña, y millones de mexicanos decidieron que los partidos tradicionales estaban tan quebrados que no había remedio. En Estados Unidos, el contexto es diferente (no creo que pueda ganar una candidata que habla de impuestos del 70%), ya que los partidos políticos tradicionales aún tienen vigencia. La campaña contra Trump podría ser un argumento que esta rebelión en contra del sistema ha fracasado, y que los dos partidos en Washington deberían regresar a la época en la que ellos minimizaban las diferencias que existían en la población para encontrar soluciones, en vez de exacerbarlas.

Más que México, el Reino Unido ofrece una advertencia de lo que pueda ocurrir en Estados Unidos en el 2020. Si el Brexit fue un adelanto del fenómeno Trump, el berrinche del Partido Laboral en elegir de líder al extremista Jeremy Corbyn en el 2015 – y seguirlo apoyando hasta la fecha – son la advertencia del error histórico que podrían cometer los demócratas. Es difícil exagerar la ineptitud del gobierno de Theresa May, el daño que han causado los Tories a su nación, pero, aun así, Corbyn nunca ha llegado a ser una opción creíble para la mayoría del pueblo británico, por más popular que sea entre los miembros del partido.

Ojalá en el 2020 no suceda lo mismo en Estados Unidos, ya que un socialismo emergente es el mejor aliado de Donald Trump.

Profesor en Walter Cronkite School of Journalism and Mass Communication de Arizona State University.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses